quarta-feira, 7 de setembro de 2011

4- VIAJE AL ORIENTE


VIAJE AL ORIENTE  
   
Anónimo Anónimo



-Lo siento mucho, pero la tripulación del “Argo” ya está casi completa, habéis llegado muy tarde. Sólo puedo admitir a uno de los dos -dijo Jasón, dirigiéndose a Hércules y a Orfeo.
-Y es claro que ese uno tendrá que ser Hércules, Orfeo –añadió Argo el ateniense, que era quien había construído el barco que llevaba su nombre-. Tú no eres precisamente un guerrero ni un marino, lo digo sin ningún deseo de ofender.
“De eso nada” -pensó Orfeo-. “He renunciado a la corona por venir a esta expedición, yo no voy a dejar de ir.”
-Ya sois treinta y dos buenos guerreros o marinos, Argo, sois suficientes –respondió el tracio con firmeza-. Pero se comenta que la Cólquide es el País de la Magia y no lleváis ningún mago.
-¿Y tú eres un mago? -preguntó Argo con escepticismo.
-Yo soy un mago –afirmó Orfeo, llevando una mano a su lira.
-Ya tenemos un mago, Periclímeno de Pylos, y varios augures, y un sacerdote del Sol... otro de Atenea, y hasta una sacerdotisa de Artemis, Atalanta de Calidón... Además, a ti se te conoce como músico -dijo Argo, con paciencia, queriendo ser amable- y, aunque yo no entiendo de música, todos dicen que eres bastante bueno, pero ¿qué tiene que ver la música con la magia?
             
       -¡Todo! –respondió el tracio con su mayor elocuencia- La música es el dominio de las vibraciones y de sus cambios y todo está vibrando y compuesto por vibraciones en este mundo: la materia, la mente y los sentimientos humanos. Mi música es una música mágica.
             Argo iba a seguir discutiendo, pero a Jasón no le gustaba enredarse en temas tan subjetivos.
-Llega -dijo-. Tendréis que competir ambos por el puesto delante de toda la tripulación, igual que los demás han tenido que competir para ser seleccionados. En el “Argo” solo van los mejores de los mejores. Ganará el que logre lanzar el disco más lejos. ¿Estás de acuerdo, Hércules?
-Por supuesto -dijo el forzudo con amplia sonrisa, entendiendo que Jasón había establecido ese tipo de prueba porque prefería llevarle a él, que luchaba por seis hombres, y no a un músico que se las daba de mago.
-¿Estás de acuerdo, Orfeo?
-Estoy de acuerdo -respondió él sin vacilar.


La  bella galera, recién pintada y brillando al sol, se encontraba en el agua y pronta para partir, pues ya se habían hecho los sacrificios propiciatorios. Estaba perfectamente equipada y con media tripulación a bordo. La otra media, Jasón y Argos, permanecían en la playa para ser testigos y jueces de la prueba de selección entre Hércules y Orfeo.
Hércules llegó junto a la orilla, donde la arena mojada hacía límite con la seca y pidió, con un gesto imperioso, que despejaran el terreno que tenía enfrente, paralelo a las rompientes. Luego tomó el disco y se puso en posición.

-¡Hércules! ¡Hércules! -le vitorearon, tanto desde el mar como desde la tierra, muchos de los Argonautas que admiraban su planta y su prestigio. Él se concentró, dio una vuelta impecable alrededor de sí mismo y su brazo musculoso hizo que el disco recorriese una distancia que bien hubiera podido ganar cualquiera de las más importantes competiciones. De nuevo fue vitoreado largamente.

Jasón marcó el lugar, clavando su espada en la arena. El tracio recogió el disco y fue caminando hasta el espacio de lanzamiento, señalado por una raya en el suelo. Nadie le animó, salvo la única mujer que iba en la expedición, Atalanta, la cazadora de las rubias trenzas, que lo hizo por hacer una gracia, lo que arrancó varias risitas irónicas.


Orfeo llegó atrás de la raya, pero en lugar de tomar posición sobre la arena, como había hecho el coloso, se metió en el mar hasta la rodilla, apuntó y lanzó el disco de tal manera que cayera en plano sobre el agua, saltara a los pocos metros y volviera a saltar velozmente varias veces sobre la larga cresta de la ola rompiente, hasta que finalmente se hundió, habiendo sobrepasado ampliamente la distancia lograda por Hércules, provocando una exclamación de admirada sorpresa en todos los asistentes y arrancando a su rival una sincera carcajada de admiración por su astucia.
Atalanta aplaudió entonces y Calais y Zetes, hijos de Bóreas, que eran tracios como él, y muchos más se sintieron obligados, por justicia, a sumarse al aplauso. Pero luego estalló la discusión. Unos no estaban de acuerdo en que se lanzase el disco de una manera tan poco convencional, otros arguían que no podían prescindir de una ayuda tan importante como la de Hércules en los posibles combates...
Jasón, a quien el centauro Quirón le había dicho que si llevaban a Orfeo tendrían buena protección contra las sirenas, zanjó enseguida la discusión:
-¡Embarcan los dos, el guerrero y el mago! ¡Vámonos! ¡A bordo!
Cuando todo el mundo estuvo embarcado y en sus puestos, sólo quedaba vacío un lugar para remar en la bancada. Jasón se lo indicó a Hércules y él se sentó y tomó el remo.
-Ya veré luego lo que tú puedes hacer a bordo –le dijo a Orfeo-. Por ahora, quédate por aquí y si ves que hace falta cualquier cosa, ayuda- y se fue a la popa, ante Tifis, el timonel, a dar la orden de salida:
-¡Remeros! -alzó su mano- ¡Atentos! ¡Preparados! ¡Partimos! -la bajó.

La partida fue un desbarajuste: los remos entraron en el agua al mismo tiempo, pero hacían su giro de una manera descompensada. Hércules le daba tanta fuerza al suyo que la proa siempre vencía en dirección contraria.
Jasón mandó una parada y trató de compensar, poniendo a los remeros más forzudos en batería, del otro lado del coloso; pero aún así la cosa no iba bien coordinada y el avance de la nave se veía muy irregular y poco recto.
Entonces Orfeo, sin que nadie le dijera nada, subió al puente, se sentó delante del timonel, cara a la bancada, y se puso a marcar los tiempos cantando y tocando una conocida canción de remeros con su lira, con lo que consiguió que todo el mundo se fuera afinando al ritmo de sus cortas estrofas, que se estableciese, poco a poco, un orden y una cadencia, y hasta que cantasen alegremente el estribillo al unísono. Jasón miró hacia él, confirmándolo en su puesto de utilidad con la mirada. Y el “Argo” se deslizó por fin veloz y brillante, que eso era lo que significaban su nombre y su destino.


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