sábado, 10 de setembro de 2011

63- CAPÍTULO FINAL DE LA NOVELA "VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO"



Al atardecer del día siguiente, treinta ménades muy embriagadas, en pleno furor sagrado, armadas con tirsos y con palos, comandadas por una vengativa Aglaonice llena de cicatrices, invadieron de repente el campamento de Orfeo cuando  estaba empezando a tocar para un grupo de cinco muchachos.

-¡Orfeo, podrido pederasta mentiroso! –gritó Aglaonice colérica- ¡Ese es el amor fiel que le guardas a tu mujer, tan joven fallecida! ¡Como amas su recuerdo, desprecias a las mujeres hechas y derechas, pero te consuelas con los efebos! –avanzó hacia él golpeándolo fuertemente con el tirso en un hombro -¡Maricón! ¡Pervertido!- y lo golpeó otra vez, rompiéndole la lira que tenía entre las manos.
-¡Pederasta! ¡Corruptor de niños!- gritó la ancha Metis, lanzándole una gruesa piedra que le hirió en el cuello antes de que pudiese hablar para defenderse. Eso fue la señal para la manada, todas las ménades empezaron a recoger piedras y palos y a lanzárselos mientras lo insultaban. Los cinco efebos se perdieron corriendo, monte abajo, en distintas direcciones.

Orfeo, alcanzado por una piedra en plena cara, cayó de rodillas. De la cueva salió corriendo el joven mudito rubio, cruzó ante las desenfrenadas bacantes y se abrazó a él, queriendo protegerlo con su cuerpo. Aglaonice tomó un palo grueso de manos de otra ménade, se echó sobre él con rabia y le machacó la nuca. Cayó inmediatamente ante las rodillas de Orfeo.
-¡Eurídice!- gritó él, abrazándose con pasión al cadáver del efebo. Fue lo último que dijo; alcanzado en la cabeza por muchas piedras, se quedó tendido para siempre sobre su amante.


Aglaonice paró a las ménades con un alarido, extendiendo los brazos en aspas. Dejaron de caer piedras. Entonces avanzó hacia los muertos, con una lucidez súbita revelándosele en medio de las tinieblas de su furia vengadora. Apartó a un lado el cuerpo de Orfeo, volteó el del efebo y desgarró su túnica, que dejó al descubierto unos pechos femeninos apenas incipientes, como los de una niña. Luego, le levantó la túnica por abajo y se quedó lívida.

-¡Eurídice! -gritó- ¡Eurídice! ¡Eurídice! ¡Eurídice! -repitió, mientas examinaba el cuerpo por toda parte  con asombro total  -¡Eurídice! -repitió irguiéndose y dando vueltas sin sentido alrededor de los cadáveres sobre el suelo ensangrentado, lleno de piedras y palos, mientras las ménades empezaban a tocar sus instrumentos y a gritar ¡Evoé! sin entender su desvarío.

-¡Orfeo y Eurídice! -gritó ante los cuerpos, espantada- ¡Unidos por mí para siempre! -y de nuevo echó a correr despavorida, aullando como una loba loca montaña abajo, con su túnica revoloteando tras ella, alas fantasmales, al tiempo que las ménades comenzaban a bailar su danza salvaje, en la que despedazaban los cuerpos sacrificados.

El sol poniente volvía rojo todo el horizonte, cuyas nubes semejaban una puerta a través de la cual un par de estilizadas figuras, unidas por las manos, estuviesen ascendiendo juntas hacia lo alto.

                                                                                                                                                                                     Verano -Otoño 2003.
Revisado en 2013
Manuel Castelin
Cap de Creus, Finisterre, Vigo.
ESPAÑA

Nenhum comentário:

Postar um comentário