quarta-feira, 7 de setembro de 2011

34- “MASSALIA”, BOCAS DEL RÓDANO


“MASSALIA”, BOCAS DEL RÓDANO    


Al llegar ante la costa de Camargo, cerca de las bocas del río Ródano, que se extendían en un gran abanico de canales que discurrían entre selvas tupidas de un intenso verdor oscuro cubriendo todo el horizonte, vieron como les hacían señales de humo desde la costa. Se acercaron, y una pequeña embarcación salió a su encuentro desde uno de los caños entre los árboles, con gestos claros de que querían comerciar. Los de la barca eran focenses que hacía poco que habían creado un pequeño emporio allí, al que llamaban “Massalia” y se quedaron encantados al descubrir que la tripulación de la galera estaba formada, en su mayoría, por compatriotas suyos. Les invitaron a que se acercasen a su hogar, que era apenas una cabaña fortificada en un alto, que separaba del inmenso pantanal a una aldehuela de pescadores situada sobre una lengua de arena, asomada al lodo de la boca más oriental del delta múltiple.
-¿Cómo os dio por estableceros precisamente aquí? -preguntó Arron mientras bajaba a tierra, chapoteando entre el espeso barro mientras trataba de apartar de su rostro una pesada y persistente nube de mosquitos.
-Hemos apostado porque en el futuro, dada su situación, este lugar acabará por convertirse en un importante puerto de intercambio comercial -respondió uno de los anfitriones-. Algún día, cuando hayamos atraído suficientes colonos, fundaremos aquí mismo una ciudad que lleve el nombre de nuestra empresa.
            “Eso es mucha pretensión”, pensó Orfeo, al ver la primaria austeridad de su asentamiento y la situación de verdadera miseria y suciedad en la que se encontraban los nativos de aquella costa palúdica. Si ésta era la tierra de caza y pesca donde se concentraron en el pasado los aqueos helenos,  si era verdad lo que le había contado el rey Alcínoo, no le extrañaba que lo hubiesen dejado todo para lanzarse a la aventura del descubrimiento y de la conquista de lo desconocido, junto con los mirmidones baleáricos,
Desde el incipiente emporio, sin embargo, se veían bandadas de cientos de flamencos rosados, que pululaban en las lagunas interiores del delta, acompañadas por miles de otras aves más pequeñas que se alimentan sobre el limo: zarapitos, agujas, correlimos, ostreros, chorlitos y chorlitejos. De vez en cuando una bandada echaba a volar cubriendo el cielo todo.
Compartiendo el vino cretense con el que les obsequió Arron,  a cambio de los rústicos productos del país, los focenses contaron que cerca de allí había una llanura totalmente sembrada de grandes piedras que era territorio tabú para los indígenas. La prohibición sagrada de recorrerla se debía a que, cuando Hércules había pasado por ella, trayendo consigo los rebaños robados en Iberia al rey Gerión, los ligures le atacaron en gran número para arrebatárselos. Agotadas sus flechas, cayeron encima de él en tropel, como plaga de langosta, le quitaron la clava y sólo pudo defenderse a puñetazos. Él invocó entonces la ayuda de Zeus ¡Y llovieron de repente miles de piedras que los machacaron o dispersaron sin dañar al coloso ni al ganado! Desde entonces, cuando se les pregunta por sus miedos a los naturales de la región responden que sólo una cosa temen: “que el cielo se desplome sobre sus cabezas”.

Luego hablaron de la cadena de montañas que corre al norte del gran río de los Íberos y de como esa costa sigue bajando hasta el Sur, donde se contaba que el mismo Hércules, en su siguiente viaje a Iberia, había alzado unas columnas entre Europa y África, en las dos márgenes del estrecho que se abre al Océano y al otro lado del cual, hacia el norte, se encuentra Tartessós, para avisar de que se entraba en aguas peligrosas.
-¿Y a donde se llegaría si, en lugar de torcer hacia Tartessós uno siguiera recto hacia Occidente? -preguntó el bardo.
-No llegarías a ninguna parte -contestó el jefe de la factoría-, sólo te encontrarías durante días interminables y con tus provisiones agotándose, ante un mar inmenso y desierto, con olas cada vez más grandes y bravas, agitadas por tempestades pavorosas. Un océano habitado por monstruos gigantescos, que probablemente acaba derramándose en cascada sobre la laguna Estigia que rodea los infiernos de Hades. No hay nada más allá de las columnas de Hércules. Lo único que se puede hacer es costear hacia Tartessós por el norte o hacia el desierto mauritano por el sur.
Orfeo confirmó su decisión de seguir a pie la ruta terrestre que el mismo Hércules le recomendara por experiencia directa, abandonando el navío en cuanto llegasen a la tan mentada Iberia. 

Zarparon pronto de allí, después de haberles cedido a los focenses una carga de vino y aceite (con la cual ellos esperaban fascinar a los nativos, y algunas parras y mudas de olivo, por si lograban hacerlas crecer en tierras algo más secas que aquel insano humedal), a cambio del compromiso de poder contar con su base para futuros intercambios. Remaron durante lo que quedaba de día, pues no soplaba el menor viento para las velas. Esa noche, ancoraron en una ensenada tranquila y afortunadamente libre de mosquitos, que penetraba la tierra entre dos leves  promontorios, más allá de las zonas pantanosas de aquella amplia desembocadura fluvial.

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