quarta-feira, 7 de setembro de 2011

31- SUR DE ITALIA


SUR DE ITALIA   

Subiendo la costa itálica cara al norte, la flotilla vino a ancorar una tarde en la Isla de los Monos, donde estaba la factoría más antigua de Occidente, fundada por jonios de Calcis y de Eubea, la de Pithecussa, que cambiaba a los Samnitas, que eran los nativos itálicos más próximos, su abundante trigo por vasos de cerámica decorados con historias de dioses y héroes (lo que era una piadosa forma de contribuir a civilizarlos). Allá descargaron y cargaron mercancías durante dos días. Orfeo se admiraba de la belleza del paisaje, con la mole piramidal del volcán Vesubio dominando el centro de la amplia, cóncava y luminosa bahía, que acababa cerrándose al sur con el cabo Sorrento y con la linda isla de Capri.
El bardo bajó a dar una vuelta por la ciudadela griega y por el borde del continente y pudo entender por qué Italia era llamada “tierra de promisión”, al conocer los planes de crecimiento y expansión por la espaciosa bahía que los colonos tenían, especialmente en la base del promontorio Miseno, frente a Phitecussa, donde querían construir una ciudad continental a la que llamarían Kyme o Cumas, en recuerdo de una ciudad destruída hacía tiempo en Eubea.
El solar de Kyme estaba junto a unas colinas llenas de castaños y parras de vid recién plantadas y por detrás de ellas había una pequeña laguna volcánica consagrada a Hécate, a la que llamaban el Averno, que quiere decir “sin pájaros”, ya que era un antiguo cráter de volcán. El agua estaba hirviendo y de vez en cuando soltaba vapores sulfurosos que asfixiarían a las aves que se aventurasen a cruzarlo. Orfeo hizo que le guiaran allí, pero no vio forma alguna de bajar por aquella olla de freir hasta el Hades sin quemarse o asfixiarse como los pájaros, así que decidió continuar hasta el Extremo Occidente, tal como Hércules recomendara.
Por causa de la extensísima y fértil llanura cerealista que se extendía hacia el golfo situado más al norte, bien regada por el río Volturno  y abonada por las lavas volcánicas, Kyme parecía el proyecto de colonia con más posibilidades de futuro que Orfeo hubiese conocido. Así, pasó la tarde componiendo un canto en su honor, imaginando una civilización, la de la “Gran Grecia” que, partiendo de aquel lugar, se extendería por toda Italia y por todo el Mediterráneo Occidental, llevando a los remotos países bárbaros la luz de Apolo, la alegría de Dionisio y el firme y misericordioso amor de la Diosa, matriz de toda vida.

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