quarta-feira, 7 de setembro de 2011

23- LAERTES DE ÍTACA


LAERTES DE ÍTACA     

 Desde la arenosa Pylos, contorneando la punta de Élide y cruzando de la una a la otra boca del largo golfo de Corinto que separa, como cortándolos, el Peloponeso de Etolia, la nave “Astarté” vino a atracar a la escarpada isla de Ítaca, separada por un estrecho de su isla hermana de Cefalonia, que era la patria de Laertes, hijo de Arcisio y Calcomedusa, los monarcas locales. También Laertes, igual que Néstor, había intentado ser compañero de Orfeo en la aventura argonauta, pero no consiguió pasar la estricta selección, ya que Falero de Atenas le había superado en la prueba de tiro con arco, a pesar de su maestría. 
De nuevo el tracio invitó a Beleazar a que subieran al palacio real, bastante más modesto que el de Pylos, a saludar a un amigo. Y se encontraron con que Laertes hacía poco que era rey de Ítaca y que estaba casado con Anticlea, una bella mujer de ojos profundos y apasionados que parecían mirar hacia dentro.  Tenían un hijo de unos tres o cuatro años, Laertes había asistido a la boda de Orfeo y Eurídice y por entonces se encontraba soltero todavía. El chico, que se llamaba Odiseo, era robusto y con los mismos ojos que su madre, aunque volcados hacia fuera, muy inteligentes y sagaces, que no perdían detalle.
Después de la recepción, el capitán Beleazar se retiró muy satisfecho porque el rey había ordenado a sus asistentes que le atendieran a él y a su tripulación como amigo de su familia mientras estuviese en Ítaca y también le había encargado recados suyos para la isla de Nerito en Dalmacia, que le permitirían establecer nuevas relaciones comerciales. Fue entonces cuando el rey y Orfeo se retiraron a un jardín y estuvieron mucho rato conversando sin protocolo, recordando las competiciones en la playa de Pásagas en Ptía, durante la selección de la tripulación para el “Argo”, las aventuras vividas por Orfeo en la Cólquide y también la desdichada muerte de Eurídice, justo después de tan bella boda.
En determinado momento, el principito hizo como que aparecía por allí por casualidad, hasta que el rey le pidió que se acercara. Llevaba un arco en verdad demasiado grande para un niño tan pequeño y una flecha. Laertes sonrió con los ojos para Orfeo y señaló un árbol que se encontraba al otro lado del jardín. Sorprendentemente, el niño tensó el arco con una fuerza inesperada y la flecha fue a clavarse en el centro del tronco. Ambos hombres aplaudieron. Laertes arrancó la saeta, se la entregó con una inclinación y el chico se marchó muy orgulloso de su hazaña.
-Tu hijo es impresionante -dijo el bardo con sincera admiración.
-Bueno, realmente no es mi hijo, Orfeo, sino el de la pareja anterior de mi mujer; pero como ya no tiene padre, porque murió, yo seré el suyo y lo seré con mucho gusto, pues realmente Odiseo es un niño excepcional. Claro que esa excepcionalidad viene, en gran parte, del genio de su padre biológico.
-¿Y quién era él? -preguntó Orfeo.
-Pues se llamaba Sísifo y era el primer rey, de origen cretense, de Éfyra, que ahora los griegos llamamos Corinto. Fue un hombre tan insolente y astuto que se atrevió a desafiar a los dioses, incluso se cuenta que consiguió burlar a Hades y escapar de los Infiernos por un tiempo.
-¡Qué me dices! -se esperanzó Orfeo- Cuéntame esa historia, por favor.
-Más que una historia es un mito que su familia y su pueblo desarrollaron, para dejar constancia de lo extraordinariamente astuto, sagaz y retorcido que Sísifo era, aunque lo que hay, realmente, por detrás del cuento, es la lección de lo que le ocurrió a un rey que, como él, defendió hasta el último momento a la antigua religión decadente de la Triple Diosa contra Hades y contra el nuevo orden que los griegos vinimos a instaurar.
Éfyra estaba sin agua a causa de una prolongada sequía en la región y el rey hizo todo lo posible, ya por caminos derechos o torcidos, para que su ciudad no pasara sed. Abordó tenazmente muchas prospecciones, que complementaba con sacrificios y rogativas a la Gran Diosa, pero todo fue en vano y la inmensa mayoría de sus súbditos se preparaba para emigrar. Entonces llegó su oportunidad: se enteró por sus espías de que Zeus había raptado a la bella Egina, hija del dios–río Esopo y se dirigió al angustiado padre para decirle que le daría el nombre del raptor si abastecía con una fuente a su ciudad.
Esopo accedió, y acabó recuperando a Egina -siguió Laertes-, pero Zeus se quedó tan ofendido por la delación, que envió a Tánatos, la Muerte, a que esposara a Sísifo y se lo llevara para siempre al Hades ,y así lo intentó... pero ese rey era tan listo y tan lleno de malicia y trucos, que engañó a Tánatos y consiguió aprisionarlo con sus propias esposas y encerrarlo. Al estar preso, no podía cumplir su función y nadie se moría en el mundo. Hades vio interrumpida durante un tiempo la llegada de nuevos súbditos a su reino intraterreno y se quejó a Zeus, que envió inmediatamente al fiero Ares  a que liberara a Tánatos, quien ejecutó entonces con mucha gana y con dolor a Sísifo.

Orfeo dedujo, traduciendo a realidades históricas la simbología que había detrás de la narración mítica de Laertes, lo siguiente: que los dirigentes patriarcales del prepotente reino vecino de Micenas habrían enviado a un sacerdote de Hades a Éfyra para imponer la sustitución de la religión de la Diosa por la de los Olímpicos; que Sísifo se lo habría tratado de impedir, encadenando al sacerdote, y que el ejército aqueo, Ares, Marte, habría atacado al cretense y acabado con él, o cosa peor.
-...Pero el sagaz rey Sísifo preveía que, tarde o temprano, eso acabaría aconteciendo, -siguió contando Laertes- por lo que había dejado instrucciones a su esposa para que no le hiciera, ni ella ni su pueblo,  ningún rito funerario, sino por lo contrario, que expusieran su cuerpo en una plaza pública. Así, según las leyes del Hades, el barquero Caronte no podía cruzar la laguna Estigia con un alma que aún no había sido debidamente cremada o enterrada. Y el Rey del mundo de los Muertos no tuvo más remedio que enviar al alma del muerto, vehiculada en su cuerpo astral,  a Éfyra, para que reprendiera a su mujer y le demandara exequias.
Entonces Sísifo aprovechó para quedarse todo el tiempo que pudo con ella y con su hijito recién nacido, aunque sólo fuese como fantasma, y para disfrutar del agradecimiento de su ciudad, que gracias a él tenía ahora agua. Como nadie se cuida de un muerto, y menos de un fantasma tan discreto, consiguió que pasara un año antes de que Hades se diera cuenta de que había sido burlado de nuevo y mandase a Hermes que lo trajese al Tártaro definitivamente. La leyenda termina contando que, cuando llegó allí, su condena, por reincidente ,consistió en pasar todo su ciclo de purgatorio astral  subiendo a una colina una pesadísima piedra redonda que, al llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo de nuevo, para que él y los demás mortales aprendiesen que es tarea vana tratar de engañar a los dioses.

-Si no se les puede engañar –dijo Orfeo, acordándose de que también había impedido celebrar ritos funerarios por Eurídice-, se podrá negociar con ellos, o conseguir que se compadezcan...
-Yo no lo sé, amigo... con una historia como esa en la familia de mi esposa, te podrás imaginar que yo ando con mucha prudencia en todo lo que se refiere a los dioses -respondió el soberano sonriendo.

-...Y hablando de otro asunto, Laertes –dijo Orfeo, sospechando que lo que acababa de oír era la versión de la historia de Sísifo que sus enemigos habían creado para que sirviese de escarmiento a los otros vencidos-... Aparte de que conseguimos el Vellocino de Oro, gloria y fama ¿Se puede ver ya en Grecia que tuviera alguna otra consecuencia interesante nuestra expedición a la Cólquide?
-Pues el pobre Jasón no consiguió que le reconocieran como rey de Ptía, porque aquella maldita hechicera de Medea con la que se casó, consiguió engañar a las hijas de Pelias y provocar su muerte con tan malas y sucias artes, que su pueblo no quiso tener a tal bruja despiadada por reina, así que prefirió ceder sus derechos al hijo argonauta de Pelias, Acasto, y revindicar, en su lugar, los de Medea al trono de Éfyra, consiguiéndolo; que fue por lo que yo me traje a Anticlea y Odiseo a Ítaca, para que no tuviesen que soportarla...  A mí no me cabe duda que aquella romántica aventura vuestra fue un primer paso exploratorio de los aqueos en su natural ambición por tratar de dominar el otro lado del Egeo y el comercio asiático.
…No sé si sabes, Orfeo,  que los micénicos, dirigidos por Atreo, estuvieron saqueando y destruyendo todo lo que los egipcios dejaron del antiguo imperio Hitita al sur de Asia Menor, ese fue el segundo paso –le siguió confidenciando Laertes- y que, unidos en forzada alianza con los tirsenos, los licios, los sicelos, los sardos y algunas naves frigias en una coalición llamada “de los pueblos del mar”, dieron un gran susto a Troya, con la ayuda de Hércules, y luego intentaron invadir Egipto desembarcando en el sur de Palestina, eso fue el tercero.-
-¿Se atrevieron con Egipto? -se sorprendió Orfeo.
-Se atrevieron, aunque Egipto todavía es Egipto y su faraón pudo contenerlos y confinarlos al litoral de Canaán, donde crearon varios principados a los que los egipcios llaman “los Filisteos”, los cuales trataron de extenderse costa arriba. Pero como los fenicios se defendieron bien en sus islas y ciudades fortificadas, se ve que, mejor, se conformaron con los territorios que quedaban al sur de ellos.
No me extrañaría nada -siguió el rey- que dentro de unos años, Micenas y Esparta, que son los dos reinos aqueos más fuertes y agresivos, formen, con cualquier pretexto, una coalición griega para atacar y conquistar Troya, que, evidentemente, es el principal factor contenedor de su expansión por la rica Asia Menor, donde fueron a establecerse tantos pelasgos que ellos arrojaron de los antiguos dominios de Minos... Y ese será, seguro, el cuarto paso aqueo hacia Oriente, después de vuestra expedición... Pero yo, desde luego, no me uniré a ellos con gusto en esa guerra, si puedo evitarlo.-
-¿Y por que no? -preguntó el tracio, alegrándose de ello, ya que Troya y su país tenían una alianza. Además, nunca se sabía si, después de anular a Troya, los ávidos aqueos se atreverían a invadir la costa tracia.
-Porque sería un brutal derroche de vidas y medios durante años, que no podemos permitirnos... Troya, tú lo sabes, es fortísima tras sus tremendas murallas. Además estoy seguro de que mi isla, Ítaca, no tiene su futuro en el conflictivo y abarrotado Oriente, sino en el vasto Occidente, donde está todo por hacer... Nosotros y nuestros vecinos del norte, los Feacios, a pesar de nuestra modestia, somos las mejores plataformas naturales de Grecia hacia el Adriático y, sobre todo, hacia Italia y todo el Mediterráneo Occidental, donde pronto tendremos que tratar de formar una coalición, y esa sí que nos conviene, para expulsar de sus rutas y de sus factorías a los fenicios, que están extendiéndose demasiado.
Mientras no llegue ese inevitable momento -remató su audiencia el rey Laertes, poniéndose en pie y disponiéndose a despedirle, para atender otras visitas- que sea muy bienvenido tu amigo, el tirio Beleazar, en atención a que me ha proporcionado la alegría de poder verte de nuevo... Y Y ya que él sigue hacia Dalmacia y que tú te empeñas en llegar al Extremo Occidente (aunque a mí me parece, francamente, una empresa inútil), yo ya pensé cómo echarte una mano.-

-¿Y qué pensaste? -respondió Orfeo, encantado, pues estaba seguro de que Laertes le ayudaría.
-Puedo mandar que te den, si quieres, un mensaje para mi vecino, el rey Alcínoo de Feacia. Me he enterado de que en su puerto de Corcyra está avituallándose el comandante de una flotilla tirsena, procedente de la Jonia Lidia, del que dicen que es un verdadero pionero explorador y un gran marino, que pretende establecer contactos comerciales y fundar semillas de futuras colonias por las costas de Iberia.
-Pues que los dioses te lo paguen, querido camarada -respondió Orfeo, abrazándole, sinceramente agradecido.

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