quarta-feira, 7 de setembro de 2011

2- PADRE E HIJO


PADRE E HIJO

Kalíope "la de la bella voz", Sacerdotisa-Musa de Apolo y esposa del rey Eagro de Tracia, había saludado a su hijo Orfeo con un beso aquella mañana y le pareció que aún estaba viendo en él la misma cara alegre, soñadora y un tanto ingenua que tenía de niño, aunque acababa de cumplir veintitrés años y no debería demorar en tomar esposa.

Anónimo Anónimo

Además, ya tocaba la lira y la flauta mejor que ella y casi declamaba, improvisaba y cantaba tan bien como ella... Lástima que esas actividades le hubieran hecho descuidar su formación en otras, mucho más serias, en las que un futuro rey de Tracia, como él, tendría que estar mejor preparado.
           
-Anda Orfeo, pasa, tu padre te está esperando, ten paciencia con él, por favor.


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-Tengo aquí dos informes -dijo el rey Eagro, mirándolo muy seriamente con sus ojos de águila luchadora-. Uno dice que hace un mes que no asistes a tus prácticas de gobernación. Otro, de tu comandante, que hace otro mes que pediste la baja en tu compañía, por causa de una caída, y que aún no te has reincorporado, a pesar de que sabe que ya andabas perfectamente por ahí a los quince días. ¿Qué tienes para decir?
-Pues que es verdad, Majestad, que he estado preparando un proyecto que me interesaba más durante estas últimas tres o cuatro semanas. -respondió Orfeo.
-¿Y que proyecto te puede interesar más que tu preparación como príncipe heredero? –dijo el monarca severamente- ¿No será otro gran recital poético cantado, en compañía de tus amigos y de un coro de danzarinas?


-No padre, nada que ver con poesía: pido tu permiso para enrolarme en una expedición guerrera.

El rey Eagro se sorprendió gratamente y hasta sintió cierto orgullo de su hijo ¡Dioses, todo llega! ¿Quería eso decir que la etapa poética, junto con las inquietudes iniciáticas, de clara influencia materna, iban a quedar por fin atrás y que ahora Orfeo se interesaba por las hazañas guerreras, como correspondía a su edad...? Eso sería realmente un progreso.

-¿Y qué expedición es esa? -preguntó, poniendo la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”.
-Jasón de Yolkos, que fue instruído, como yo, por el centauro Quirón en el monte Pelión –explicó Orfeo-, está preparando un periplo a la Cólquide en una galera de guerra que construyó y ha invitado, mediante heraldos, a que se le unan los mejores príncipes y campeones... Y no hay ningún noble tracio entre ellos. Así que yo me estuve informando para ver si podría participar.
-¿A la Cólquide...? ¡Pero si está lejos demás, al otro lado del Mar Negro!-se asombró su padre- ¿Y qué se pretendería  con una expedición como esa?
-Reclamarle el Vellocino de Oro al rey de ese país y regresar con él para devolverllo al santuario de Zeus Lafistio de donde salió.
-¿Y para qué?
-Esa es la condición que su tío Pelias le ha puesto a Jasón para cederle su derecho al trono de Ptía.
-¿El Vellocino de Oro? -se asombró más aún el rey Eagro- ¡Si eso no es más que un antiguo símbolo de prosperidad para pueblos pastores! ¡Una piel vieja de un carnero que extrañamente les nació rubio a los primeros Arios del Asia Lejana! En cada guerra se pierden y se ganan cien emblemas como ese... ¿Para qué lo quiere ahora Pelias, ese aqueo usurpador? ...No puede ser para cosa buena, viniendo de él. 

-Pelias encontró por casualidad a Jasón cuando aún su sobrino no le conocía y le contó que esa piel es una reliquia sagrada y una cuestión de honor para la familia real de Ptía: según la leyenda, el Carnero de Oro fue enviado por Hermes para que salvase a Hele y Frixo, primos de Jasón, que iban a  ser sacrificados injustamente, y se los llevó hasta la Cólquide volando sobre su lomo, aunque Hele se cayó al mar y se ahogó por el camino. 
  
Frixo tuvo mejor suerte: lo casaron con una hija del rey local, Eetes y vivió aún bastantes años, pero, después de morir, los colquídeos colgaron su cadáver en un árbol envuelto en una piel de buey, para que se lo comieran los buitres, como es su costumbre. Y el Vellocino de Oro, la piel del carnero salvador, se convirtió para ellos en una reliquia nacional. Pelias dijo que el espíritu de Frixo no podía descansar en paz, ni siquiera entrar en el Hades, el Reino de los Muertos, y se le apareció en sueños rogándole que sus huesos fuesen enterrados dignamente, según los rituales de Grecia, y que restituyese la piel del carnero al lugar sagrado de donde procedía.

-... Más tarde Pelias –siguió contando Orfeo- le preguntó a Jasón qué haría él, siendo rey de Ptía, “si se enterase que alguien quería su trono”, y él respondió que le mandaría a la Cólquide a enterrar a Frixo y a traer el Vellocino de Oro de vuelta, para demostrar con esa hazaña que se merecía reinar... De modoí que, cuando fue por fin a Yolkos a reclamar el trono de su padre, y descubrió que el hombre con el que había conversado era el mismo usurprador, Pelias volvió esas mismas palabras contra su sobrino, quien quedó comprometido por ellas... Sin embargo, dicen que lo que en realidad sospecha él, es que esa piel es un símbolo mágico, y por eso aceptó el desafíoo de su tío.

-Está claro que tu amigo Jasón se dejó enredar y estoy seguro de que el reto de su tío es sólo una trampa mortal o un laberinto para que se pierdan, él y quienes se embarquen con él... –insistió el rey frunciendo el ceño- ¿...Y qué cree Jasón que significa ese tal símbolo mágico?
-Pues una luz, un conocimiento que los pioneros de esta nueva era deben ir a buscar al Oriente, al país del Nacimiento del Sol, donde descansan de noche los caballos y el Carro Solar de Febo Apolo, al Cáucaso,de donde vinieron nuestra estirpe y la de los griegos... y tal vez ese conocimiento se derive de la experiencia de la propia aventura de ir a por el Vellocino.
-Bah, bah, bah, todo eso me suena a puro esoterismo juvenil, a poesía, o peor, a propaganda, a engaño, Orfeo, a un juego de fascinio de Jasón, o de quien le guíe, para captar para su insensata empresa jóvenes aspirantes a héroes que aún tengan una mentalidad de adolescente... Ese tipo de aventuras son más propias de un soldado de fortuna que de un príncipe real ¿...Me explicarás que es lo que tú, personalmente, irías a ganar, si te marcharas a la Cólquide? ¿Qué esperas conseguir para tu propio provecho?

-Sólo busco crecer, padre, desarrollarme, salir de lo conocido; descubrir cosas nuevas junto a gente de mi edad a la que aprecio, andar mundo, abrirme a la vida y vivir su aventura, lo que tenga para mí. Deseo conseguir... experiencia, conocimiento... y saber quien soy y de lo que soy capaz.
-Un día reinarás, y sabrás quien eres y de lo que eres capaz, mi hijo.-dijo elrey, casi con ternura-. Experiencia la vas a empezar a conseguir en este mismo palacio, con los cargos públicos a los que pienso destinarte el próximo año... aunque el conocimiento tendrás que recibirlo antes de tus profesores, continuando con tus clases prácticas de gobernación y de administración, asistiendo a las asambleas, consultándome a mí... Y todo eso, sin descuidar tu formación militar, que te servirá para alcanzar gloria y mantenerte eb el poder, cuando llegue la ocasión. Es fundamental que un futuro rey sea conocido y querido por sus guerreros como compañero de armas.
            -¡Padre, me duermo en las clases de gobernación! ¡Y más me respetarán los guerreros tracios si logro volver con el Vellocino de Oro, que si sigo dos años más haciendo la instrucción con ellos en los campamentos!
-¡Tú eres un inconstante y un iluso, Orfeo! –gritó el rey Eagro perdiendo la paciencia- ¡Eso de que te vas a conquistar el Vellocino de Oro a la Cólquide es como si me dices que vas a conquistar la Luna o a bajar a los Infiernos! ¡Bobadas!... Lo único que pretendió el viejo zorro de Pelias con esa condición fue convencer a Jasón para marcharse al fin del mundo y que no vuelva más. Le sería menos trabajoso a tu amigo hacer un poco de diplomacia entre los reyes vecinos y seguro que encontraría aliados con algún interés por ayudarle a luchar por la legitimidad de su derecho al trono.
-Pero es que se trata de una expedición muy interesante, padre, recordamos muy poco sobre qué es lo que hay en el lado oriental del Mar Negro, no tenemos relaciones con los reyes o jefes de esos pueblos, sólo los troyanos las tienen. Deberíamos conocer hasta donde llega el mundo por allí. Y nosotros, los tracios, con más razón que los griegos peninsulares, ya que nuestras fronteras se asoman a ese mar. Además hay aquella historia de que el Sur del Cáucaso fue la cuna de nuestros antepasados y de los de los troyanos, mientras que la nuestros primos  griegos fue al Norte. Un día puede convertirse en nuestra zona principal de influencia.
-Ese pasado legendario del Cáucaso está bien en el pasado, hijo, y no hay nada que nos interese, hoy por hoy, en ese país remoto y embrujado de bárbaros escitas nómadas, de amazonas sanguinarias, de tribus salvajes completamente intratables... Y los colquídeos no son mucho mejores, Orfeo, a pesar de que su rey es un griego y no un bárbaro. Los viajeros cuentan que todavía permite que le sean ofrecidos sacrificios humanos a Hécate, la antigua Diosa de la Muerte... hasta se asegura que las hijas del rey son hechiceras, magas negras. Están demasiado atrasados, convéncete. Como lo estábamos nosotros antes de abrirnos a la influencia de la civilización pelasga del Mar Egeo.

-...Además, nuestro futuro no está para nada en el Norte ni en el Oriente, esos espacios fríos, nubosos y encerrados entre cordilleras, de los que procedemos -prosiguió el rey-, sino en el rico y luminoso Sur, que es la plataforma naval de expansión, a través del Mediterráneo, hacia el mundo todo: Lidia, Caria, Licia, las islas que tienen enfrente; mira lo bien que les va a los fenicios... y para eso nos conviene más la alianza con Troya, incluso una reunificación, ya que en el pasado ellos y los tracios llegamos juntos al Egeo desde la Anatolia, que con esos griegos falsarios y ambiciosos, de quienes más vale precaverse... fíjate cómo esos patanes salidos de las montañas se apoderaron del imperio marítimo de Creta.
-De patanes nada, disculpa padre: los jonios , al menos, son buenos marinos. Y en cuanto al resto de los griegos en general, si continúan demostrando tanto sentido de la oportunidad, osadía y fuerza como hasta ahora, yo creo que es mejor hacerse su amigo, incluso uno con ellos, que andar tratando de precaverse de lo inevitable... Y Jasón se ha informado bien, te lo aseguro, el Vellocino existe, los colquídeos lo guardan en un bosque sagrado, custodiado por un dragón. Traerlo es una cuestión de prestigio, un reto... unirse a ellos en esta aventura, servirá para que empiecen a considerar a Tracia, no como un territorio bárbaro del norte a colonizar, sino como una digna parte de la Gran Grecia.

            -¡Un dragón! -el rey se tocó la cabeza- ¡Los dragones no existen más que en las leyendas!... Jasón va totalmente engañado detrás de un mito, hijo, nada tangible, nada que interese ¿Qué prestigio nos va a dar la conquista de una piel de carnero vieja?... Os educamos contándoos mitos, porque los mitos son metáforas que sirven para que después comprendáis el mundo, sus leyes y sus valores... Y es normal que un campesino ignorante tome sus decisiones y guíe su vida confiando en los mitos que aprendió, ya que no tiene mejor instrucción –prosiguió Eagro dando una vuelta alrededor de la sala-,  pero para un hombre culto, los mitos son sólo referencias, cuentos, y él se guía por la razón, por lo que planea previamente y por lo que analiza que más conviene hacer en cada momento para cumplir su plan de vida, para realizarse. Tomar mitos por realidades y marchar tras ellos es inmadurez, infantilidad... a tu edad, perdona que te lo diga, locura.
-Padre -insistió Orfeo-, varios de los antiguos compañeros que tuve donde Quirón van, además de Jasón y otros grandes campeones: Cástor y Pólux de Esparta, los minias Idas y Linceo, el gran Anceo de Tegeda, Ascáfalo de Orcómeno, Eufemo de Tenaro, el sabio heraldo Equión; el príncipe Peleo de Egina; el príncipe de Calidón, Meleagro; el arquero Falero, de la casa real de Atenas... y hasta jóvenes reyes: Augías de Élide, Admeto de Feras... ¿Son locos? ¿Ilusos? ¡Son los mejores hijos de los griegos!... ¡Yo quiero ir también, padre! Tracia no se va a quedar sin mandar a alguien de buena cuna a esta gesta, aunque sólo sea para asegurarse una información, prestigio, relaciones que nos faciliten una mayor presencia en la apertura de nuevas vías de comercio con Asia... Se cuenta que en esa zona hay muchos cereales y lana, y además oro, cobre, gemas preciosas...
-Lo sé, Lo sé,  ya lo sé –cortó el rey-. ¿Crees que no mandé hace mucho a mis consejeros que elaboraran un informe sobre el tema? Según ellos, no nos resulta rentable todavía el comercio directo con esas tierras tan lejanas, ni política, ni económica, ni estratégicamente. Por ahora, nos basta con preservar el paso libre por los estrechos... y eso ya nos está costando mucho oro y diplomacia -y, en tono conciliador-. Tal vez algún día, le interesará la Cólquide, junto con toda la orilla sur del Mar Negro, y tal vez la Armenia, a los consejeros de tu nieto... Si antes lográramos formalizar una gran alianza con el rey de los troyanos, que está en el medio. Puedo pedirle a una de sus hijas para casarse contigo...


-Padre, por favor –dijo Orfeo alzando la voz- ¡Por ahí sí que no paso! ¡Yo ya estoy comprometido y bien comprometido con Eurídice, la mujer que amo!... y en cuanto a la Cólquide, permíteme decirte que lo que les parece lejano hoy a tus asesores, nos parecerá cercano en cuanto los griegos comiencen a colonizarlo. Y eso vendrá tras esta expedición, seguro; son rápidos en ampliar sus posibles mercados. El mundo se le queda pequeño a las nuevas galeras de vela con treinta remeros o más. Te impresionaría la que ha sido capaz de construir Argo para Jasón.
-No les va a ser así de fácil, con Laomedonte de Troya controlando los estrechos y todo el comercio asiático. Y además, por muy rápida que sea esa nave, podrías demorar años en volver. O no volver... ¡Y ya hemos hablado antes de tus egoístas compromisos sentimentales! Un príncipe puede hacer lo que le plazca en privado, para eso es un príncipe. Puede tener todas las amantes que quiera, siempre siendo discreto. Pero a la hora de casarse, ha que pensar sólo en lo que es conveniente para su país. ¡No me hables más de matrimonio con Eurídice! Un matrimonio tuyo es una oportunidad de alianza con otro estado para Tracia, no una cuestión de amor –remató el rey, con toda autoridad, a modo de conclusión.

-Me casaré con Eurídice cuando vuelva del Cáucaso y tendremos hijos que serán hijos del amor –dijo sencillamente Orfeo.

El rey Eagro, viendo la cara de inaccesible empecinamiento de su hijo, y con el tono de quien tiene que tomar una dura decisión que ya durante mucho tiempo ha sido pensada, contestó bruscamente:
-Si te empeñas en anteponer los egoístas intereses de tu personalidad a tus deberes de príncipe real y te enrolas en esa loca expedición en lugar de atenderlos, no creas que vamos a esperar por ti, Orfeo. Esta es una monarquía seria. O haces lo que debes, o nombraré a tu siguiente hermano príncipe heredero y lo prepararé para las tareas de gobierno, que es en lo que tú deberías estar ocupado ahora, y no en tantas músicas y en tantos sueños.

-Harás muy bien en nombrarlo. Se parece a ti mucho más que yo, padre; seguro que dará un serio y eficiente rey.
-Hijo... ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Quieres echar tu futuro por la borda?
-Me doy cuenta, padre, pero eso de lo que hablas no es mi futuro, sino “tu plan de futuro”. Y tienes más hijos para realizarlo. No sólo a mí, el loco... Mi futuro tengo que elegirlo yo mismo. Y estoy eligiéndolo ahora.
-¿Y qué eliges? –dijo Eagro, con tono de desafío.
-Elijo vivir de otra manera. Renuncio en mi hermano a mis derechos a la corona – dijo con suave firmeza mirándole a los ojos. Orfeo nunca se sintió más lúcido ni más tranquilo.

-¿No le disputarás luego a tu hermano su derecho al trono? –preguntó incisivamente el rey. Estaba claro que le complacía la renuncia, pero quería asegurarse y quedar bien.
-Te juro que apoyaré cualquier plan de futuro para el país que diseñéis tú y él, padre; sé que será lo mejor para Tracia. Nunca le disputaré el trono a mi hermano, te lo juro. Yo no sería un buen rey, soy muy poco estable, demasiado móvil. Apuesto a que él sí lo será –dijo con naturalidad.
-Te advierto que tu hermano va a seguir la misma política que yo: en lo exterior sostendrá la alianza con Troya y no con los griegos y en lo interior seguirá favoreciendo el culto del dios Dionisio, que fue quien le hizo ganar el trono de Tracia a tu abuelo Cárope, mi padre, frente a su rival, Licurgo, un apolíneo. Debemos ser agradecidos... A pesar de que te he iniciado en los misterios de Dionisio desde pequeño, tú pareces haber mostrado mucho más interés por el orgulloso Apolo de los griegos.
-Padre, respeto muchísimo a Dionisio y tengo claro que apoyar su culto hace que el pueblo te apoye, pero no olvides que mi madre es una sacerdotisa de Apolo, y que yo tenía que conciliar a esos dos dioses, paterno y materno, en mi cabeza y en mi corazón: por eso me fui a Egipto... Esperaba encontrar allí el origen común de ambos.
-Creo que has vuelto mucho más griego que egipcio, Orfeo.
-Sólo por fuera padre... siento, realmente, que si algún día tendremos una civilización mundial, se la deberemos a los griegos, que tienen el genio de encontrar el punto de unión razonable y actual entre todas las culturas que les rodean; eso es el espíritu de Hermes y por eso me interesan... pero Egipto sigue siendo Toth, la fuente original de todo conocimiento importante.
-Bien, basta de preferencias religiosas o simpatías culturales, Orfeo. Lo único que yo quiero oír de ti es la promesa de que, aunque admires a los griegos y a Apolo, no obstaculizarás mi política ni la de tu hermano a favor de Troya y de Dionisio.
-Podréis contar con eso, padre. Te doy mi palabra de que seré todo lo neutral y fiel posible, nunca estaré en oposición a las alianzas de la corona... Y, por favor, contad también conmigo para tender puentes de comprensión entre Apolo y Dionisio.

-Siendo así... –suspiró el soberano- elige el futuro que tú mismo desees, Orfeo, y que todos los dioses te bendigan. Pero recuerda bien que, para no ofender a nuestros aliados asiáticos, no irás como representante oficial y príncipe de Tracia en esa expedición, sino a título particular... a menos que volváis triunfantes –Eagro puso la cara que solía para decir “así es la política”.
             Orfeo tenía bien claras, ahora, las verdaderas razones de las resistencias del rey: su política para el futuro de Tracia se encontraba en un delicado equilibrio entre los agresivos y expansionistas griegos del sur, a los que no convenía tener como enemigos, frente a sus intereses en el este, que pasaban por mantener buenas relaciones con la vecina Troya, celosa guardiana del Mar Negro y de Asia Menor. Establecidas sus puntualizaciones de hombre de estado, Eagro regresó a la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”:
-Perdona si me calenté antes, que no era para menos... Pero mucho ojo, ándate con cuidado, mi hijo, pídele a mi ayudante cuanto necesites para equiparte y vuelve siempre a ésta, tu casa, sea cual sea el resultado de tu aventura.

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