quarta-feira, 7 de setembro de 2011

27- COLONOS GRIEGOS EN IBERIA


COLONOS GRIEGOS EN IBERIA     

-Cuenta, cuenta ahora, por favor, quiero saber todo lo posible sobre ese tenebroso País de los Muertos, a donde me dirijo.

-De tenebroso nada, hombre, Iberia es una tierra bien luminosa, sobre todo el levante y el sur, donde está Tartesós, su más importante reino...  En el pasado, la dinastía Minos había ayudado a los carios, nuestros posteriores vecinos en Lidia, a quienes respetaban mucho, a establecerse en una isla situada en la doble desembocadura del río Betis, donde estaba el puerto más rico en intercambios del Sur de Iberia. Así que, en la época de mi padre, los tirsenos también nos las arreglamos para conseguir, por intermedio de ellos, que los reyes ibéricos nos cedieran terrenos para construir un depósito seguro para nuestras mercancías. Nuestra primera factoría, un simple almacén fortificado, se llamaba Mainake y estaba muy lejos de los mejores mercados, pero para la segunda conseguimos que nos cediesen terrenos justo enfrente de su capital, situada en la isla interior de la desembocadura del rio Tinto o Híbero, Erytia (a la que los griegos llamábamos Erytheia). Nuestro nuevo emporio se llamaba Tursha y se encontraba en una larga lengua de arena exterior, cerca de la isla del León, Gádir, donde los fenicios también habían construído su propia factoría.
Del modesto emporio Tursha, cuando se agrandó, salió el nuevo nombre de Tarssit. Y luego, ya que pocos navegantes eran capaces de pronunciar la denominación indígena, se extendió a Tartessós para toda la ciudad, que se fue popularizando a medida que fuimos asentando allí a más y más jonios-eolios-tirsenos procedentes de la desgraciada Lidia.

-Desgraciada ¿por qué? -preguntó Orfeo.
-...Porque si los emigrantes-invasores que llegaron a Asia y Egipto cuando mi padre era joven, sólo eran unos desplazados que apenas buscaban un sitio en el mundo, los actuales saqueadores de Asia Menor son puros piratas, comandados en la sombra por los voraces aqueos, a quienes todavía no les interesa aparecer directamente como invasores ante los troyanos. Ya te dio el rey Laertes noticia de las devastaciones causadas en Frigia por el micénico Atreo. ¿No es así? Pues fui yo quien le informó, a través del rey Alcínoo. He visto las ciudades más cultas y refinadas del litoral de Anatolia expoliadas e incendiadas por esos brutos y a los prisioneros supervivientes, gente que valía mucho más que ellos, convertidos en esclavos... o en ciudadanos de segunda categoría, si sus conocimientos eran imprescindibles.

...Y acabarán tratando de apoderarse también de la rica Troya, ya lo verás , como intentó Hércules en la destructiva razzia que hizo…aunque tuvo que irse cuando los troyanos del interior reaccionaron y contraatacaron en buen número. Y me temo que detrás de los aqueos, cuando ya se hayan acomodado a la civilización, llegarán algún día al Egeo sus parientes de Iliria, los dorios, bastante más bárbaros que ellos, o surgirá en Mesopotamia un nuevo imperio conquistador que intente dominar Asia Menor... Quien anticipa el futuro, como Tmolo fue capaz de hacer, ya está viendo que grande, muy grande, va a ser la próxima desbandada de refugiados en esa antigua y sufrida Anatolia , madre o anfitriona amorosa de tantos pueblos, igual que la Gran Diosa que cultúa, y será pronto. Así que muchas de esas personas confían en el buen éxito de nuestra misión.

-¿Y puedo saber que misión es esa, comandante? -preguntó el bardo.

-Yo represento a un grupo de cultas familias de toda la Jonia Lidia que me han encargado explorar las costas de Occidente, con el objetivo de buscar algunos lugares adecuados donde poder vivir en paz y prosperidad, sin tener que aguantar la superpoblación y las sucesivas invasiones de bárbaros que se están preparando para caer sobre el centro del mundo civilizado. Nuestra misión es encontrarlas a lo largo del litoral de Iberia, crear algunas pequeñas factorías de intercambio con los nativos y mandarles luego aviso para que puedan establecerse en ellas.
-¿No les gusta Italia? ¿O la tal Tartessós?
-Claro que les gustan, pero Tartessós ya está suficientemente colonizada. Sobran tirsenos allí... Y todavía hay tanta gente en Lidia que desea salir de aquel agobio, que los de la Etruria itálica, antes de sobrecargarse de refugiados y conseguir, con ello, que sus vecinos nativos, los peligrosos Latinos, se sientan invadidos por extranjeros y reaccionen en contra, preferirían ir creciendo con discreción y mandarlos a llevar el fuego sagrado del templo de Atenea a tierras vírgenes, con lo que se convertirán en los héroes de sus futuros pueblos... Iberia será el lugar ideal para eso durante los próximos cien años. Sólo viven allí, a excepción de los tartesios, tribus muy atrasadas que están en perpetua guerra entre sí. Necesitan a alguien que les haga el favor de pacificarlos y civilizarlos.                
-Conozco esas palabras -dijo Orfeo-, son las que han justificado todas las invasiones, desde el principio de la historia.

-Bah, nosotros no pretendemos invadir a nadie, sólo negociar la fundación de algunas factorías protegidas en las que comerciar con los nativos y en las que podamos ir estableciendo a los pobres lidios...  El problema es que los fenicios también andan detrás de lo mismo, ya que su tierra es lugar de paso y campo de batalla inevitable para todos los invasores y quieren fundar una Nueva Canaán en el Mediterráneo Occidental... Así que el futuro será de ellos o nuestro.

Después de que Arron expusiera sus planes, Orfeo, viendo que se encontraba ante un hombre de honor, serio y determinado, aunque demasiado convencido de la superioridad cultural de su patria, le confió los suyos y le rogó que le llevara como ritmador de las cantinelas de los remeros de su barco.
Aunque le pareció que sólo perseguía una quimera, el comandante jonio quedó bien impresionado por aquel fino y culto tracio con tan buenas referencias y recomendaciones, evidentemente un noble, que tan sólo se diferenciaba del más civilizado de los griegos en aquel pequeño tatuaje de tres círculos concéntricos en mitad de su frente, el cual delataba, sobre sus claros ojos nórdicos, su pertenencia a un país aún semibárbaro.
Así que lo aceptó y le dio la bienvenida a su nave de cincuenta remos, con mascarón de proa en forma de caballo alado, que se llamaba “Tursha”, como era de esperar. Al amanecer del día siguiente, la flotilla zarpó de Corcyra y atravesó el estrecho de Otranto, costeando luego el calcañar de la bota itálica hasta el espléndido puerto natural de Tarento, donde cargaron telas de lujo teñidas con una buena imitación de aquellas tinturas púrpura que dieron su nombre a los fenicios, ya que fenicio significa, precisamente, "rojo" o "púrpura".

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