sexta-feira, 9 de setembro de 2011

58- RITUAL DE ENTRADA

RITUAL DE ENTRADA 

A la tarde siguiente, regresaron muy contentos del pueblo, vestidos ambos con sus mejores galas: el tracio estrenando túnica blancay sandalias y Donnon con prendas semejantes, que Orfeo había insistido en que le aceptara, además de suministros y de otros regalos que compró para él.            Sobre el ara que había en lo alto del Laberinto, quemaron flores y perfumes, ofrendando a la Vida el laberinto personalizado que representaba el recorrido vital de Orfeo. Al mismo tiempo, el instructor le hizo tomar su última copa de agua de poder, agradeciendo  al Universo por la consecución de lo que desaba y confirmando su compromiso con el cumplimiento atento de su propio destino escogido. Por último, cuando comenzaba a atardecer, bajaron a la playa.

Dos personas estaban esperando por ellos allá abajo. Orfeo se sorprendió: eran la alta sacerdotisa del Templo del Amor y el “Hombre del Roble”.
Donnon le dijo, mientras iban a su encuentro,  que “Los que Saben” habían venido a prestarle su ayuda para descender al Hades, pero que las condiciones del ritual adecuado, si las aceptaba, eran las siguientes:
-Deberás permanecer sin pronunciar ni una palabra a partir de ahora. Tienes  total libertad para marcharte tranquilamente cuando quieras, si lo deseas. Bastará un gesto de despedida para quedar bien. También puedes seguir hasta el final. Pero siempre en silencio.
En cuanto él llegó cerca, Thais se colocó su máscara de Luna. No estaba allí como amiga, sino representando a la Diosa.

Efectivamente, no lo saludaron como se saludan los amigos o conocidos, sino de una manera seria y ritual. El ermitaño llevaba una gran copa de barro cocido entre las manos de estilo bárbaro, muy antiguo, con dos asas en forma de serpientes enrolladas alrededor de ella, que estaba cubierta con una tapadera rematada por un sol sobre una media luna.
-Normalmente, nadie puede descender al Inframundo en un cuerpo mortal y sobrevivir –dijo con voz neutra “El Hombre del Roble”-. Pero podemos preparar a tu espíritu para que quede liberado de esa limitación. Si tú deseas que así sea, haz una inclinación de cabeza.
Orfeo miró a Donnon, que apenas esbozó una sonrisa de simpatía, sin animarle ni desanimarle. Los ojos de Thais, tras la máscara, ni pestañeaban. Entendió que esperaban de él una decisión libre, sin influencias. Inclinó la cabeza, asintiendo.
La sacerdotisa empezó a caminar hacia las rocas, el “Hombre del Roble” la siguió con su cáliz, como en procesión, Donnon, con un gesto le convidó a continuar detrás y él cerró la fila.
Doblaron la esquina de la playa por el sendero que iba a la Uña de Piedra, deteniéndose al otro lado del lugar donde el bardo había visto a Eurídice en su sueño, frente al mar. En aquel saliente aislado nadie más podría observarles. El ermitaño colocó la copa sobre una peña, solemnemente. Luego encendió una vela con yesca ante ella y empezó a cantar una monótona salmodia en su lengua. La sacerdotisa se colocó tras la peña, con ambas palmas abiertas a la altura del pecho, dirigidas al cáliz. Donnon le hizo cerrar el círculo y también se concentró.
El “Hombre del Roble” se volvió hacia Orfeo y le dijo, muy despacio y claramente, como si quisiera que lo grabase en su memoria:
-El viajero que tiene el valor de moverse a través de las distintas dimensiones de la existencia debe recordar que todas y cualquiera de ellas son puras creaciones mentales de su Ser y que sólo centrándose en su Ser Eterno, y no en su personalidad circustancial, se centrará en lo sólido y real que origina todas las apariencias y las trasciende –luego se volvió y siguió con su canturreo.

            Cuando el sol poniente tocó el mar, la sacerdotisa sacó una varita de madera de su túnica y, levantando la tapadera, revolvió el líquido que contenía. Luego dejó la varita sobre la roca alzó el cáliz hacia occidente y lo consagró en nombre del Amor, pidiéndole “que disolviese cualquier vacilación o duda y que coagulase la certeza del poder de la divina creatividad de nuestra esencia interna actuando en nuestra voluntad externa”. Se subió un poco la máscara y bebió, muy lentamente, un largo trago.
El ermitaño recibió la copa de ella y también bebió. Luego Donnon. Orfeo fue el último.
Probó un sorbo: era una especie de licor endulzado con miel, con algunas hierbas o frutos triturados y hervidos que lo espesaban ligeramente y lo aromatizaban; sabía fuerte y gustoso. Dio un trago largo y lento, paladeando un rato, como sus compañeros. Después se lo pasó a  la sacerdotisa.
Hubo una segunda y una tercera ronda silenciosa, mientras el sol se fundía con la mar. Cuando se acabó el licor, Thais depositó de nuevo el cáliz sobre la roca  y elevó sus brazos para rogar a los poderes ultradimensionales que fuesen misericordiosos y complacientes con el peticionario. Luego ella y el ermitaño se inclinaron de forma ritual, apagaron la vela, recogieron la vasija y se marcharon sin más despedidas.
            -Ahora, sólo tú contigo mismo, Orfeo -terminó Donnon la ceremonia, mirándole con cariño y dándole un abrazo.

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