Anonimo Anónimo
Aito y los Brigmil se despidieron y marcharon para Brigantia, donde ya todo estaba preparado para embarcar rumbo a la Isla del Destino. Dejamos, por ahora, de saber de ellos, aunque más adelante vamos a enterarnos de algo de lo que les aconteció .
Aito y los Brigmil se despidieron y marcharon para Brigantia, donde ya todo estaba preparado para embarcar rumbo a la Isla del Destino. Dejamos, por ahora, de saber de ellos, aunque más adelante vamos a enterarnos de algo de lo que les aconteció .
Orfeo, entretanto, permaneció algún tiempo más en
Milesia, colaborando con el orden y la disciplina de la comunidad, pero centrando
su mente y sus sentimientos en ir terminando el Himno a Gal que había comenzado
a componer y que adornó con formas que recordaban las de Amerguín, intentando
no desmerecerlas. Entretanto , sus continuas reflexiones acabaaron
por decidirle a irse desligando de la embriagante influencia del maestro de los
Milesios y a reanudar su búsqueda personal.
Terminada la obra, la presentó a la comunidad y anunció
al final , con gran agradecimiento y respeto hacia ella, que, en cuanto la
pudiese traducir, se dispondría a seguir su caminada hacia el Fin del Mundo, Finisterre,
siguiendo la ruta que pasa por lo que hoy es Santiago.
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…Sobre la música
que había ido creando, Orfeo fue traduciendo sus palabras de la lengua franca
al goidélico con la ayuda de los colaboradores de Amerguín, quien no se había
manifestado en absoluto, ni a favor ni en contra, ante la decisión de Orfeo,
sin comentarios.
Cantó varias veces el himno
a Gal al grupo de sus colaboradores la noche antes de que se despidieran, hasta
que estuvo seguro de que habían aprendido la música y el sentido de sus versos,
los cuales podrían, poco a poco, ir modulando y adaptando mejor a la especial
musicalidad de su propio idioma.
El himno comenzaba describiendo los rumores del viento del océano penetrando
los verdes bosques y montañas del país de los Gal y preguntaba con un quiebro
espiral qué era lo que el viento repetía. El viento hablaba del alma fuerte,
heróica e independiente de aquel pueblo cuyos templos eran la pura naturaleza
sagrada y cuyos dioses no tenían imágenes porque su imagen era la del mismo
cosmos, por la esencia de ellos conformado.
El viento exaltaba a un
pueblo que no se ajustaba a otros límites ni rumbos que a los de su propio
coraje e imaginación, un pueblo caminante, aventurero y determinado; un
pueblo hospitalario, generoso y protector de los caminantes que llegaban a su
remota tierra persiguiendo uno de los más nobles sueños humanos: el de morir a
lo conocido y rutinario de la más digna de las maneras, para renacer en el
mítico País de los Bienaventurados, aquél que esperaba por los espíritus
esforzados más allá de la negra sombra del Fin del Mundo.
El himno avisaba de que
llegarían tiempos en que aquellas almas intensas se adormecerían en el sueño,
sensato y conformista, de un mundo en el que se rompería el equilibrio entre
ideal y materia a favor de la materia, un mundo gris en el que la libertad
individual se miraría como anarquía y los ideales viriles como arcaica
inmadurez, un mundo en el que las ansias de heroísmo y de trascendencia
espiritual serían sustituidas por la ambición de llenar la barriga, poder
comprar un montón de cosas y poseer muchas propiedades, aunque eso significase
esclavizarse a otros durante largos años y aceptar el sometimiento de los
propios sueños a aquello que los detentores del poder autorizasen y calificasen
con el civilizado título de “normalidad”.
Y terminaba Orfeo retomando con
mayor intensidad el sonido del viento atlántico entre los árboles, al amanecer
de una nueva era, para estimular el renacimiento, en el momento de mayor
desequilibrio, del alma auténtica de las tribus Gal: “¡Realiza tu más noble
sueño, tierra verde de los Brigmil!”
Los guerreros libres estaban
encantados con el himno y repitieron muchas veces , llenos de entusiasmo, el
llamado a la realización. batiendo con las lanzas sobre sus escudos mientras lo
coreaban a pleno pulmón.
En el
mejor momento, apareció Amerguin acompañado de algunos de sus lugartenientes y
se quedaron en pié junto a la puerta de entrada, escuchando. Al acabar el
himno, dirigió una mirada apreciativa al tracio y éste la devolvió con una
inclinación de cabeza, sabiendo ambos que aquella iba a ser su única y silenciosa
despedida. Después de eso, Amerguin y su séquito salieron del recinto.
Al amanecer del día
siguiente, Orfeo salió de Milesia a caballo, junto a una compañía de Guerreros
Brigmil que se dirigía a las tierras de los Brigantes.
Cuando finalmente llegaron a
la encrucijada, desmontó, devolvió el caballo prestado y se despidieron con
tristeza, los Brigmil siguiendo hacia el Noroeste, y Orfeo hacia el
Oeste, por el Camino Tradicional de las Estrellas, en busca de su loco sueño.
Hasta que la doble columna
montada de hombres-lobo, precedidos por su estandarte, se perdió en un recodo
del camino, el bardo estuvo tocando su himno, en pie sobre una roca, y ellos
cantándolo.
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