sexta-feira, 9 de setembro de 2011

48 (10)- LA DECISIÓN DE ORFEO

Anonimo Anónimo

Aito y los Brigmil  se despidieron y marcharon para Brigantia, donde ya todo estaba preparado para embarcar rumbo a la Isla del Destino. Dejamos, por ahora, de saber de ellos, aunque más adelante vamos a enterarnos de algo de lo que les aconteció .

Orfeo, entretanto, permaneció algún tiempo más en Milesia, colaborando con el orden y la disciplina de la comunidad, pero centrando su mente y sus sentimientos en ir terminando el Himno a Gal que había comenzado a componer y que adornó con formas que recordaban las de Amerguín, intentando no desmerecerlas.  Entretanto , sus continuas reflexiones acabaaron por decidirle a irse desligando de la embriagante influencia del maestro de los Milesios y a reanudar su búsqueda personal. 
Terminada la obra, la presentó a la comunidad y anunció al final , con gran agradecimiento y respeto hacia ella, que, en cuanto la pudiese traducir, se dispondría a seguir su caminada hacia el Fin del Mundo, Finisterre, siguiendo la ruta que pasa por lo que hoy es Santiago.

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  …Sobre la música que había ido creando, Orfeo fue traduciendo sus palabras de la lengua franca al goidélico con la ayuda de los colaboradores de Amerguín, quien no se había manifestado en absoluto, ni a favor ni en contra, ante la decisión de Orfeo, sin comentarios.

Cantó varias veces el himno a Gal al grupo de sus colaboradores la noche antes de que se despidieran, hasta que estuvo seguro de que habían aprendido la música y el sentido de sus versos, los cuales podrían, poco a poco, ir modulando y adaptando mejor a la especial musicalidad de su propio idioma.
            El himno comenzaba describiendo los rumores del viento del océano penetrando los verdes bosques y montañas del país de los Gal y preguntaba con un quiebro espiral qué era lo que el viento repetía. El viento hablaba del alma fuerte, heróica e independiente de aquel pueblo cuyos templos eran la pura naturaleza sagrada y cuyos dioses no tenían imágenes porque su imagen era la del mismo cosmos, por la esencia de ellos conformado.

El viento exaltaba a un pueblo que no se ajustaba a otros límites ni rumbos que a los de su propio coraje e  imaginación, un pueblo caminante, aventurero y determinado; un pueblo hospitalario, generoso y protector de los caminantes que llegaban a su remota tierra persiguiendo uno de los más nobles sueños humanos: el de morir a lo conocido y rutinario de la más digna de las maneras, para renacer en el mítico País de los Bienaventurados, aquél que esperaba por los espíritus esforzados más allá de la negra sombra del Fin del Mundo.

El himno avisaba de que llegarían tiempos en que aquellas almas intensas se adormecerían en el sueño, sensato y conformista, de un mundo en el que se rompería el equilibrio entre ideal y materia a favor de la materia, un mundo gris en el que la libertad individual se miraría como anarquía y los ideales viriles como arcaica inmadurez, un mundo en el que las ansias de heroísmo y de trascendencia espiritual serían sustituidas por la ambición de llenar la barriga, poder comprar un montón de cosas y poseer muchas propiedades, aunque eso significase esclavizarse a otros durante largos años y aceptar el sometimiento de los propios sueños a aquello que los detentores del poder autorizasen y calificasen con el civilizado título de “normalidad”.

Y terminaba Orfeo retomando con mayor intensidad el sonido del viento atlántico entre los árboles, al amanecer de una nueva era, para estimular el renacimiento, en el momento de mayor desequilibrio, del alma auténtica de las tribus Gal: “¡Realiza tu más noble sueño, tierra verde de los Brigmil!”

Los guerreros libres estaban encantados con el himno y repitieron muchas veces , llenos de entusiasmo, el llamado a la realización. batiendo con las lanzas sobre sus escudos mientras lo coreaban  a pleno pulmón.

En el mejor momento, apareció Amerguin acompañado de algunos de sus lugartenientes y se quedaron en pié junto a la puerta de entrada, escuchando. Al acabar el himno, dirigió una mirada apreciativa al tracio y éste la devolvió con una inclinación de cabeza, sabiendo ambos que aquella iba a ser su única y silenciosa despedida. Después de eso, Amerguin y su séquito salieron del recinto.

 Al amanecer del día siguiente, Orfeo salió de Milesia a caballo, junto a una compañía de Guerreros Brigmil que se dirigía a las tierras de los Brigantes.

Cuando finalmente llegaron a la encrucijada, desmontó, devolvió el caballo prestado y se despidieron con tristeza, los Brigmil  siguiendo hacia el Noroeste, y Orfeo hacia el Oeste, por el Camino Tradicional de las Estrellas, en busca de su loco sueño.

Hasta que la doble columna montada de hombres-lobo, precedidos por su estandarte, se perdió en un recodo del camino, el bardo estuvo tocando su himno, en pie sobre una roca, y ellos cantándolo.

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