quarta-feira, 7 de setembro de 2011

26- LOS INMIGRANTES DE ASIA MENOR


LOS INMIGRANTES DE ASIA MENOR 

Ante un panorama de tal dureza, el rey jonio Tmolo, un hombre sabio que podía prever el futuro, preparó a su pueblo para el desapego de lo conocido y el coraje para fundar una nueva sociedad y se anticipó prudentemente a emigrar a Lidia, con aquellos de sus súbditos que aceptaron sus profecías. Su flota cruzó al Asia Menor, al otro lado del Egeo. Allí comenzó a crecer, a partir de cero, la Jonia Lidia. Es más fácil edificar algo nuevo que intentar reformar lo que porta consigo todos los hábitos de lo obsoleto.
Mientras tanto, en la península griega, los reyes-sacerdotes que se habían quedado, consortes de las reinas-sacerdotisas, como Tántalo, hijo de Tmolo, y los nietos de Éolo, Salmoneo, Eetes y Sísifo, intentaron una última resistencia contra el maremoto patriarcal, pero los aqueos los arrollaron, vencieron, humillaron y mataron... Únicamente se salvó el famoso Eetes, porque logró huir, en el último momento, a la Cólquide. En pocos años, Eetes consiguió, gracias a su inmensa valía como estadista, convertirse en dirigente de aquel remoto pié del Cáucaso donde se había iniciado la expansión europea de la Raza Ariana, , hasta que vosotros los argonautas, impulsados por Pelias, que lo odiaba por motivos personales bien mezquinos, fuísteis a arrancarle el Vellocino, que era el emblema ancestral, bien merecido por aquel país, de aquella expansión, y con él, a sus desgraciados hijos. -

Orfeo suspiró, percibiendo de repente la verdadera y vengativa razón por la que Jasón había sido enviado por su manipulador tío al extremo del Mar Negro. No era agradable escuchar la versión de su gloriosa aventura juvenil contada por el bando que había resultado perjudicado por ella.

-Los que habían emigrado a tiempo con el previsor Tmolo a Lidia -siguió contando Arron sin resentimiento-, hicieron una ciudad magnífica y luego crearon una federación de ciudades jonias y eolias independientes en todo el litoral de Asia Menor, que se convirtieron, sobre todo las jonias, en verdaderos centros culturales, como Mileto, Éfeso y Focea, en la costa, de donde hemos partido nosotros, y Chío y Samos en las islas.

-¿Y los tirsenos, comandante? -preguntó Orfeo, un poco cansado de tantos antecesores y queriendo llegar a él- ¿De dónde salieron?
-Pues el mito cuenta que Tiro, hija de Alcídide y del resistente eolio Salmoneo, fecundada por Poseidón, fue la madre de dos pueblos de grandes navegantes: el de los que se establecieron en el litoral semita de Canaán y fundaron la ciudad de Tiro, a quienes también se les llama fenicios, que ahora son nuestros principales competidores, y el de los Tirrenos o Tirsenos, que emigraron a la costa occidental de Asia Menor, que fundaron las ciudades de Tyrrha y Thyrsa, y que se mezclaron e integraron muy bien con los jonios y con todos los pueblos que había por allí.
-¿Y cómo es Lidia y los nativos de ese país que tan bien acogieron a los jonios y eolios exiliados?
- Acogieron... tú sabes como son esas cosas, Orfeo: los comerciantes hábiles empiezan por establecer un emporio comercial en la costa de un país y luego, poco a poco, acaban por dominar su economía y por imponer sus costumbres... eso fue lo que ocurrió con nosotros en Lidia. Los nativos lidios del interior son medio semitas o acadianos al sur, como sus vecinos carios y fenicios y, al norte, medio frigios,  es decir, arios, como los otros vecinos, meonios y troyanos.
Lidia está situada en la mejor confluencia para el comercio mundial. Tiene enfrente el golfo de Esmirna, de donde se sale para la florida Samos, Mileto, Icaria y las Cícladas, un rosario de islas que forman un puente hacia los puertos peninsulares: Atenas, Áulide, Micenas y  Tirinto... o hacia el cabo Malea, Creta y las rutas que van hacia el lejano Occidente.
-¿Hacia Occidente? -preguntó Orfeo, interesado.
-Hacia Occidente –confirmó el comandante-.Los jonios de Calcis, emigrados hace mucho desde Eubea, y establecidos cerca de tu país, Tracia –continuó, trazando en el aire un mapa imaginario-, contrataron a los excelentes marinos de la isla de Samos, y fueron los primeros griegos que, en tiempos más modernos, volvieron a navegar hacia Italia e Iberia, recuperando las antiguas rutas cretenses. Y más tarde, otra vez aliados con sus primos de Samos y los focenses.
-Yo tuve un compañero argonauta samio, el pequeño Anceo- recordó el bardo-. Y también había un focense... el gran nadador Eufemo de Tenaro, que nos salvó un par de veces de la persecución de las naves colquídeas.
 -Los focenses son hijos de la dificultad y eso los hará algún día un gran pueblo fundador de colonias hasta en el remoto Océano -aseguró el tirseno-. Su hogar europeo era la montañosa e improductiva Fócide, donde está el Santuario de Delfos, cuyos primeros habitantes eran los lélegos, que fueron empujados por las invasiones al centro de Grecia. Allí se integraron tan bien con los jonios que luego se vinieron con nuestros padres al Asia Menor. Ahora su colonia asiática principal crece  y crece, con el nombre de Focea, en la península que está más al norte de la Jonia Lidia. Son magníficos marinos... y dicen las malas lenguas que también famosos piratas... los cuales, por cierto, conforman la mitad de mi tripulación actual. Pero no tengas miedo, porque yo sé dirigirles como les gusta y mantenerlos en disciplina, y así consigo que salga hacia afuera lo mejor que hay en ellos.
Los jonios de Calcis y Samos llegaron, pues, a Italia –siguió-, modernizaron los asentamientos que fundaron los cretenses en el sur y fueron los primeros en controlar con emporios los mercados de Etruria, haciéndose amigos de los belicosos sardos, que dominaban la región. Ellos permitieron y facilitaron a los otros jonios y eolios el paso por el estrecho de Scylla, en Sicilia, que es por donde nosotros iremos ahora, para no tener que aventurarnos a través de zonas controladas por las galeras de guerra fenicias, procedentes de islas que fortificaron, Ortygia, Mozia y Malta... o de un enclave que han situado en la punta del litoral africano, Útica. Desde tales bases piratean toda nave pelasga o griega que encuentran, puesto que esos buitres marinos tratan de ir convirtiendo el Mediterráneo Occidental en un mar reservado al tránsito exclusivo de sus propios buques.
            -¿Hay, pues, peligro de ser atacados por los fenicios? -preguntó Orfeo con un deje de preocupación.
-Siempre lo hay, por eso vamos en un convoy de tres naves bien armadas, para protegernos mutuamente, este es un oficio para guerreros -respondió el tirseno desde su ecuanimidad-. Los fenicios dominan la antigua ruta norteafricana hacia Iberia y ya no nos dejan usarla como antes. Así que nosotros, junto a los demás jonios y eolios, patrullamos y defendemos la que va de isla en isla por la costa norte del Mediterráneo, hacia las bocas del Ródano. La competencia se ha hecho tan dura que estamos estudiando la posibilidad de desarrollar muchas galeras de guerra de veinticinco remos a cada lado, como ésta y, si es posible, de más, a fin de conseguir el máximo de velocidad, aunque el viento no ayude.

-…Pero te estaba contando lo que ocurrió cuando los míos llegaron a Lidia, huyendo de los aqueos... –retomó el hilo de su narración el comandante-. En aquella caótica época del exilio jonio y eolio a a la orilla asiática del Egeo, igual que ocurrió muchas veces antes en la historia, unos pueblos desplazados tuvieron que buscarse la vida, como desesperados sin patria, desplazando a otros. Eso es lo que había sucedido ya con la mayoría de los pelasgos peninsulares y con la clase dominante cretense, tras la destrucción de Knossos. En verdad, ellos contribuyeron mucho a hacer de Lidia, de Caria y de Licia, países cultos y refinados.           
Cuando el litoral de Asia Menor ya estaba desbordado por la segunda ola de emigrantes, aquella en la que llegaran mis ancestros, apareció en sus naves la tercera, formada por los jonios, eolios y pelasgos que se habían quedado en la Hélade, por apego a lo conocido y temor al cambio, pero que ya no aguantaban más la tiránica dominación de los aqueos, quienes los estaban convirtiendo en ciudadanos de segunda categoría, al tiempo que acababan con la antigua religión de la Diosa... El inicio de esta tercera ola fue pacífico y hasta tuvieron una buena acogida, dentro de lo posible, en un país sobrecargado de refugiados. Pero después sólo llegaba gente quemada por el sufrimiento, muy resentida y violenta, imposible de integrar, que se buscaba la vida con la espada en la mano. Esos causaron verdaderas devastaciones y rapiñas sin fin.
Durante un terrible período de carestía que duró dieciocho años, nuestro pueblo tuvo que decidir dividirse en dos partes, los que se quedaban en Lidia, los más fuertes y bien establecidos, comandados por los  los que habían hecho caso a Tmolo, , y aquellos que no tenían más remedio que emigrar de nuevo. Mis padres,  junto con otros muchos marinos empobrecidos, abandonaron el congestionado, competitivo y vulnerable país, dispuestos a hacerse con  un lugar para vivir donde fuese posible. Dirigidos por un príncipe llamado Tirsenos, hijo del rey lidio, se fueron a Esmirna, construyeron barcos y buscaron donde establecerse...Y se les ocurrió aceptar una alianza con los licios, sardos y otros “Pueblos del Mar”, que intentaron y consiguieron tomar por la fuerza una parte del litoral palestino, donde formaron los principados filisteos del sur.
 Desde ellos, atacaron sin éxito a los fenicios, y luego hasta se  aliaron con los libios y se atrevieron a ir contra los egipcios, aprovechando que estaban divididos por luchas religiosas. Los tirsenos, junto con los sardos, logramos mantener, a costa de muchos sufrimientos, una cabeza de puente durante unos meses en el delta del Nilo, donde los nativos ya nos llamaban “Turuscha,” pero por fin fuimos duramente rechazados por un faraón bien guerrero y, los pocos que sobrevivimos, ya ni se nos ocurrió volver a la vulnerable Filistea, que aguardaba la venganza del faraón triunfante,  ni insistir en que nos admitieran, fracasados como estábamos, en la abarrotada Asia Menor.
Por entonces yo era apenas un muchacho –recordaba Arron con una sonrisa melancólica-. Los supervivientes tirsenos y sardos de Egipto, compañeros de derrota,  navegamos más allá de Sicilia, hasta la isla de nuestros aliados, Cerdeña. Allí estuvimos una temporada, pero, aunque nos compadecían y ayudaban, es muy difícil integrarse con isleños que siempre lo verán a uno como extranjero y había mucha malaria, así que les pedimos que nos dejasen establecer una pequeña colonia en la porción de península Itálica que ellos tenían enfrente, Etruria, en el centro-noroeste de Italia, prometiéndoles ser sus centinelas en el continente en el contra intentos de invasión de su isla por otros pueblos.
Fue de ese modo que conseguimos pacíficamente, por medio de una negociación, un pedazo de litoral que los sardos habían ocupado desde mucho antes. En aquel territorio, regado por el Umbro, fundamos el emporio llamado Tirsenes (que empieza a ser conocida también como la ciudad de Tirrena). Desde aquel centro del Mediterráneo, comenzamos a comunicar el Oriente con el Occidente. Así fue nuestro asentamiento en Italia. En otro momento, si quieres, Orfeo, te podría contar el que hicimos en Iberia.

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