quarta-feira, 7 de setembro de 2011

15 (2)- LA MAGA-SERPIENTE


LA MAGA-SERPIENTE

Anónimo Anónimo

 

Llilith, la maga-serpiente, estaba furiosa por el fracaso del hechizado Aristeo, por su vuelta a sí mismo y por su avergonzada fuga. Ahora ya sólo quería morir o matar.
 
Morir antes de ser humillada una vez más, permitiendo que la mostraran, como un fenómeno de feria, en la boda de Orfeo y Eurídice, ante toda Tracia reunida. A ella, la hija mayor del Rey Aetes de la Cólquide, Suma Sacerdotisa de Hécate en su país, cuyo único delito había sido querer servir a su padre y a su patria, protegiendo, con las artes mágicas que su selectísima educación y talento le habían proporcionado, la piel áurea del Carnero Solar,

Decíase que el Vellocino o Toisón de Oro, el tótem del Aries Solar, símbolo del  impulso pionero de la Raza Ariana, había sido recibido directamente del propio Manú Vaivasvata  hacía muchos siglos en la sagrada Isla Blanca, proyección externa del Reino Suprafísico de Shambala, cuando los refinados habitantes de La Ciudad del Puente , allá en la Escitia Ancestral, acomodados en el poder de su imperio y su riqueza, comenzaban a iniciar su declinio, porque cuando el espíritu de un pueblo pierde su impulso ascensional, la fuerza de la gravedad y la inercia lo llevan a la decadencia.
Vaivasvata, padre durante muitas encarnaciones de los hombres y mujeres del Nuevo Ciclo,  entregó la piel rubia del carnero a las druidesas-artistas  de  su Cuarta Subraza, cuyos especiales talentos creativos había cultivado amorosamente en una región separada, lo mismo que modeló a los de la Quinta como tenaces realizadores prácticos, para que fuesen las ramas renovadoras del Árbol Ario, lo llevasen hasta lo más profundo de sus raíces en la Madre Tierra y lo proyectasen después, en ellos y en sus descendientes, a la imparable ascensión de retorno al Padre Celeste, por la vía del desarrollo de un  intelecto creativo, intuitivo, discriminador  y riguroso, sólida base de un Cuerpo Mental  Superior.
Eso era lo que significaba el símbolo sagrado del Vellocino. Después de cumplir aquel objetivo, para acabar exitosamente el ciclo evolutivo, el Cuerpo Mental tendría que integrarse después con  el Alma Colectiva y ésta con su Mónada.
Los Antiguos sabían muy bien para qué estábamos manifestando nuestros espíritus eternos en este plano de pruebas y aprendizajes, de conocimiento, dominio y sutilización de la materia, y los Dragones de Sabiduría, los Iniciados, asistidos desde las Dimensiones Superiores por las Jerarquías no encarnadas, eran los celosos guardianes y vigilantes del correcto cumplimiento del Plan Divino, para cada nueva etapa de la Humanidad.

Poco tiempo después  de la solemne entrega, el Fundador y Guía Inmortal de la Quinta Raza Monádica dio el impulso y la orden para que comenzara la emigración iniciática de ambas Subrazas, siguiendo el Caminar del Sol, desde las orillas remotas del Mar de Gobi  hasta el Cáucaso, con la colaboración y protección de los poderosos persas, comandados por una élite aria emigrada diez mil años antes, la de la Tercera Subraza, o Iraniana, aquella a la que el Instructor Zoroastro predicó la Religión del Fuego, en el que aprendieron a ver la manifestación material más pura de la Divinidad. 

Sometidas con mucho esfuerzo las tribus depredadoras de bárbaros descendientes de la brutal estirpe turaniana, que hasta  hacía poco devastaban desde aquellas alturas periódicamente la frontera persa, la Cuarta Subraza se estableció al sur de la cordillera y la Quinta al Norte-Nordeste, en los litorales occidentales del Mar Caspio, lo que hizo que cada vez se fueran diferenciando más y hasta compitiendo entre sí los hermanos, cada día más lunares y matriarcales los Nuevos Caucasianos del Sur y más solares y patriarcales los del Norte.


Siglos después, hombres de la Quinta Solar, que  ya se había extendido hasta el mar de Azov, robaron a sus primos el  dorado tótem de Aries  y se lo habían llevado como bandera a su agresiva conquista de los Balcanes, para caer después con ella como halcones sobre la Pelasgia Occidental.
 Para entonces, los de la Cuarta Lunar habían logrado extenderse por toda la Pelasgia Oriental y las Islas del Gran Verde, no por la fuerza de las espadas, como ellos, sino usando  sus artes femeninas de seducción de pueblos, sin ninguna violencia. Un día la Diosa inspiró a dos de sus hijos para  arrebatar por sorpresa el Vellocino a los sacerdotes de Zeus Lafistio, cruzar el mar  y  devolverlo a la caucasiana Cólquide, y a su santuario original en el Bosque Sagrado de la Gran Madre, No podían imaginar que  aquellos tenaces helenos  acabarían por organizar toda una expedición de lo más florido de sus héroes para apropiárselo de nuevo, como símbolo de su predominio actual.

El distinguido linaje familiar de Llilith había ido transmitiendo de padres a hijos y de  generación a generación recuerdos fragmentados de algunas de las antiguas magias toltecas de la Raza Anterior dentro del mayor sigilo, pues  estaban muy mal vistas  entre los Arianos, pero  aquellas técnicas psíquicas recobraron su sentido y cubrieron sus lagunas cuando  un  chamán de una tribu de nómadas Turanios fue capturado en combate  en el Kurdistán y reducido a la esclavitud por su padre, el rey Aetes.

A cambio de su libertad, el chamán les enseñó a invocar y conseguir la alianza de  las Fuerzas Oscuras de los Señores del Caos, Dragones de Sabiduría de mundos paralelos quienes, en trueque de que la familia real de la Cólquide  les sirviese de canales transmisores y ejecutores de sus deseos en la dimensión física, enseñaron a sus servidores como recubrirse de monstruosas apariencias, por medio de sugestiones hipnóticas que dejaban a sus enemigos paralizados de miedo o los ponían en fuga. De esa manera  había ella defendido contra intrusos el Bosque Sagrado donde se guardaban los más preciados talismanes de los Caucasianos del Sur.

 

Pero no le sirvió de nada haberse convertido en pavoroso dragón ante los Argonautas. Las malditas diosas olímpicas Hera y Afrodita habían  hecho que su hermana Medea, una hechicera de  mayor rango que ella, se apasionase  locamente por el jefe de la expedición extranjera. Cuando Orfeo la distrajo un segundo con el encanto de su música, la renegada de Medea, ávida de ser aceptada entre los griegos, le lanzó un doble hechizo: el dragón se convirtió en una pequeña cobra que pudo ser fácilmente capturada  y la fórmula para retornar a su apariencia humana,  usando su  voluntad, quedó borrada de su mente.



 La digna sacerdotisa ex-guardiana del Tótem del Carnero Sagrado, ahora hechizada y aprisionada bajo una vil forma de serpiente, maldijo una vez más a la poderosa Afrodita que, en el colmo de su perversidad, la había hecho concebir por su captor  aquella inmunda pasión servil, infinitamente dolorosa y totalmente imposible de satisfacer, aunque se quisiera, porque él sólo era capaz de mirarla como un trofeo, como un monstruo, como una rareza filtrada al mundo real desde las esferas infernales. Ni siquiera sentía deseo de tocarla, ya que el hechizo de Medea la había impedido regresar a su verdadera forma: una princesa real elegante y bella, con dos piernas, como todas las demás mujeres, en vez de aquella asquerosa cola de serpiente que todos veían cuando era obligada a practicar sus transformaciones.
-¡Hécate! ¡Hécate! -gemía encerrada en su cesta- ¿Por qué me has abandonado, Diosa de las tres caras? …Ingratos Señores del Caos ¿no os he servido con toda lealtad mientras pude? ¡Diosa de la Luna, ilumina un poco esta negra sombra en la que me encuentro encerrada desde hace un tiempo que ya parece una eternidad! ¡Diosa de la Muerte libérame o mátame para que se acabe de una vez esta insoportable humillación, esta tortura infinita que me corroe! 
¡Dragones de Sabiduría del odio y la venganza!- invocó, imaginando con la mayor concentración su Círculo de Poder y atreviéndose, en su rabia, a recurrir a lo más oscuro y perverso de sus artes mágicas, aunque sabía que eso significaría arrojar a su alma al Bajo Astral- ¡Poderosos Dragones del odio y la venganzaíLiberadme de esta incapacidad que tengo para clavarle mis venenos a mi insensible tirano! ¡Cada vez que mis colmillos de cobra llegan cerca de sus pies, esta maldita pasión que me condena me obliga a besárselos y lamérselos, en lugar de enviarlo a los infiernos para siempre! ¡Hécate, mátame, libérame o véngame ¡¡Mátame, libérame o véngame!!

Oyó como se abría la puerta del cuarto, mudaron las condiciones de luz tras los mimbres entrelazados de su cesto, sintió los conocidos pasos de Orfeo yendo en procura de su lira y de su flauta, colgadas en la pared de enfrente. Sin duda estaría ya vestido para la ceremonia y sólo venía a recoger sus instrumentos y su propia cesta, para enseñársela a todo el mundo una vez más, convertida en un ser espantoso. Ahora venía hacia ella... ¡Estaba abriendo la tapa de la cesta! ¡Hécate libérame de mi hechizo, dame fuerzas para morder su mano o, al menos, para saltar hacia él, agredirle, de manera que se vea obligado a aplastarme la cabeza! ¡¡Diosa, Diosa, Diosa mía, escúchame!!
Orfeo había abierto la cesta y su mano estaba al alcance de sus colmillos, quiso saltar y morderle salvajemente, pero una gran parte de su esclavizada voluntad no se lo permitió tampoco esta vez; en lugar de eso, se irguió contoneándose, como un perro que mueve la cola, y proyectó su lengua bífida en un servil beso de salutación a las manos del maldito objeto de su pasión. Todo eso le costó un esfuerzo tan inmenso que tuvo, enseguida, que enroscarse sobre sí misma y regresar al fondo de la cesta. Hécate la había abandonado definitivamente.

Orfeo, elegantísimo en su traje principesco de boda, la estuvo observando durante un rato, dudando de si llevarla o no a la ceremonia, para que todos se divirtieran con ella. De pronto, por primera vez, sintió pena de su prisionera y se vió en su lugar. Decidió no llevarla. Cerró la tapa, recogió sus instrumentos y salió del cuarto.

 

Llilith esperó a oír el sonido de la puerta al cerrarse, pero, en su lugar, la sintió rebotar y quedar abierta... continuaba habiendo, además, bastante luz natural en la habitación. Orfeo tenía muchas cosas que hacer aquel día, tendría prisa y además estaría nervioso.
Tuvo un presentimiento. Estiró la cabeza y comprobó que podía abrir con ella la tapa de la cesta, Orfeo había disminuido su alerta y se olvidó de echarle el pestillo. Hécate estaba con ella.

Se deslizó fuera de la cesta y bajó al suelo; la puerta del cuarto estaba entreabierta. Cruzó la casa con el máximo de atención: ningún sonido. Todos se habían marchado a la boda. A través de una escondida hendidura en un punto del muro que conocía, consiguió salir al jardín ¡Gracias Hécate! ¡Gracias, gracias, gracias, Diosa mía!


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