quarta-feira, 7 de setembro de 2011

9- PATRIARCADO


PATRIARCADO
Druidesa Anónimo
Pero todo cambió completamente el día en que un ama de casa, por casualidad, inventó la metalurgia, al dejar que se mezclaran ciertos minerales en el fuego del hogar. Tras el descubrimiento de la fundición del cobre, vino la de una serie de aleaciones combinadas que produjeron el bronce, lo que permitió a los cazadores y guerreros de algunas tribus disponer de armas duras antes que otras.

Ahí surgió la guerra en su moderno concepto y con ella, el pillaje, la esclavitud y las diferencias de clase, en base a la riqueza y el poder que se conquistó: cuando, por la fuerza avasalladora de las nuevas armas, los hombres, que tras exterminar a casi todos los varones de otra tribu, le arrebataban al enemigo de una vez sus campos de cultivo, sus ganados, sus embarcaciones, sus mujeres y sus hijos, produjeron tal excedente económico en manos de los principales jefes guerreros, que se desequilibró completamente el viejo sistema social, provocando el surgimiento del patriarcado.

La enorme acumulación repentina de mujeres y de niños enemigos capturados, que ahora eran esclavos sujetos a la propiedad de los guerreros más fuertes y mejor armados, produjo una descompensación de poderes y una inversión de valores tan grande, que llevó a la pérdida de respeto y a la degradación de toda la sociedad matriarcal y de su comunismo y promiscuidad primitivos...
...Incluidas las mujeres y las hijas de los vencedores, que perdieron su influencia y su mando al no poder competir con el gran número de sumisos objetos de placer, mano de obra gratuita a su servicio y propiedades materiales de los que pudieron disponer a su antojo, a partir de ese momento, los varones dominantes.
Desde entonces, cambiaron los usos y costumbres: surgió el nuevo derecho de propiedad patrilineal, sustentado por la violencia, que permitió que los hombres más fuertes pudiesen poseer y transmitir a sus herederos varones las tierras y esclavos conquistados, se inventó el matrimonio como fórmula de propiedad sobre las propias esclavas, hechas ahora concubinas, y sobre los hijos que ellas tenían con su amo, así como para legitimar la propiedad exclusiva de las tierras y los bienes de las vencidas.
Para no tener que alimentar ni hacer herederos de su poder y posesiones a hijos de otros, los amos comenzaron a ejercer un control cada vez mayor sobre la fidelidad exclusiva de sus mujeres, hasta acabar encerrándolas en el gineceo cuando se volvían sedentarios. Ya que ahora disponían de esclavos y esclavas que eran obligados a realizar las duras tareas exteriores que antiguamente concernían a sus esposas, éstas fueron haciéndose, en las clases más poderosas, simples objetos suntuarios de exçlusivo placer, entanto que fuesen deseables o inteligentes.
          La represión de la promiscuidad sexual de las propias esposas e hijas se fue convirtiendo, poco a poco, en el mayor garante social de la sumisión del antiguo matriarcado, por lo que se volvió una cuestión de honor para los varones. Cada comunidad desarrolló sus propios sistemas para denigrar, marginar o castigar al hombre que no vigilaba adecuadamente a las féminas bajo su mando.
Como normalmente el marido era el último en enterarse de las libertades que se tomaban sus esposas o sus hijas, el primer aviso y llamada al rigor que le daban los otros varones de la comunidad era salir por la noche a escondidas para hacer sonar jocosamente cuernos de buey, toro castrado, ante su casa. El cornudo, ya enterado y por todos conocido, tenía que dar un escarmiento a las mujeres de la comunidad entera matando a la suya, o exiliarse, ya que si no lo hacía, se le rebajaba socialmente hasta niveles insufribles.
Los jefes guerreros aprendieron que serían más poderosos cuantos más hombres matasen y de más nuevas esposas, esclavos y tierras de cultivo se apoderasen. A medida que su poder aumentaba, se desplazaban hacia el sur, tratando de conquistar las tierras más fértiles y soleadas. Su paso lo dejaba todo envuelto en desolación, ya que no estaban interesados en construir nada, sino sólo en aprovecharse de lo construido por otros, mientras durara.
Con todo ésto surgió el concepto de la escasez de lo necesario para la vida, concepto antes desconocido, y de la necesidad de competir por lo poco que había. La naturaleza seguía siendo igual de abundante para todos, pero el hecho de que los más fuertes acaparasen mucho más de lo que necesitaban y se arrogasen el poder de distribuir lo que había, provocó que los más débiles tuviesen que someterse a ellos para poder seguir disponiendo de lo que antes era gratuito.
La economía individualista y feudal sustituyó a la comunitaria, lo importante no era ser capaz de producir bienes, sino ser capaz de apoderarse de ellos y de defenderlos de los otros.
 Y, con ello, entró en decadencia la división de la tribu en clanes. Se acabó la distribución equitativa de bienes y servicios, que fueron acaparados por quien podía pagarlos. Surgió la primera aristocracia feudal, que se afianzó cuando los rudos descendientes de Heleno destruyeron el último imperio matriarcal altamente evolucionado: el de los cretenses.

Porque, aprovechándose de que un desastre natural de enormes proporciones barrió con una onda gigante gran parte de Creta y dejó machacado y sin flota al Imperio Minoico, los helenos jonios y eolios, bárbaros rubios y de ojos azules venidos del Norte, comenzaron a invadir sus colonias continentales y un día se las arreglaron para llegar hasta la propia isla. Así, asaltaron su capital, Knossos, la saquearon y la quemaron, acabando para siempre con el predominio de una cultura matriarcal sofisticadísima, que había imperado sobre el mundo pelasgo del Mar Egeo durante más de tres mil años.
…Pero la civilización de los vencidos era tan superior a la suya, que los conquistadores fueron conquistados por ella; parecía que el culto de La Diosa Triple comenzaba a renacer, tras sabias adaptaciones. La asamblea de sus Grandes Sacerdotisas (la casta que se había ido transmitiendo el poder, de madres a hijas, durante milenios) inició un astuto y flexible movimiento integrador de los dioses de los invasores helenos, reconociéndolos como “Hijos de la Diosa” (Grai-Koi), al tiempo que aceptaban casarse con sus jefes y compartir con ellos la dirección de sus súbditos. A partir de ese momento, los helenos pasaron a ser llamados griegos.

El hijo mortal favorito de la Gran Diosa, Dionisio, que se hacía inmortal en la dimensión divina, tras ser sacrificado cada año, adoptando el nombre de Zagreu, pasó a llamarse Dzeus, y luego Zeus, una adaptación pelasga del nombre del dios principal de los ocupantes, al que ellos llamaban antes Dio o Dious. Hasta le cambiaron su lugar de nacimiento para ennoblecerlo, (que debía ser alguna bruta montaña del Cáucaso Norte), haciéndolo hijo de la refinada isla de Creta, la antigua capital del matriarcado egeo.


Dio-Zeus, sin embargo, no sólo no se dejó sacrificar a la Diosa, como Dionisio Zagreu, sino que hizo saber muy bien a todos (y, especialmente, a todas), que le desagradaban los sacrificios humanos, que se había terminado definitivamente  la época de las Amazonas  y que fulminaría con sus rayos a quienes practicaran aquellos cultos ultrapasados. Una nueva era había comenzado. Los esposos griegos de las sacerdotisas pelasgas no les permitieron más que siguiesen sacrificando a sus hijos varones ni que les limitasen a ellos su tiempo de mandato como jefes de guerra, con lo cual comenzó a crecer una nueva clase dirigente hereditaria que ya no era exclusivamente femenina.
Pero en esto, llegaron del Norte  otros helenos, los aqueos, mucho más severos e intransigentes que los anteriores invasores, trayendo una nueva arma, el hierro, capaz de quebrar de un solo golpe bien dado las espadas de bronce. Y barrieron toda oposición: les quitaron sus reinos a los jonios y eolios, sus primos griegos integrados, empezando por Ptía y por Éfyra, trasladaron a sus dioses patriarcales  desde el Cáucaso Norte al Monte Olimpo y comenzaron a barrer la Antigua Religión y cuanto quedaba de matriarcado insumiso. Aunque, como no pudieron evitar que los vencidos continuaran adorando a la Diosa Triple, la convirtieron en una trinidad de Diosas Olímpicas:
El aspecto “doncella”, luna creciente, cazadora y guerrera, de la gran Diosa, pasó a venerarse como la doncella virginal Artemis, la Luna, hermana de Apolo, el Sol.
El aspecto “mujer núbil, madre o ninfa”, luna llena, La Señora, La Madre, tomó el nombre de Hera, que pasaba a representar el papel de diosa del matrimonio. El principal arquetipo de la Antigua Diosa pre-helénica, ahora despojado de su independencia, era convertido en la esposa legal (aunque mil veces engañada), del dios de los vencedores, Zeus, que primero la cortejó sin éxito y después la consiguió, tras violarla.
...Y el aspecto “anciana sabia” de la Diosa Triple pelasga, luna menguante,  pasó a sincretizarse con Démeter, una antigua diosa libia-cretense de los cereales que llegó, junto con sus Misterios para iniciados, a Eleusis, cerca de Atenas, la cual fue adoptada como señora olímpica de la Agricultura.
La venerable figura de la Diosa Triple como “Señora del Nacimiento, de la Vida y de la Muerte”, culto que los Caucasianos del Sur, adoradores de la Luna,  habían traído antiguamente de Anatolia, fue demonizada por los solares Helenos o Caucasianos de Norte, especialmente por  los aqueos, que la pusieron a guardar los Infiernos en forma de un perro de tres cabezas, el Cancerbero. Su aspecto destructor fue asumido por un dios olímpico de los infiernos, Hades, que se había casado con la doncella Core, hija de Démeter, tras raptarla. Por debajo de la figura de Core, llamada ahora Perséfone, continuaba transparentándose fuertemente, para los pelasgos, la augusta presencia de Nuestra Señora, la Antigua Diosa.

Los múltiples atributos de la Madre Universal de los Mil Nombres se escindieron en la creación de mil dioses patriarcales. Cuando las tribus de los griegos empezaron a vivir en ciudades y desearon una Diosa Doncella más viril y civilizada y menos agreste, cruel y amazona que Artemis, quien despreciaba a los hombres y odiaba el matrimonio, se inspiraron en Onga, diosa fenicia de la guerra y la sabiduría, y entronizaron a Atenea, la de los verdes ojos penetrantes, que nació directamente de la inteligencia de Zeus, sin intervención materna alguna.
Sin embargo, no hubo manera de patriarcalizar a una diosa tan poderosa como la del Deseo, la ninfa Marianne o Mariuena, y los invasores no tuvieron más remedio que adoptar en su Olimpo, haciéndola hija de Urano, a la antigua diosa siria y cananea de “la armonía que es capaz de surgir del conflicto de opuestos”, Isthar, Ashtar o Astarté, la estrella matutina bajada a la Tierra para hacer evolucionar a los hombres por medio del amor, sólo que retirándole sus atributos guerreros y dándole el nombre griego de Afrodita, la “nacida de la espuma” en la isla cretense de Citera, a la cual trataron de sujetar casándola con el cojo Hefesto Vul-Caín, divino herrero de las fraguas volcánicas de la isla de Lemnos, donde le prestaban sus fuegos transformadores los  Kabiros de Samotracia, los Grandes Dioses que desde los tiempos más Antiguos de la Tierra, habitaban el Mundo Intraterreno. ..


Pero para Hefesto Vul-Caín no hubo forma de evitar que aquella beldad irresistible  le engañara con Ares, el fiero dios tracio de la guerra, uno de los principales fundadores de la raza ariana, y con muchos otros amantes mortales o inmortales, con lo cual su comportamiento continuaba proclamando el derecho a la libre espontaneidad del instinto sexual, que la impuesta monogamia negaba.

El mito dice que la noche de bodas de Zeus, el dios de los invasores, con Hera, la diosa de los invadidos, duró trescientos años, lo cual debe significar el tiempo que la sociedad patriarcal demoró en imponer el matrimonio monogámico a la sociedad matriarcal, o sea unas diez generaciones. Para conseguirlo, hubieron de abandonar puritanas costumbres arias, tan arcaicas y rígidas como la de no permitir que las viudas volviesen a contraer nuevo matrimonio, lo que hacía que muchas mujeres helenas se inmolasen voluntariamente en la hoguera en la que era incinerado su esposo.


Esa lucha por el poder entre la vieja cultura matriarcal y el recién llegado patriarcalismo se extendió incluso más allá del centro del refinado mundo del Egeo, cuyas modas seguían influenciando a las actuales clases aristocráticas de uno y otro lado del mar y hacían que algunos desearan parecerse más a los griegos  de la Quinta Subraza  y otros a los cultos  y ricos troyanos de la Cuarta, primos cercanos suyos y sus mayores competidores en Asia Menor, quienes controlaban los estrechos que comunicaban al Mediterráneo con el Mar Negro.


Nenhum comentário:

Postar um comentário