quarta-feira, 7 de setembro de 2011

42 -INTENSIDAD ELEVADA


INTENSIDAD ELEVADA
Antónimo Anónimo

Capítulo abierto a la creatividad


-Ya veo por donde vas -dijo Jacín-. Pienso que si queremos elevar la intensidad de nuestra existencia por encima de los niveles comunes podemos recurrir al sexo, o el atletismo, o los negocios, o la política... o incluso la guerra, para conseguir intensidad a tope.
-Eso es, pero hay niveles mayores, ya lo verás. Por ser hijo de quien era, desde muy joven conocí la elevación de la llama de la atención que produce el sexo por el sexo y el poder de vida o muerte sobre las personas… que es una intensidad que no se diferencia mucho de la puramente animal de cazar a otro ser más débil o menos hábil o atento, o más ingenuo que tú, y comértelo. Las facilidades que me daba mi privilegiada posición social para aquellos juegos hicieron que, con el tiempo, se volviesen tan rutinarios, elementales y poco intensos como el de conseguir alimento cada día.
Así que tuve que buscar otras motivaciones para mi atención. Mi padre me aconsejó el gimnasio y la caza, pero nunca pude pasar de un desarrollo físico mediocre y lo mismo como cazador. Mi halcón y mis monteros hacían la mayor parte del trabajo y, aún así, con los mismos recursos, la mayoría de los que me rodeaban eran siempre en aquello mejores que yo….Y yo no me conformaba con marcas mediocres. Siempre quería llegar al máximo; no por las alabanzas de los demás, porque adulación era lo que sobraba a mi alrededor, sino por mi propio sentimiento de estar alcanzando mi mejor altura.

       

Eu tinha um primo, filho de una Sacerdotisa- Musa de Apolo, Urania, muito versada en Astrología, que desde criança já era um músico genial, único com o ritmo e a melodia. Minha mãe , sua madrinha, adorava-o como a um filho,  de maneira que o tomou baixo sua proteção e ensinou-lhe quanto sabia. Chamava-se mi primo  Lino e mal sendo um garotinho já compunha hinos a Dionísio e aos antigos heróis e até fez toda uma Epopéia da Criação.

Ele foi meu ídolo e meu mestre de música desde que ambos éramos crianças. Ainda que sólo me daba clases una vez por semana, ya que estaba claro que eu não estaba destinado a ser músico, senão a suceder a meu pai en las tareas del gobierno.

 

Mas por desgraça, Lino foi também chamado para professor de Hércules, quem, não pudendo sofrer ser corrigido, fez um movimento brusco com a lira que desequilibrou a seu mestre do seu asento, caindo para atrás e quebrando-se o cránio contra a parede. Evidentemente não houve má intenção por parte do colosso, ele era ainda um adolescente, só foi um acidente, mas isso causou-lhe tantos remorsos que lhe fez deixar a música para sempre.


 Mi madre, desconsolada por la muerte prematura de su mejor discípulo, volcó en mí toda la afectividad y las enseñanzas que antes le dedicaba a él, además de la que me correspondía, y pasaba muchísimo tiempo conmigo, liberando sus sentimientos por medio del canto y de la música, y aquello que ella cantaba y tocaba era tan auténtico y tan sentido, que su vibración prendió en mi propia alma como en tierra fértil.
Así descubrí que no era en la Política, sino en el Arte, donde me encontraba ante posibilidades sin fin de ascensión en la intensidad ¡Y eran posibilidades para las que yo estaba bien dotado!

Tú sabes como es, Jacín, cada vez que nos ponemos a componer una obra, nuestra atención concentrada alcanza altas luminosidades, y eso ya es fantástico. Pero cuando pasamos a dar expresividad a lo compuesto, el brillo sube y sube y cuando, por fin, puedes ejecutar ante un público, si tú consigues llegarles al corazón, tu llama personal se convierte en una gran hoguera que tiene una enorme ventaja sobre la que te da la caza de la comida, el sexo por el sexo y el poder sobre los demás, que es la siguiente: no sólo tú te has llenado de luz... sino que no le quitas a nadie la suya.-
-Es algo maravilloso –concordó el músico pirenaico-, si la cosa estuvo bien, todo el mundo sale encendido en su emoción o su comprensión. Ver esa luz que se desprende de ellos eleva mi luz al infinito.
-El arte, si es arte de verdad –dijo Orfeo-, te descubre el mundo de lo sublime dentro de tí, a causa del estímulo que ejerce sobre la sensibilidad, que siempre está exigiendo algo más perfecto, más grandioso, más sabio y más sutil. Eso te hace ensayar, ensayar y estudiar, hacerte preguntas y hacérselas a otros, buscar e investigar. En mi caso, busqué maestros: primero de música, después de vida.

Y tuve la suerte, también por mi posición social, de ser admitido en las mejores escuelas de conocimiento. La más intensa, la primera, en el monte Pelión de Tesalia, en la Hermandad de los Hijos de Crono, dirigida por el hombre-centauro Quirón, todo un maestro del Arte de la Vida que creaba obras inmortales, no pintándolas sobre un lienzo, o con sonidos, ni modelándolas sobre mármol, sino puliendo la piedra bruta del ánimo de los jóvenes a quienes instruía, para convertirlos en hombres realizados y en modelos dignos de ser imitados por las generaciones siguientes.
Del mismo modo que en la música descubrí una motivación para el desarrollo de la intensidad que sólo dependía de mí mismo y de mi esfuerzo y no de ser hijo de mis padres, así fue también en la Escuela de Quirón, que había educado a lo más selecto de la juventud pelasga y luego griega, ya que el centauro vivió una larguísima vida, siglos, decían (a menos que los maestros anteriores de su fraternidad se llamasen igual que él)... Allí yo era uno más, entre príncipes de países mucho más cultos, fuertes e importantes que mi país y campeones que me superaban en casi todo.- 
-¿Y que os enseñaba Quirón? -preguntó Jacín.
-Nos enseñaba Caza, Hípica, Lucha, Medicina, Cirugía, Hierbas, Astrología, Música... pero eso era lo de fuera, el ropaje. Por dentro, toda su enseñanza, realmente, iba encaminada a convertirnos en héroes.

-¿Héroes? Pero eso no es para cualquiera, Orfeo, eso es cosa del destino.
-Cosa del destino puede ser, apenas, que un héroe llegue a ser un héroe famoso, Jacín. Pero Quirón no se preocupaba por la fama ni por las cosas que sólo son producidas por el destino o por la suerte, Quirón se ocupaba del heroísmo en sí, de la voluntad y la dignidad de serlo y de los asuntos que tienen que ver con el esfuerzo personal...
-¿Con el esfuerzo personal?
-Eso es. Él decía, exactamente, que la suerte de un hombre además de su disposición para enfrentar con éxito su destino, sólo dependen de su atenta auto-observación personal para conocerse a sí mismo, de su esfuerzo personal para controlar y desarrollar al máximo aquelllo que ya conoce de sí mismo y de su fe en su propio poder y en el poder de la vida en sí.
-Si un héroe no depende de ser hijo de una divinidad y un mortal, ni de llegar a tener fama por causa de grandes hazañas realizadas–preguntó Jacín-... ¿Qué es un héroe?
-Yo vivía preguntándome eso mismo –respondió Orfeo- ¿Qué podría aspirar a lograr en una escuela donde cualquiera era más diestro, más fuerte, más resistente, más osado, más apuesto y más valeroso que yo? Pero lo que decía mi maestro era lo siguiente: “Un héroe es cualquier persona que se propone conocer y alcanzar lo más elevado de sí mismo y que se concentra con toda intensidad en la tarea de intentarlo”.
Y cuando Quirón descubrió cuales eran mis personales talentos, me dijo que podía faltar a las lecciones de caza, de hípica y de lucha, si en ese tiempo ensayaba música como si tuviese que ganar una batalla utilizándola como arma. Y al ver que realmente lo intentaba, me inició en aspectos de su conocimiento, además de los puramente musicales, en los que él no iniciaba a aquellos que iban para guerreros o para reyes…
... Cuando salí de allí aún estuve en Samotracia, en Eleusis y en Egipto, en otras Altas Escuelas,  pero sólo para confirmar que lo que Quirón me había enseñado podía expresarse también de otras maneras, con otros estilos y en otras lenguas.

Lo que me enseñó Quirón, por ejemplo, me dio la confianza necesaria en mí mismo para ir en busca de aquello que en ese momento más me interesaba: yo estaba loco por una joven que pertenecía a la Hermandad de las Dríades. Un colegio de sacerdotisas que preparaba futuras Ninfas para que tuviesen hijos para la Gran Diosa, a fin de formar cuadros jerárquicos de total confianza para la casta dominante matriarcal.


-Sucedió –siguió contando Orfeo- una mañana en la que yo acompañaba a mis padres, junto con un gran séquito, en una ceremonia oficial de la antigua religión en el Templo de las Ninfas, enclavado en un Bosque Sagrado. Estábamos allí porque teníamos que estar, por política, sin ninguna gana. Ni a las Sacerdotisas del Templo les caía bien mi familia, ni a mi familia le caían bien ellas. Era un acto oficial de tantos que teníamos la obligación de presidir.
Entonces la vi, bella, radiante, portando una guirnalda de flores para mi madre, entre otras jóvenes Dríades. Y eso fue todo; no le dije nada, ella no pareció reparar demasiado en mí, pero me quedé mirándola durante toda la ceremonia.

Me marché de allí y seguía recordando su rostro que había quedado grabado en mi mente... y así durante días. Al final me colé en el Bosque Sagrado, donde estaba prohibida la entrada sin permiso a los varones, fuesen de la clase que fuesen, bajo durísimas penas. La espié muchas veces, escondido entre los árboles.     
            Me enamoré perdidamente y la retraté en mil canciones llenas de suspiros. Yo, que era un cínico hastiado de sexo vacío, yo que hablaba del amor como si fuera un simple instinto de la parte más animal del hombre al que hay que satisfacer de vez en cuando, igual que cuando se le echa comida a los perros, entendía ahora que lo más importante del amor no es recibirlo, sino proyectarlo y que se pueda proyectar a todo. Aprendí que esa proyección, si fuese consciente,  intensifica al máximo la llama de nuestra vida... Pasaron meses en que yo sólo pensaba en ella, sin ella saber nada de mí.

Porque aquello era como enamorarse de un imposible, por muy alto que fuese mi linaje. Las Dríades se convertían en Ninfas en cuanto llegaba la Fiesta de la Siembra, a la cual asistían los mejores campeones de cada clan de Tracia, siempre que ellos pertenecieran al clan que correspondía a cada tipo de fertilización, para evitar la cosanguinidad: ellas elegían libremente uno, yacían con él y si resultaba una niña, esa niña era educada para Dríade; si era un niño, lo sacrificaban a la Diosa.

En cuanto una Dríade dejaba de ser virgen, llegaba a la categoría de Ninfa y cada primavera había una Fiesta de la Fertilidad en la que, de nuevo, podía escoger un campeón que sembrase niños para la Diosa en ella. Al cabo de un número de partos y de sacrificios de niños varones, cuando conseguían llegar a tener un máximo de tres hijas, las Ninfas se consagraban enteramente a la Divinidad haciendo varios votos, entre ellos el de celibato y castidad integral, y era así que podian ascender a Sacerdotisas. Las Altas Sacerdotisas de los varios clanes formaban el Consejo de Ancianas de Tracia, la Suma Sacerdotisa que ellas elegían era la legítima Madre y Reina del país.

Durante muchos milenios, para las castas de Altas Sacerdotisas que habían acaparado el poder político de las tribus tracias y las de toda la Pelasgia, los hombres eran apenas un lujo biológico que se podían permitir para su placer (como los zánganos en una colmena) los verdaderos seres humanos completos, que eran las mujeres, imprescindibles para dar nacimiento, cría, mantenimiento y continuidad a la especie.
...Sobre todo después de las terribles carestías, producidas al agotarse la caza, lo que dejaba en paro forzoso a la tradicional utilidad masculina, y del salvador descubrimiento y extensión de la agricultura por parte de las recolectoras, además del especial talento femenino para la relación y organización comunitaria...  además de otros factores prácticos de supervivencia, civilización, e incluso sabiduría que desarrollaron, a través de la ingestión secreta de plantas de poder, descubiertas por ellas y vedadas por perecepto iniciático a los varones.

Las mujeres habían inventado la religión y las leyes, y con ellas mantenían controlados y sometidos a los machos por medio de los sacrificios humanos, de la administración a su libre albedrío del sexo, de la comida y... de los venenos. Y, sobre todo, de la educación de los niños en el temor de la Diosa y en el terror a la Magia de las matriarcas.
Cada año, la Suma Sacerdotisa, cargo no obligado a  ser célibe,  elegía un Jefe de Guerra como Rey Consorte al qual manejaba a su capricho mientras no surgiese la oportunidad de sustituirlo por otro más conveniente para la nación. Hasta hace unas pocas generaciones, era sacrificado ritualmente al terminar el año, en el mes número trece, el fatídico, o desafiado a muerte por otro aspirante a su cargo.
Luego de la llegada de los primeros griegos a Pelasgia (que sacaron a los hombres de su condición de “sexo inferior o prescindible”), se fueron haciendo componendas a la ley: se cambió el año lunar de mandato por el Gran Año, de cien lunaciones, y más tarde por el Año Mayor, de trescientas veinticinco lunaciones, o sea, diecinueve años, que se equiparaba con el año solar, y el día del sacrificio se sustituía al rey por un niño.


Mi padre ya era el cuarto rey que había logrado mantener su corona en contra de la tradición. A base de un férreo control del interior y de una buena relación con vecinos tan poderosos como los aqueos, que se propusieron acabar con el viejo orden de una vez en sus territorios conquistados y que estaban dispuestos a invadir los matriarcados circundantes.
Por eso, él fue el primer rey que se atrevió a cambiar el sacrificio periódico de un niño por el de un toro en su lugar. Pero lo verdaderamente revolucionario fue decidirse a tomar como nueva esposa (cuando murió la vieja reina de quien era consorte), no a una Suma Sacerdotisa de la Diosa, sino de Apolo, que era un dios olímpico, griego, patriarcal, opuesto al matriarcado.

El Consejo de Ancianas se conmovió: eso significaba perder la dirección del país, pues desde siempre, la reina había salido de entre ellas. Pleitearon en vano ante las más altas instituciones nacionales de justicia, porque mi abuelo Cárope, sabiamente, al conceder libertad religiosa para acoger a Dionisio, ya había conseguido equiparar de forma legal el Colegio de las Musas de Apolo con el Colegio de las Ninfas de la Diosa; por tanto, cualquiera de los dos podía representar la propiedad de las mujeres de Tracia sobre las tierras del país.
Las Sacerdotisas de la Diosa intrigaron para fomentar una revuelta, pero no pudieron poner al pueblo contra mi padre, porque se lo ganó favoreciendo aún más los cultos y celebraciones del dios del vino, a quien, siendo el más moderno de los Olímpicos, el pueblo tracio consideraba, extrañamente, como un dios antiguo y popular, ya que traía de vuelta consigo lo más gozoso del pasado: las fiestas orgiásticas y la alegría de la Diosa. Por oponerse a él perdió el trono el antecesor de mi abuelo.
Además, la casta sacerdotal de la Ninfas e Dríades se había ido haciendo tan soberbia y excluyente, por hereditaria, que la mayoría de las mujeres que no pertenecían a ella habían perdido la combatividad y el interés por la política que caracterizaba a las generaciones anteriores.-

-Entonces, si te he entendido, enamorarte de la Dríade fue como enamorarte del enemigo- dijo Jacín.
-Así fue, pero yo venía tan fortalecido en mi autoestima por la Escuela de Quirón, que me atreví a presentarme a la elección de campeones de mi clan de los centauros en la Fiesta de las Vírgenes dedicada a la Siembra de Cereales, confiando en que las sacerdotisas, por política, no me lo iban a impedir y en que la fuerza de mi amor por aquella mujer, que era tan grande, la haría fijarse en mí. Yo no podía competir con los guerreros, ni con los atletas, así que lo hice con música y poesía, declamando un canto a las Dríades que era un retrato inconfundible de la mujer que amaba y dirigiéndoselo exclusivamente a ella durante el concierto, con mis más sinceras miradas y con todo el calor de mi corazón, tal como si estuviese apuntando al suyo con el arco de Eros.
-¿Y acertaron las flechas? –preguntó Jacín, con una gran sonrisa.
-Acertaron. Y ella me eligió, con gran enojo inicial por parte de algunos miembros del Consejo de Ancianas. Pero, después de reunirse, seguramente decidieron que podría ser la oportunidad para volver a tener influencia sobre un futuro rey o su hija y dieron su visto bueno a nuestra relación. Aunque no permití a mi cuerpo que resultaran hijos de ella para la Diosa.
-¿Cómo lo conseguiste?- se extrañó el íbero.
-No es algo demasiado difícil si te entrenas en ello como te entrenas con el canto o con la lira. Se trata de alternar actividad, cuando tu pareja está pasiva, con pasividad, cuando está activa; y de controlar tus movimientos y tu excitación a base de respiración serena, de manera que te puedas relajar cada vez que llegas al borde de la catarata, sin dejarte precipitar por ella.
-¿Dónde queda tu placer, entonces, si no te derramas?
-En prolongar y modular a voluntad el contacto sensual todo el tiempo que tu compañera aún lo desee, en considerar el camino más importante que la meta, en gozar con el gozo de tu pareja, pero sin llegar nunca al derramamiento de la semilla, que también es el final del placer. Es como deleitarte tranquilamente con tres copas de vino a pequeños sorbos durante toda la noche, mientras conversas de una forma suelta, inspirada, alegre y siempre inteligente, en lugar de vaciarlas de tres tragos seguidos y quedarte luego completamente inconsciente, tras un momento explosivo de brutal exaltación descontrolada.
-¿Controlar los instintos y las emociones no significará desnaturalizarlas y desvirtuarlas? –arguyó críticamente el pirenaico.
-Para mí –respondió Orfeo-, no hay cosas más innaturales y desvirtuadas que la ilusión y la inconsciencia; controlar la excitación y la emoción sanamente es controlar la ilusión y la inconsciencia. Y no es tan complicado... se consigue respirando lenta y profundamente y manteniendo en calma tu consciencia mientras observas, sin dejar de participar ni de estar completamente concentrado en el momento y en la experiencia que vives.
-Muy sofisticado me parece eso –dijo Jacín- ¿No te quedas inflamado y muerto de ganas durante todo el resto del día, después de haber generado tanta energía a la que no le das su salida natural?
-Me quedaría, si mi maestro Quirón no me hubiera enseñado a elevar esa energía desde mi sexo hasta mi cabeza.
-¿Cómo se hace eso?
 -Por medio de rápidas y profundas inspiraciones por la nariz, manteniendo recta la columna, y mediante visualizaciones en las que vas impulsándola (y al tiempo refinándola y sublimándola), del centro energético del vientre al del plexo solar, de éste al del corazón, de éste al de la garganta y de éste al del centro de la frente... es como ir subiendo la escala de las notas musicales de octava en octava...
-Y cuando llega esa energía hirviente a la cabeza...
-...Se convierte en el más elevado combustible para la inspiración de un artista, Jacín: la potencia generatriz que iba destinada a engendrar a un hijo de tu espíritu y del de tu compañera dentro de un efímero cuerpo de carne y hueso, engendra, si te pones a componer con ella y a moldearla, el mismo hijo de ambos en el cuerpo sutil de una obra de arte inmortal... tú sabes que nuestras mejores canciones son pura energía sexual sublimada.
-Ya entiendo... tal vez me decida a experimentar con ese original método de creación alguna vez... –dijo sonriendo- ¿Pero qué le pareció a la Dríade que no derramaras tu semilla material en ella?
-No le gustó nada. Durante un tiempo estuvo avergonzada. Sentía que estaba traicionando a su Fraternidad, a sus principios y a la Diosa, incluso temía un castigo divino. Yo trataba de compensarla demostrándole tanto amor que, en la siguiente primavera, cuando fue la Fiesta de la Siembra de las Ninfas, me volví a presentar entre los campeones centauros, con nuevas flechas musicales en el arco de mi lira... y me volvió a elegir.
-¿Y lo de los hijos para la Diosa?- preguntó el pirenaico.
-Continué sin dárselos, pero, al mismo tiempo, le daba razones. Razones y amores, todo el amor. Le decía que también yo tenía que enfrentar la oposición de mi padre a un amor con un miembro de la principal institución iniciática de sus enemigos políticos interiores. Lo cual era verdad, mi padre me consideraba un indigno sucesor suyo, sin interés por las armas ni por la administración, sin ambiciones políticas, un príncipe decadente que sólo se interesaba por música, filosofía, viajes, interés por la cultura griega (mientras que él era totalmente pro-troyano) y por mujeres totalmente inconvenientes.
-Puedo imaginarlo –dijo Jacín– ¡Vaya lío!
-Le decía que por supuesto yo deseaba tener hijos con ella, pero que no quería que nuestros hijos fuesen manipulados y usados por el matriarcado. Le hablaba de una Nueva Era de hombres y mujeres libres (que nosotros dos podríamos iniciar), en la que ambos sexos vivirían en armonía, en un pacto de igualdad real y de equilibrio que se saliera, tanto del extremo de la caduca sociedad matriarcal de la Edad de Piedra, como del otro extremo traído por la Edad del Hierro y por el intransigente patriarcalismo a ultranza de los aqueos. Le hablaba de conseguir un equilibrio entre La Gran Madre y Zeus, entre Apolo y Dionisio, entre griegos y asiáticos, entre la vieja Tracia y la nueva Hélade y entre el lado occidental y el oriental del Egeo y le decía que sólo había una manera de llegar a conseguir ese equilibrio entre tantos aparentes opuestos.
-¿Y cuál era?
-El amor, un amor de verdad, como el nuestro, que hiciera complementarios de los opuestos, igual que cuando un músico juega con los graves y con los agudos hasta ponerlos en armonía. Y a mayor tensión, a mayor contraste, a mayor compromiso, fuerza, dulzura e intensidad, mayor expresividad y belleza resultante, si la armonía que los equilibrase fuese real.
-¿Cómo respondió tu amada a lo que le decías?
-Me creyó, Jacín, confió en mí, entendió mis razones porque su corazón le daba razones que su mente no era capaz de darle. Vivimos un año de amor a tal intensidad que, al año siguiente, yo me atreví a ponerlo a prueba.
-¿Una prueba? ¿Qué hiciste?
-Simplemente, cuando llegó la siguiente primavera, le dije que me iba a Samotracia y Eleusis y que no me volvería a presentar a la elección de campeones para la Fiesta de las Ninfas. Le dije que la amaba con locura y que ella era libre para hacer lo que quisiese, pero que no me iba a prestar más al juego de las sacerdotisas.

-¿Y qué ocurrió?
-Pues que me fui a Samotracia y a Eleusis y llegó el día de la fiesta de las Ninfas y desfilaron los mejores campeones de Tracia desplegando sus encantos viriles. Y cada una de sus compañeras eligió a uno.
-¿Y ella?
-Ella participó en la elección, pero no eligió a nadie.
-¿No la forzaron a elegir?
-No podían. La sociedad matriarcal también tenía sus cosas buenas: quien ya había pasado dos veces por la elección, podía abstenerse de elegir si no le agradaba ningún nuevo candidato o si ya tenía un favorito de su corazón.
-Regresaste enseguida, supongo –dijo Jacín.
-No, estuve muchos meses fuera, en Samotracia y en el Ática, le quise dar tiempo a que se lo pensase con calma; y también me lo quise dar a mí. Yo quería un gran amor, un amor que fuese más allá de las muchas circunstancias externas que parecían envolver nuestra relación.
-¿Cómo cuáles?
-Yo necesitaba estar totalmente seguro de que si mi amor me quería, me quisiera por mí mismo, no por ser un príncipe heredero, ni por influencia de los cálculos y previsiones políticas de las sacerdotisas. También anhelaba que alguien me eligiera para siempre y no tener que competir por la mujer amada cada año, como había sido el tormento de las generaciones de enamorados precedentes. Y deseaba mucho tener hijos con mi amor, pero para que fuesen también mis hijos, no sólo los hijos de su madre. Y me repugnaba que se los quedaran las sacerdotisas, bien convirtiendo en Dríade a una niña o en cadáver glorioso a un niño... Ahora bien, para conseguirlo, mi amada tenía que abandonar su Fraternidad, a fin de escapar a su ley. Y casarse conmigo al modo griego.
-Se lo pusiste bien difícil a la chica -dijo el vate pirenaico admirado.
-Era muy difícil para ella -reconoció Orfeo-. Lo más difícil, casi una indignidad entre las Ninfas Dríades, la decisión de abandonar su Fraternidad para entregarse al matrimonio, una institución extranjera y advenediza, creada por el patriarcado invasor para convertir a las orgullosas mujeres tracias en seres dependientes, en la cual renunciaban a su libertad de elección de amantes y a ser las únicas legítimas propietarias de sus tierras y de sus hijos. Claro que yo estaba dispuesto a pactar unas condiciones matrimoniales más igualitarias que las que contenía  el compromiso aqueo y a potenciar su ratificación como ley y su aplicación, para que se pudiesen acoger a ella todas las parejas que lo desearan, en todo el reino de Tracia.
-¿Qué ocurrió cuando regresaste?
-Me acogió con el mismo contento y con el mismo cariño que si nos hubiésemos separado la noche anterior y vivimos otro tiempo de intensísimo amor y pasión, aunque no quiso ni abandonar su Fraternidad ni visitar mi casa. Seguía viviendo en el Bosque de las Ninfas y nos veíamos y pasábamos con frecuencia las noches juntos, pero siempre en lugares neutrales y discretos.
Al año siguiente le dije que me marchaba a Egipto. Me fui, de nuevo hubo Fiesta de las Ninfas y de nuevo se abstuvo de elegir. Y regresé de Egipto y todo volvió a ser pasión y armonía, pero de matrimonio, nada. Mientras tanto, tenía cada vez más problemas con mi padre.
-¿Por qué?
-Por todo: porque me iba a recibir instrucción iniciática a países extranjeros durante largo tiempo, porque, por el camino, hacía buenas relaciones con los griegos y muy pocas con los troyanos, porque no prestaba la atención que él demandaba a mis clases de administración o a mis deberes militares, porque no le gustaba como me vestía o peinaba o en lo que gastaba mi presupuesto; porque no le gustaban mis opiniones sobre nada, porque contestaba a las suyas, porque organicé varios conciertos de lira ante público, porque escapaba de palacio cada vez que podía y, sobre todo... porque ya estaba en edad de casarme con alguna princesa troyana cuya alianza le convenía y yo no quería ni saber de ello.
-¡Vaya con la vida principesca!
-Yo me veía metido en una rueda que giraba vertiginosamente en todas direcciones y no sabía como hacerla detenerse, para apearme y marcharme a hacer mi propia vida, la que yo quería. O, por lo menos, no tener que hacer la que no quería. Entonces aparecieron un día los heraldos de Tesalia, proclamando que quedaba abierta la selección de candidatos para la expedición de los Argonautas a la Cólquide. Me sentí llamado, ahí estaba mi oportunidad de hacerme respetar por mi propio nombre y no por el de mi padre; y también la aventura libre, con toda la intensidad vivencial que suponía; y la compañía de muchos de los valientes aprendices de héroes que había conocido junto a Quirón. Así que en un impulso, sin saber lo difícil que iba a ser que me admitieran, me consideré admitido y fui a decirle, tanto a mi padre como a mi amada, que me iba.
-¿Y qué pasó?
-Pues que mi padre me dio a elegir entre renunciar a la expedición o abdicar de mis derechos a la corona en mi hermano. Y decidí abdicar. Y que mi amada me dijo que no le importaba que hubiese abdicado, que me quería por mí mismo, que siempre me esperaría y que si lograba regresar de la Cólquide, aunque fuese lisiado, abandonaría su Fraternidad, se casaría conmigo al modo griego y tendríamos hijos... Además dijo que si me mataban, iría a buscarme al mismo País de los Muertos.
-¡¡Voto a todos los Dioses!!- exclamó Jacín con la boca abierta.
-Así mismo juré yo, por dentro, cuando ella me lo dijo ¡Pero sintiendo que me volvía loco de alegría y de amor! Y esa alegría y amor me dio ánimos durante la larga y peligrosa aventura, mantuvo alta mi llama vivencial en ella y conseguí vencer muchas difíciles pruebas, colaborar muy bien con mis compañeros aunque era el más enclenque del grupo y, por fin, regresar vivo, entero y triunfante a mi país.
-¡Un héroe! -dijo Jacín- ¡Estoy hablando con un héroe!
-Pues la verdad es que así me sentía yo en aquel momento maravilloso de mi vida... Ella me había estado esperando todo el tiempo y seguía igual de enamorada... ¡Y hasta mi padre estaba orgullosísimo de mí! Aceptó la boda con mi amada después de que ella anunció oficialmente que abandonaba la Fraternidad de las Ninfas y se encargó de redactar y de hacer sancionar un nuevo pacto matrimonial mucho más igualitario que el de los aqueos, así como de organizar una ceremonia nupcial por todo lo alto...
-¡Y os casásteis, claro! ¡Final feliz!- Jacín estaba entusiasmado.
-Nos casamos, pero el mismo día de la boda la picó una cobra en un pie y la mató. –dijo Orfeo sombriamente.
           
Fue como un baño de agua fría para el vate pirenaico después de haberse exaltado de alegría en el calor de la narración. Quedaron los dos hombres en silencio un largo rato, contemplando como el sol final de la tarde ensangrentaba el contraluz tras las cimas nevadas de las cumbres, cumbres que se iban haciendo más solemnes y grandiosas según avanzaban hacia el misterio del Extremo Occidente.

Comenzó a anochecer y todavía se encontraban allí sentados sin decir nada. Finalmente, Jacín se puso en pié, apretó con su mano el hombro de Orfeo y dijo:

-Repito mi primera pregunta, si quieres contestarla de nuevo brevemente, camarada: ¿qué es lo más importante que has aprendido con todas esas experiencias?
-Aprendí que el Amor es un dios que todo lo consigue, Jacín -respondió Orfeo con determinación-. Por eso estoy yendo al Fin del Mundo para pedirle a Hades que me devuelva a mi alma amada.

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