quarta-feira, 7 de setembro de 2011

7- EL BOSQUE DE LAS NINFAS


EL BOSQUE DE LAS NINFAS
Anónimo Anónimo


El Bosque de las Ninfas era la más bella selva que había entre los escarpados cañones de los ríos que cruzaban los Montes Rhodope. Las Ninfas Dríades y Hamadríades eran figuras mitológicas de las más primitivas y animistas creencias de los ancestros arios, que representaban a los devas, genios, duendes o espíritus elementales de la naturaleza, encargados del desarrollo evolutivo de los árboles. Dríade es una palabra que, como Druida, viene de Dru, que significa Roble, el rey de los árboles, para los primitivos europeos.


Con el tiempo, acabó declarándose sagrado aquel bosque, ya que era cuna de hasta siete nacientes que brotaban de un río subterráneo. Como Tracia era todavía un matriarcado, pues los nuevos dioses olímpicos apenas comenzaron a infiltrarse más tarde, por influencia griega y por conveniencia política de la dinastía real imperante, se levantó dentro de una de sus grutas un pequeño Templo a la Gran Madre con un rústico tímpano de dos columnas, de cuyo interior brotaba la más sana y curativa de las fuentes en tres chorros y se fundó en él una Fraternidad de las Dríades, dirigida por un Consejo de Sacerdotisas, para que se ocupasen de la preservación y cuidado de la selva sagrada y de la rica fauna y flora autóctona del macizo del Rhodope, de los manantiales y cascadas, de su fertilidad y de su belleza natural, centro equilibrador de la malla etérica central del reino  y deleite del espíritu de las futuras generaciones.
Cuando Orfeo se enroló en la expedición de los Argonautas, de la que no se sabía si iba a volver, Eurídice, que era hija de una Alta Sacerdotisa-ninfa y, por tanto, iniciada como miembro de la Fraternidad desde su nacimiento, se integró cada vez más en ella, como una forma de mantenerse ocupada y de consolarse de su nostalgia.



Su compromiso personal suponía responsabilizarse del cuidado, limpieza y mantenimiento de una extensa área del bosque de hayas, donde había una bella cascada que se derramaba en cabellera desde bastante altura y muchos árboles que tenían más de mil años de edad y que eran verdaderos testigos vivientes de toda la historia del país. Realizaba ese trabajo en compañía de siete de sus compañeras, que vivían en comunidad en una casa campesina cercana al templo.
Durante varias generaciones, la Fraternidad había convertido un área natural en un parque maravilloso, dividiendo artificialmente los arroyos en múltiples canales, con los que se formaron muchas cascadas, estanques y lagunas donde se criaban, se seleccionaban y se mejoraban truchas y salmones para los ríos de Tracia. El espíritu de las Dríades consistía en hacerlo todo de tal manera que siguiese pareciendo una obra espontánea de la naturaleza. Se trataba de lograr que los seres humanos interactuasen con los genios del bosque en la mayor armonía, dando atención reverente  y colaborando con  la Jerarquía Dévica creadora de formas en el mundo vegetal, evolución paralela a la humana en la dimensión sutil, ejemplo impecable de pureza, donación y entrega, a fin de construir juntos pequeños paraísos sobre la tierra a la medida de ambos reinos, lo que se consideraba la más sagrada de las obras de arte. 

-Se entra en el mundo de los Devas -explicaba la madre de Eurídice- concentrandose en un estado interior de amor por la natureleza hasta sentir que él te viene de vuelta. Los Devas no se preocupan por lo que tú digas y casi ni por lo que hagas, pero ellos, igual que los animales, captam muy bien lo que tú eres y, si eres amor, te responden de la misma forma.
 Había una parte del parque que era pública y otra, la más próxima a las fuentes, sólo accesible para las fráteres, quienes vivían su trabajo como una perfecta escuela de desarrollo evolutivo,  a través del servicio  abnegado, la fusión espiritual con las energías más puras de la Naturaleza, (que era lo mismo que fundirse con el aspecto externo de la Gran Madre), el cultivo de la armonía comunitaria, el mejoramiento continuo de los nuevos linajes de sacerdotisas desde la cuna, y la concentración en la identificación  con  el Alma y la propia Mónada (que eran el reflejo interno y cósmico de la Diosa), para llegar a convertirse en dignos canales Suyos y de la Jerarquía de Espíritus Ayudadores,  así como limpias y vacías transmisoras de Sus dádivas y su poder de cura para el resto del mundo.
                    Aquella dedicación a los recursos naturales de la región  incluía  preservar la pureza de las aguas, cuidar los árboles, mantener impecablemente limpios los senderos forestales que conducían a espacios de gran belleza natural, embellecerlos más, sembrando especies diversas de plantas floridas por toda parte , regar durante la estación seca, mejorar los arquetipos de las semillas y mudas autóctonas, aclimatar especies foráneas compatibles, pesquisar remedios contra las plagas y enfermedades de los vegetales,…así como realizar diversos tratamientos curativos con cataplasmas vegetales , infusiones e hidroterapia en los ciclos astrológicamente propícios.  Todos aquellostrabajos  se ofertaban con la misma devoción que  las oraciones y mantras y no eran mal compensados, ya que los campesinos circundantes les colaboraban y  las mantenían con sus diezmos y ofrendas a los espíritus de la Flora y las Aguas.


Cada año, además, en las épocas de siembra o de plantío, labores agrícolas duras que requerían del esfuerzo físico de centenares de voluntarios varones, normalmente dedicados a otras actividades, se celebraban festivales orgiásticos al final del trabajo, en los que las Dríades en edad reproductora  escogían parejas entre las hermandades de hombres-cabra, hombres-centauros, hombres-abeja, hombres-toro, lobo, león y otros tótems animales diferenciadores de cada clan de la tribu, para copular sacralmente con ellos sobre los surcos de los sembrados o los hoyos de los plantíos abiertos por los varones, a fin de propiciar la fertilidad general del país.

Ésto era una gozosa y conveniente práctica cooperativa que venía funcionando bien en la cultura caucasiana pre-pelasga desde hacía milenios, algo que había comenzado en eras más antiguas, entre los Turanianos,  como una necesidad y que se fue convirtiendo en venerable rito religioso usufructuado y aceptado también por los invasores Arios, cuando conquistaron el país, aunque los más puritanos repudiaban aquellas costumbres que reputaban de ultrapasadas.
Terminada la siembra de campos y cuerpos, los colaboradores masculinos  se retiraban  sin soñar, siquiera, en seguir manteniendo relaciones con las mujeres consagradas y el Bosque continuaba siendo un espacio exclusivamente femenino. Los bebés nacidos de aquel ritual eran considerados hijos de la Gran Diosa, Las niñas serían educadas como Sus futuras sacerdotisas y los niños sacrificados a Ella antes de cumplir un año, degollados y despedazados, como lo había sido el dios Dionisio Zagreo, de manera que sus pedazos pudieran abonar los distintos campos de labor y proporcionar unas buenas cosechas al país entero. Eran el símbolo del necesario y heróico sacrificio del hombre por la comunidad, ya que, a medida que la población había crecido, la caza vino a menos y sus horas de trabajo se tuvieron que triplicar para guardar, atender y defender el ganado y el territorio, o para realizar las labores agrícolas que mayor esfuerzo físico requerían.

Engendrado un máximo de tres descendientes féminas, cada sacerdotisa renunciaba solemnemente,  mediante sagrado voto de castidad, a seguir teniendo relaciones sexuales (que se consideraban animales, aunque todavía necesarias para prolongar la raza), y se concentraban exclusivamente en el cultivo y la elevación del propio interior y el de sus hijas.

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