quarta-feira, 7 de setembro de 2011

5- ARGONÁUTICA


ARGONÁUTICACapítulo abierto a la creatividad

La expedición de los argonautas ha sido muy bien contada por muchos grandes vates y narradores. Algunos ya conocéis lo que escribieron sobre ella Apolodoro de Rodas, Diodoro Sículo, Robert Graves y quien no los conozca puede informarse ... Este es el primer capítulo que abrimos a la libre creatividad  colectiva, y supone el enorme desafío de insertar aquí nuevas versiones que no sean menos sean dignas de las de tan altos autores. precedentes

ELEMENTOS PARA ENLAZAR  ESTE CAPÍTULO CON EL SIGUIENTE:
Anónimo Anónimo
Tan sólo os diré que Orfeo, efectivamente, convirtió su habilidad y su talento musical, además de su atenta inteligencia, encanto personal, penetración psicológica, equilibrio y simpatía, en armas mágicas que le permitieron mantener alto el ánimo, el ritmo remero y el sentimiento de camaradería de sus compañeros, acalmar tempestades, reconciliar enemistades o detener peleas entre los pendencieros argonautas, conjurar peligros, distraer al enemigo, realizar labores diplomáticas, conseguir prestigio para su grupo y captar muchos admiradores y aliados, humanos y divinos.
Incluso hubo quien contó que, efectivamente, la intervención de Orfeo hizo que todos se libraran del fascinio de las mortales sirenas, pues el bardo consiguió que su música fuese mejor atendida que la de ellas por sus compañeros... Pero su actuación fue especialmente importante a la hora de superar el obstáculo del terrible dragón que custodiaba el Vellocino de Oro, como luego veremos.

En cuanto al gran Hércules, frustró bastante las grandes expectativas que Jasón y sus compañeros sentían respecto a él. Bebedor y glotón empedernido, precipitado y excesivo siempre, perdía los estribos o abusaba de su fuerza con demasiada frecuencia, provocando verdaderos problemas de convivencia en el “Argo” a causa de su peligrosa pesadez y prepotencia; a pesar de que, desde el principio, había llegado, incluso, a ser propuesto, por un grupo numeroso de guerreros, para sustituir al joven Jasón en el mando.

Afortunadamente, tras sus momentos de euforia y precipitación, el coloso recapacitaba y se arrepentía de sus errores y hasta tenía nobleza sobrada para tratar de compensarlos. De manera que prefirió aconsejar a sus partidarios que confirmasen a Jasón, promotor de la empresa, ya que él no se sentía suficientemente señor de sí mismo como para aceptar la responsabilidad de dirigirla personalmente.
Por otra parte, los muchos días de navegación hicieron que se estableciesen todo tipo de relaciones entre los nautas y cuando un bello efebo que Hércules traía como paje, escapó o fue raptado en un desembarque, el coloso, que tenía una visceral relación de amor posesivo hacia él, abandonó la expedición para buscarlo por todo el país de los Misios... y el Argos, al pasar el tiempo sin que regresara, tuvo que seguir viaje, abandonándolo a su suerte.

A pesar de todos esos contratiempos, los treinta y tantos argonautas consiguieron llegar a la Cólquide, enterrar a Frixo decentemente, arrebatar el Vellocino al poderoso rey del país por medio de estratagemas y sobrevivir a la enconada persecución de una docena de sus galeras de guerra. Tras varios años de vagar por el mar, de isla en isla, lograron regresar triunfalmente y con pocas bajas a Ptía, donde Jasón intentó recuperar con violencia el trono de su padre, aunque cedió sus derechos a su primo Acasto en cuanto su esposa, Medea, fue confirmada como heredera de un reino mucho más rico, el de Éfyra, que ahora se llama Corinto.

Después de depositar solemnemente la dorada piel del Carnero Sagrado en el templo de Zeus Lafistio, la mayoría de sus compañeros regresaron, cargados de laureles y de trofeos, a sus respectivas patrias y, entre ellos, el tracio Orfeo

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