sexta-feira, 9 de setembro de 2011

56- ÚLTIMAS NOTICIAS DE AITO

Anónimo Anónimo


Al regresar a la casa de Donnon, Orfeo se encontró con que éste acababa de reconocer y acoger a un nuevo iniciante en el Laberinto. Se trataba de un jovencito de aspecto introvertido que había recorrido todo el Camino de las Estrellas desde mucho más allá de los Pirineos,;al llegar al faro del Fin del Mundo, se había sentido decepcionado por un final tan vulgar y , sin que nadie se lo recomendara, había ascendido, como Orfeo, a las Aras Altas, había descubierto desde allí el laberinto y acabó por encontrarse con Donnon, tomándole por un simple vecino de aquel sendero de espirales, que le parecía un resumen de su propia caminata, rogándole hospitalidad pagada con su trabajo durante unos días, en los que él quería meditar y reciclar lo aprendido durante su peregrinación antes de regresar a su tierra.

Poco después de haberle acomodado, Donnon pidió a Orfeo que salieran a dar un paseo juntos y, ya en el bosque, le dijo que ésta era la clase de peregrinos que la magia del camino acababa trayéndole “como por casualidad”, para que pudiese cumplir con ellos su misión, así que le rogó que tratara de no influenciarle en absoluto con lo que él ya sabía del laberinto, ya que cada uno debería tener en él sus propios descubrimientos, en su propio lenguaje sentimental y mental y a su propio ritmo... y esto era lo único importante que la experiencia del Camino Sagrado aportaba.


Aquella noche, el joven contó ante el fuego detalles relevantes de su camino. Resulta que había conocido a los Brigmil y compartido algunos días en su Comunidad de Milesia, así que pasó un buen tiempo contando a Orfeo y Donnón lo que se sabía de cuanto había sucedido con Aito y los treinta compañeros que se fueron con él a bordo de tres barcos a descubrir la Isla Sagrada , así de como había sido la reacción de los Brigantes al enterarse de aquellos hechos. 


 “- El caudillo de Brigantia, Breogán, había recomendado a su hijo Aito, por consejo de Amerguín, que lo había soñado, que por ningún motivo pusiese directamente sus pies en las nuevas tierras que descubriera hasta que estuviese bien seguro de que ningún peligro le acechase, ni a él ni a sus hombres, Siguiendo muchos días y noches las estrellas en dirección norte sin desviarse –contó el joven-  los navegantes atravesaron mares tempestuosos y olas gigantes hasta descubrir entre la niebla un litoral verdecente. Siguiéndolo, acabaron avistando un poblado de pescadores en el fondo de una bahía. Para no inquietarlos, Aito mandó a cuatro hombres en un bote a pedir a la comunidad permiso para desembarcar pacíficamente e intercambiar.

Los emisarios regresaron diciendo que habían dado con el extremo occidental de una de las Casitérides y que el comandante de las naves y siete de sus hombres eran convidados a entrevistarse con el consejo del pueblo en la playa.

Aito y siete acompañantes aceptaron el convite y llevaron presentes de su tierra para los representantes de los nativos, que ya llenaban el arenal. Siguiendo el consejo de su padre y de su maestro, Aito desembarcó montado en su caballo y no quiso desmontar hasta que percibió claramente que la acogida local era bien intencionada y hasta cordial. Durante un día y una noche intercambiaron bienes, cortesías e informacioines. Por fin, los tripulantes de las tres naves pudieron también desembarcar,

Pudieron entonces saber que la isla soñada era real y hermosa y que se encontraba al otro lado de un brazo de mar que había al occidente de donde estaban. Supieron que se encontraba en un estado de guerra civil entre tres líderes hermanos, hijos de los últimos invasores.
Poco después, los tres barcos desplegaban de nuevo sus velas rumbo a ella, llevando con ellos a algunos de los nativos, para que hiciesen de guías e intérpretes.

Por fin fueron avistando y contornando muchos islotes rematados por altos peñascos de pura roca, que parecían estatuas de gigantes, hasta enfilar la boca de una de las bahias que penetraban profundamente la recortada Isla del Destino. Llegando hasta la playa montado en su caballo, Aito subió con los Brigmil y los guías a una elevación. Allí pudo ver, más allá de las montañas que amurallaban los litorales, planicies onduladas del más bello color verde esmeraldino imaginable, enmarcadas por exuberantes bosques de robles y hayas, por pantanos y lagunas, porque el clima, aunque templado, era mucho más húmedo que el de la tierra de los Gal. El paisaje parecía corresponderse en todo con la visión que el guerrero había tenido una noche desde la alta Torre de Brigantia, pero todo era más nítido y más gloriosamente brillante e iridiscente en cuanto el sol lograba imperar sobre los campos mojados por la lluvia.
Los guías le contaron que, de los tres caudillos en pugna fraticida, uno de los tres era más razonable que los otros. Hacia su encuentro decidió dirigirse Aito y, siendo recibido por él, le aseguró mediante intérpretes, sin bajar del caballo, que tenía experiencia en actuar como negociador ante distintos contendientes en conflicto, y que sólo quería, a cambio, que los barcos de Brigantia pudiesen intercambiar con los isleños, que cediesen para ellos un puerto franco y que obtuviesen una pequeña tierra en él donde instalar un almacén portuario y una nueva comunidad regida por milesianos.
El caudillo nativo, aunque desconfiado, consideró que poco costaba intentar una tentativa de paz aprovechando al forastero, y concertó una tregua y un encuentro negociador con sus hermanos en un terreno neutral.
Pero éstos no aceptaron la propuesta, y entonces Aito decidió aliarse con el único que le había acogido, junto a sus hombres, los Brigmil se dirigieron hacia la fortaleza del caudillo más cerrado. Antes de llegar, él mandó atacarlos. Afortunadamente, la experiencia guerrera de los Gal consiguió dividir a los atacantes en tres grupos, debilitar a cada grupo, vencerlos y ponerlos en fuga.
La reunión se celebró finalmente, sin embargo, al más feroz y arrogante de los caudillos litigiantes, aún resentido de la derrota de sus hombres, no le gustó nada que Aíto no se apeara del caballo salvo cuando se encontraba totalmente rodeado de la seguridad que le proporcionaban los Brigmil. Intrigó secretamente con sus hermanos, los convenció de que aquellos extranjeros sólo querían quedarse con la isla y que los tres deberían juntar sus fuerzas  para exterminarlos, a fin de luego poder continuar su pugna entre ellos sin interferencias.
Aito intuyó de alguna manera lo que estaba ocurriendo, y decidió regresar aquella misma noche, a toda prisa, a la bahía donde le esperaban los barcos brigantes. Pero los ejércitos combinados de los tres hermanos les dieron alcance cerca de la costa y los rebasaron a distancia por un flanco, saliendo por sorpresa de un bosque y cortando y embistiendo su vanguardia, donde él iba.
El ataque repentino hizo que Aito cayese del caballo y, ya en tierra, fue rodeado y asesinado por múltiples golpes. Como esa era la prioridad de los hermanos, abandonaron inmediatamente el combate, dejando anonadados a los Brigmil del centro y de la retaguardia, que llegaron demasiado tarde.
Furiosos, propusieron perseguir a los enemigos y vengarse, pero los veteranos más prestigiosos, conscientes de su gran inferioridad ante los tres ejércitos reunidos, los convencieron para llevar el cuerpo de Aito de vuelta a su padre Breogán, pidiendo refuerzos a Brigantia para castigar a los asesinos.
Así se hizo, Junto a la Torre de La Visión se levantó una enorme pira de leña y, antorcha en mano, Breogán se despidió de su hijo y prometió venganza. Algún tiempo después una flota de treinta y cuatro barcos brigantes, uno por cada clan, desembarcaron en la misma bahía a la que habían llegado las tres primeras naves exploradoras.
Venían en ellos, además de guerreros, mujeres y niños deseosos de poblar la nueva tierra, y hasta el propio Amergín, al frente de la mayoría de los Brigmil restantes. Todos ellos querían sumarse a la expedición, así que hubo que echar a suertes quienes se iban a quedar, para que Milesia no quedase desguarnecida.
Las batallas contra los tres hermanos reunidos fueron tan duras y despiadadas que, finalmente, ellos enviaron a sus hombres sabios para pedir que se cambiase la fuerza de las armas por la de la magia, y se pusiese en manos de las tres diosas de la isla la decisión sobre quienes iban a ser los amos de la superficie del país en adelante.
Los jefes de guerra brigantes no querían ni escuchar, pero Amerguin dijo que asumía el desafío mágico y su prestigio era tan grande que todos aceptaron las nuevas condiciones de juego. Consistían éstas en que los Brigantes se subieran a sus barcos y se retiraran más allá de donde se formaba la séptima ola de las rompientes. Desde allí, invocarían el favor de los dioses para desembarcar, al mismo tiempo que los magos de los tres hermanos pedirían que no pudiesen poner sus piés en tierra.
Y pareció que eran escuchados, porque, en cuanto las naves de los Gal rebasaron la séptima onda, se desató una pavorosa tempestad que parecía que iba a hundirlas a todas.

Pero, en ese instante crucial, Amerguin pidió que le amarrasen a la proa de su navío y, desde allí, tocó su arpa y se hizo uno en su canto con los vientos y las olas que barrían la cubierta, se hizo uno con la tempestad y con las montañas litorales y con los bosques y lagos y pantanos y con la hierba esmeralda de la Isla Sagrada y con sus tres diosas, especialmente con aquella tan hermosa que se había aparecido en los sueños y visiones de Aíto y de sí mismo, aquella diosa que los nativos llamaban Eirín.
Entonces, de golpe, la tempestad cesó, y los treinta y cuatro naves fueron llevadas al tiempo y suavemente sobre las ondas hasta la arena de la playa. El enemigo no aceptó el prodigio y trataron de resistir al desembarco, pero fuero arrolladoramente vencidos y tuvieron que dispersarse. Durante largo tiempo, los Gal tuvieron que ir a sitiar sus fortalezas, una por una, hasta que se hicieron dueños de la isla. Sus enemigos supervivientes desaparecieron. Se decía que la Isla estaba llena de Portales Interdimensionales y que por uno de ellos se habían fugado, yendo a habitar los mundos intraterrenos.
Dicen también que los nuevos pobladores adoptaron el arpa de Amerguín como emblema, y que dieron el nombtre de Eirín o Eire a la Isla de su destino.”

Acabó así el joven su narración, y todos se fueron a dormir, aunque poco pudo hacerlo Orfeo, compungido porque la vida de Aito hubiese tan prematuramente cortada, cuando apenas estaba comenzando a realizar su sueño.

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