Anónimo Anónimo
Al regresar a la casa de Donnon, Orfeo se encontró con
que éste acababa de reconocer y acoger a un nuevo iniciante en el Laberinto. Se
trataba de un jovencito de aspecto introvertido que había recorrido todo el
Camino de las Estrellas desde mucho más allá de los Pirineos,;al llegar al faro
del Fin del Mundo, se había sentido decepcionado por un final tan vulgar y ,
sin que nadie se lo recomendara, había ascendido, como Orfeo, a las Aras Altas,
había descubierto desde allí el laberinto y acabó por encontrarse con Donnon,
tomándole por un simple vecino de aquel sendero de espirales, que le parecía un
resumen de su propia caminata, rogándole hospitalidad pagada con su trabajo
durante unos días, en los que él quería meditar y reciclar lo aprendido durante
su peregrinación antes de regresar a su tierra.
Poco después de haberle
acomodado, Donnon pidió a Orfeo que salieran a dar un paseo juntos y, ya en el
bosque, le dijo que ésta era la clase de peregrinos que la magia del camino
acababa trayéndole “como por casualidad”, para que pudiese cumplir con ellos su
misión, así que le rogó que tratara de no influenciarle en absoluto con lo que
él ya sabía del laberinto, ya que cada uno debería tener en él sus propios
descubrimientos, en su propio lenguaje sentimental y mental y a su propio
ritmo... y esto era lo único importante que la experiencia del Camino Sagrado
aportaba.
Aquella noche, el joven contó ante el fuego detalles relevantes de su camino. Resulta que había conocido a los Brigmil y compartido algunos días en su Comunidad de Milesia, así que pasó un buen tiempo contando a Orfeo y Donnón lo que se sabía de cuanto había sucedido con Aito y los treinta compañeros que se fueron con él a bordo de tres barcos a descubrir la Isla Sagrada , así de como había sido la reacción de los Brigantes al enterarse de aquellos hechos.
Los emisarios regresaron diciendo que habían dado con el extremo occidental de una de las Casitérides y que el comandante de las naves y siete de sus hombres eran convidados a entrevistarse con el consejo del pueblo en la playa.
Aito y siete acompañantes aceptaron el convite y llevaron presentes de su tierra para los representantes de los nativos, que ya llenaban el arenal. Siguiendo el consejo de su padre y de su maestro, Aito desembarcó montado en su caballo y no quiso desmontar hasta que percibió claramente que la acogida local era bien intencionada y hasta cordial. Durante un día y una noche intercambiaron bienes, cortesías e informacioines. Por fin, los tripulantes de las tres naves pudieron también desembarcar,
Pudieron entonces saber que la isla soñada era real y hermosa y que se encontraba al otro lado de un brazo de mar que había al occidente de donde estaban. Supieron que se encontraba en un estado de guerra civil entre tres líderes hermanos, hijos de los últimos invasores.
Poco después, los tres barcos desplegaban de nuevo sus velas rumbo a ella, llevando con ellos a algunos de los nativos, para que hiciesen de guías e intérpretes.
Por fin fueron avistando y contornando muchos islotes rematados por altos peñascos de pura
roca, que parecían estatuas de gigantes, hasta enfilar la boca de una de las bahias que penetraban
profundamente la recortada Isla del Destino. Llegando hasta la playa montado en su caballo, Aito subió
con los Brigmil y los guías a una elevación. Allí pudo ver, más allá de las
montañas que amurallaban los litorales, planicies onduladas del más bello color
verde esmeraldino imaginable, enmarcadas por exuberantes bosques de robles y
hayas, por pantanos y lagunas, porque el clima, aunque templado, era mucho más
húmedo que el de la tierra de los Gal. El paisaje parecía corresponderse en
todo con la visión que el guerrero había tenido una noche desde la alta Torre
de Brigantia, pero todo era más nítido y más gloriosamente brillante e
iridiscente en cuanto el sol lograba imperar sobre los campos mojados por la
lluvia.
Los guías
le contaron que, de los tres caudillos en pugna fraticida, uno de los tres era
más razonable que los otros. Hacia su encuentro decidió dirigirse Aito y,
siendo recibido por él, le aseguró mediante intérpretes, sin bajar del caballo,
que tenía experiencia en actuar como negociador ante distintos contendientes en
conflicto, y que sólo quería, a cambio, que los barcos de Brigantia pudiesen
intercambiar con los isleños, que cediesen para ellos un puerto franco y que
obtuviesen una pequeña tierra en él donde instalar un almacén portuario y una
nueva comunidad regida por milesianos.
El
caudillo nativo, aunque desconfiado, consideró que poco costaba intentar una
tentativa de paz aprovechando al forastero, y concertó una tregua y un
encuentro negociador con sus hermanos en un terreno neutral.
Pero éstos
no aceptaron la propuesta, y entonces Aito decidió aliarse con el único que le
había acogido, junto a sus hombres, los Brigmil se dirigieron hacia la
fortaleza del caudillo más cerrado. Antes de llegar, él mandó atacarlos.
Afortunadamente, la experiencia guerrera de los Gal consiguió dividir a los
atacantes en tres grupos, debilitar a cada grupo, vencerlos y ponerlos en fuga.
La reunión
se celebró finalmente, sin embargo, al más feroz y arrogante de los caudillos
litigiantes, aún resentido de la derrota de sus hombres, no le gustó nada que
Aíto no se apeara del caballo salvo cuando se encontraba totalmente rodeado de
la seguridad que le proporcionaban los Brigmil. Intrigó secretamente con sus
hermanos, los convenció de que aquellos extranjeros sólo querían quedarse con
la isla y que los tres deberían juntar sus fuerzas para exterminarlos, a fin de luego poder
continuar su pugna entre ellos sin interferencias.
Aito
intuyó de alguna manera lo que estaba ocurriendo, y decidió regresar aquella
misma noche, a toda prisa, a la bahía donde le esperaban los barcos brigantes.
Pero los ejércitos combinados de los tres hermanos les dieron alcance cerca de
la costa y los rebasaron a distancia por un flanco, saliendo por sorpresa de un
bosque y cortando y embistiendo su vanguardia, donde él iba.
El ataque
repentino hizo que Aito cayese del caballo y, ya en tierra, fue rodeado y
asesinado por múltiples golpes. Como esa era la prioridad de los hermanos,
abandonaron inmediatamente el combate, dejando anonadados a los Brigmil del
centro y de la retaguardia, que llegaron demasiado tarde.
Furiosos, propusieron
perseguir a los enemigos y vengarse, pero los veteranos más prestigiosos,
conscientes de su gran inferioridad ante los tres ejércitos reunidos, los
convencieron para llevar el cuerpo de Aito de vuelta a su padre Breogán,
pidiendo refuerzos a Brigantia para castigar a los asesinos.
Así se
hizo, Junto a la Torre de La Visión se levantó una enorme pira de leña y,
antorcha en mano, Breogán se despidió de su hijo y prometió venganza. Algún
tiempo después una flota de treinta y cuatro barcos brigantes, uno por cada
clan, desembarcaron en la misma bahía a la que habían llegado las tres primeras
naves exploradoras.
Venían en
ellos, además de guerreros, mujeres y niños deseosos de poblar la nueva tierra,
y hasta el propio Amergín, al frente de la mayoría de los Brigmil restantes.
Todos ellos querían sumarse a la expedición, así que hubo que echar a suertes
quienes se iban a quedar, para que Milesia no quedase desguarnecida.
Las
batallas contra los tres hermanos reunidos fueron tan duras y despiadadas que,
finalmente, ellos enviaron a sus hombres sabios para pedir que se cambiase la
fuerza de las armas por la de la magia, y se pusiese en manos de las tres
diosas de la isla la decisión sobre quienes iban a ser los amos de la
superficie del país en adelante.
Los jefes
de guerra brigantes no querían ni escuchar, pero Amerguin dijo que asumía el
desafío mágico y su prestigio era tan grande que todos aceptaron las nuevas
condiciones de juego. Consistían éstas en que los Brigantes se subieran a sus
barcos y se retiraran más allá de donde se formaba la séptima ola de las
rompientes. Desde allí, invocarían el favor de los dioses para desembarcar, al
mismo tiempo que los magos de los tres hermanos pedirían que no pudiesen poner
sus piés en tierra.
Y pareció
que eran escuchados, porque, en cuanto las naves de los Gal rebasaron la
séptima onda, se desató una pavorosa tempestad que parecía que iba a hundirlas
a todas.
Entonces,
de golpe, la tempestad cesó, y los treinta y cuatro naves fueron llevadas al
tiempo y suavemente sobre las ondas hasta la arena de la playa. El enemigo no
aceptó el prodigio y trataron de resistir al desembarco, pero fuero
arrolladoramente vencidos y tuvieron que dispersarse. Durante largo tiempo, los
Gal tuvieron que ir a sitiar sus fortalezas, una por una, hasta que se hicieron
dueños de la isla. Sus enemigos supervivientes desaparecieron. Se decía que la
Isla estaba llena de Portales Interdimensionales y que por uno de ellos se
habían fugado, yendo a habitar los mundos intraterrenos.
Dicen también que los nuevos pobladores adoptaron el arpa de Amerguín como emblema, y que dieron el nombtre de Eirín o Eire a la Isla de su destino.”
Acabó así
el joven su narración, y todos se fueron a dormir, aunque poco pudo hacerlo
Orfeo, compungido porque la vida de Aito hubiese tan prematuramente cortada,
cuando apenas estaba comenzando a realizar su sueño.
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