quinta-feira, 8 de setembro de 2011

45 (2)- LA MONTAÑA DE LA COMPASIÓN

LA MONTAÑA DE LA COMPASIÓN

Anónimo Anónimo

Orfeo se encontró compartiendo  la noche con unas setenta dolidas  refugiadas y sus niños, en aquel campamento improvisado alrededor del espacio donde,  al parecer, la sacerdotisa Lilinel recogía y cuidaba a cualquier clase de animal abandonado o herido. Contábase en las hogueras que ella vivía hacía muchos años en aquella montaña como ermitaña, en compañía de otras cinco o seis sacerdotisas más jóvenes, discípulas suyas, y pasaba por ser una  santa maestra que todo el mundo respetaba y veneraba por su bondad, compasión y sabiduría.


Algunos acrecentaban reverentemente que era un claro canal de la Diosa Mari, diosa  de quien el tracio entendió que para los habitantes de aquel país era la Madre Tierra, una personificación humanizada de otra energía más impersonal y bastante menos tratable,  Amalur,  la Fuerza de la Naturaleza, muy imprevisible y peligrosa en aquellas altas montañas.

Las refugiadas invocaban en su dolor y carencia a la diosa  Mari y a los espíritus y devas de su Macizo Sagrado de Lur, a quienes Ella regía, para que no hiciese tanto frío y para que facilitase la curación de los heridos, para que se consiguiese alimento, para que protegiese a los guerreros de su bando que luchaban en el llano contra sus enemigos y para que se acabase la feroz guerra entre clanes hermanos, no sin antes conseguir una justa venganza sobre los asesinos de sus familiares.

Orfeo se sorprendió al enterarse de que se trataba  de facciones del mismo pueblo y de la misma gente, enfrentadas de una forma feroz e inmisericorde, talcomo suele acontecer durante todas las guerras civiles. Se trataba de la etnia Euskalduna o Vasca, una raza alta y fuerte de montañeses de ojos claros, con un aire de nobleza austera y antigua en sus rostros y en sus modales. Hablaban una lengua extraña, el Euskera,  que no se parecía nada a ninguna de las escuchadas por Orfeo, seguramente una lengua pre-ariana que había resistido el paso del tiempo y del devenir de los cambios históricos, resguardada en los altos valles ocultos de la cordillera,  a los cuales sólo se podía llegar por senderos por ellos conocídos, a través de desfiladeros que eran verdaderos portales inexpugnables  para los invasores.

Algunas de las mujeres, las que podían hablar la lengua franca, contaron que desde los más remotos tiempos, la mayoría de los invasores de la soleada, y por tanto, muy apetecida, Península Ibérica,  intentaban su entrada a través de los principales pasos de aquellas montañas, dominaban las partes bajas e imponían su cultura en ellas, hasta que era sustituída por una nueva cultura venida de fuera. Pero, cada vez,  los clanes “Euskaldunak” ascendían a sus refugios en las partes altas y allí resistían y se mantenían siendo lo que siempre fueron.

 Es posible que ellos representaran a los más antiguos europeos y a los Ibéricos puros, aunque no se identificaban con la palabra Iberia, que , para ellos era un término “moderno” con el que algunos extranjeros habían bautizado a la gran península que se alargaba al sur de sus montañas. Los Pirineos eran la impresionante muralla que la protegía y el único de sus cuatro lados que no estaba rodeado por los mares. Por eso, los dos hijos de la Diosa Mari con el Dragón Celeste o Vía Láctea, que se llamaban Miquelatz y Atarrabi, representaban, uno, el espíritu de adaptación a lo nuevo que siempre venía del Norte o del Sur y el otro, el espíritu de conservación del alma ancestral de la etnia Euskal. La unión de ambos elementos conformaba lo que se llamaba el Pueblo Vasco.

Había comunidades vascas viviendo de forma bien autónoma por todos los valles y piés-de monte de los Pirineos Occidentales y Centrales, al norte y al sur de la cordillera. Los antiguos clanes matriarcales de su más elevada región, cuyo centro y corazón era el Macizo Sagrado de Lur donde ahora estaban, se regían mediante  una asamblea tribal igualitaria pero, con el tiempo, la asamblea se había ido convirtiendo en la aristocracia de los más fuertes y ricos, que normalmente estaban aliados con el último poder extranjero que había ocupado las tierras bajas. Éstos acabaron eligiendo una especie de rey entre ellos y el rey provocó tantas guerras con los vecinos, vascos o no vascos, por su ambición de expandir sus dominios, que todos ellos acabaron uniéndose contra él,  arrebatándole cuanto lograra conquistar, y finalmente invadiendo las partes bajas del país y saqueándolas.

 Entonces, en medio de la derrota y del caos del poder central, los clanes Euskaldunak refugiados, como siempre, en los valles altos e inaccesibles, resucitaron espontáneamente los Consejos Forales y luego las Asambleas Confederadas, y fueron convocados todos los jefes y jefas de familia de las pequeñas comunidades autónomas para que decidieran desde la base como aceptaban seguir siendo gobernados de forma conjunta. Por votación mayoritaria fue depuesto el rey, quien tuvo que exilarse, ocupando su lugar el Consejo Confederal, que facilitó, durante bastantes años de arduo trabajo de los habitantes, que brillase de nuevo la prosperidad.

Los nostálgicos de la monarquía y de las aventuras imperialistas reaparecieron en la generación próspera, queriendo promover una aristocracia de los más ricos y más guerreros, que convirtiese aquella libertaria dispersión tribal en una nación disciplinadamente unida, con el poder centralizado. Como los demás no estaban de acuerdo, porque querían conservar la autonomía de su variedad, los centralizadores reunieron sus fuerzas y tomaron por asalto la capital. Hubo una terrible guerra civil de cuatro años  que mató a más de un tercio de la población y que dejó de nuevo el país destruido.

La guerra fue ganada por los más ricos y guerreros porque no permitieron la menor diferenciación ni desunión en sus filas y su caudillo no se atrevió a  ceñir la corona real, pero instauró una férrea dictadura de la capital y una uniformización centralizada del país durante cuarenta años,  en los que todo el mundo se convirtió en sospechoso y durante los cuales casi nada estaba permitido, salvo rezar mucho para salvar el alma y trabajar duro para levantarse  sobre las ruinas.

Murió por fin de viejo el dictador y tan aburrida estaba la nueva generación de uniformidad controladora, como ilusionada por retomar las antiguas libertades y la variedad, que ya se habían vuelto míticas, así que reinstauraron sin mucha resistencia el Consejo Confederal de Comunidades Autónomas y, después de haber aguantado tanto tiempo viviendo encorsetados como en un rígido cuartel y fingiendo hipócritamente una religiosidad que no sentían para no tener problemas, aquella sociedad, que ya otra vez era próspera, abrió el escote, sacó la sensualidad del armario  y se convirtió de repente en un alegre burdel donde todo era permitido… si se disponía de capacidad individual para pagarlo.

Si antes habían competido políticamente, ahora los nativos competían a ver quien  podía mostrar más alto patrón de vida ante la cara envidiosa de sus vecinos. Se desataron  la ostentosa vanidad, la vulgaridad hedonista  y materialista y el cínico egoísmo en sus más altos grados. La explotación despiadada de los más débiles y pobres por los más poderosos alcanzó niveles nunca antes conocidos, ni en la monarquía ni en la dictadura, las cuales, al menos, siempre procuraron un mínimo de equilibrio y de ayuda a los necesitados, para no suscitar rebeliones. 

Finalmente se agudizaron tanto los contrastes y el descontento, que la unión y la rebelión de los más desfavorecidos y una nueva guerra civil se produjeron, se repitió el asesinato cíclico de un tercio de la población, así como el arrasamiento de la mayoría del país, y los dos bandos estaban concentrados ahora en conseguir el dominio de la capital, dividida entre ambas fracciones por varias líneas de barricadas, hechas de casas destruídas.

Orfeo se quedó reflexionando que el ser humano era demasiado superficial y olvidadizo para aprender de sus errores y no tener que pasar la vida cayendo de nuevo en ellos, antes del final de una generación.

Aquella misma noche, una de las refugiadas, una bella joven de brazos tatuados con un bebé de diez meses,  que había visto caer traspasado por una flecha a su marido antes de huir corriendo a la montaña,  se acercó mucho al tracio buscando consuelo y un nuevo protector y proveedor.  La mujer pidió colocarse a su lado, poniendo al bebé entre los cuerpos de ambos, para mantenerlo caliente. Él dedicó mucho tiempo a escucharla y consolarla, pero cuidó de no dejarse enredar por el fascinio con que ella estaba tratando sutilmente de envolverle, para lo que estuvo invocando el recuerdo de Eurídice. Finalmente todos se durmieron.

De mañana, la sacerdotisa Lilinel mandó recado a Orfeo, por medio de un anciano pastor, de que podría continuar su camino por un sendero que cruzaba las montañas hacia el Oeste si quería acompañarlo, pues iba  en busca de ayudas para el campamento. El bardo estaba feliz de la posibilidad de salir de aquel infierno y fue en busca de su mochila al cobertizo donde había dejado a la mujer que ayudó, que al parecer se llamaba Ainoa, y a sus niños.

 Pero la encontró en un estado tan febril y a sus hijos en tal desamparo, que se le quebró el corazón de pena y decidió posponer su marcha y quedarse a cuidarla y a  proteger a sus dos criaturas durante un tiempo.

Así que  pidió a una de las sacerdotisas que le permitiese hablar con Lilinel. Ella estaba resolviendo un sinfín de demandas hablando en Euskera y Orfeo tuvo que esperar, observándola de cerca, casi una hora, a medida que avanzaba la fila de personas que querían presentarle sus necesidades. Trajinaban a su alrededor tres sacerdotisas igualmente atareadas y todas ellas iban y venían vistiendo túnicas pardas muy austeras, ceñidas con un fajín o delantal ceniza en la cintura, donde el mucho trabajo había dejado sus marcas. Ocultaban sus cabezas bajo pañoletas pardas atadas con un lazo bajo el cuello  y aquel atuendo las despojaba totalmente del aspecto sensual que daban a las íberas sus cabelleras sueltas y abundantes como cascadas y ropas muy coloridas, resaltadoras de sus formas.

La  Sacerdotisa Mayor andaba por unos cuarenta y tantos años, tenía una complexión atlética y ágil de montañesa y un rostro estrecho de mandíbula enérgica  bien frecuente entre los euskaldunak; emanaba de ella una impresión de fuerza viril que contrastaba con la deliciosa entonación femenina de su voz  y con el calor maternal de su mirada.

Cuando llegó su vez, Orfeo saludó muy cortesmente y le dijo lo que quería hacer con muchos gestos y con la esperanza de que le entendiera.

-Muy generoso de tu parte, hermano extranjero –le respondió ella hablando muy bien la lengua franca-, pero cuando el pastor que es nuestro mensajero,  se haya marchado de aquí, serás el único hombre que quede en este campamento de pobres sufridoras. Quédate si quieres, pero a condición de que no sea sólo para cuidar de Ainoa y de sus niños, sino para ayudar a todos en cuanto sea necesario, pues mucha es la necesidad y los necesitados y muy pocos nuestros medios.

-Soy un buen músico –dijo Orfeo mostrando su lira - puedo ayudar a aliviar ese sufrir con mis canciones y melodías.

La mujer se rió seriamente y luego lo miró desde la altura de una autoridad natural tan grande que a Orfeo le pareció que se encontraba ante una reina guerrera.

-¡¡ …Para músicas estamos !!- No, ilustre artista, si te quedas aquí, será para ponerte enteramente a mis órdenes y para servir incondicionalmente en todos los trabajos en los que se necesite energía masculina, por humildes que te puedan parecer. Podrás tocar tu música  cuando yo te indique que es el momento y el lugar oportuno. Pero si sólo podemos contar contigo como músico, entonces puedes irte con el pastor y buen viaje, porque la música es un lujo para nosotras en este momento… tenemos prioridades mucho más acuciantes.

Orfeo estaba rojo de vergüenza por haberse mostrado tan egoico y superficial, y su personalidad ofendida le instaba a dar la espalda y marcharse. Pero de pronto se vió ante Eurídice picada por la serpiente, caída y alzando un brazo, pidiendo ayuda, y aquel recuerdo le hizo respirar hondo, alinearse con su centro de consciencia  y recuperar la compostura y la hombría de bien.

-Comprendo tus razones y no necesitas darme más, señora –dijo desde la dignidad de su alma- ruego que perdones  mi presunción de antes. Estoy completamente a tus órdenes en todo cuanto pueda ayudar, sin condiciones. Me quedaré, por lo menos, hasta que mejore esta situación.

-Pues que la Diosa te lo pague, hermano –respondió Lilinel ahora con una bella sonrisa acogedora-. Bienvenida tu colaboración.

-Me llamo Orfeo -dijo él-, dime, por favor, de que forma puedo comenzar a ayudar.

-Por el momento puedes dejar conmigo tu lira, para que no se pierda en este caos -dijo ella-. Instálate junto a Ainoa y sus niños, que enseguida enviaré a alguien a que les asista. Estas son mis instrucciones para ti, Orfeo: cuando ese alguien llegue, empieza a recorrer el campamento como si fueses yo misma en un cuerpo de hombre y simplemente ayuda en todo lo que esa linda mujer que tienes en el corazón te diga que debes ayudar.

Un poco sorprendido por sus palabras, el bardo entregó su lira como quien se desprende de un brazo, pero algo muy dentro de sí le estaba felicitando por ello.  Saludó y se dispuso a marchar sin más demora, ya que otras muchas personas, algunas heridas o angustiadas, estaban aguardando con impaciencia a ser atendidas por la guardiana del santuario.

-¡Orfeo! -llamó Lilinel cuando él ya se estaba yendo- ¡Una cosa más!

-Si te quedas aquí– le dijo en voz baja cuando le tuvo de nuevo ante ella- me tienes que prometer que ni buscarás ni aceptarás relaciones sexuales con nadie. No quiero más conflictos que los que ya tenemos.
-Prometido -dijo él, inclinando la cabeza-. No es para eso que vine a esta tierra desde tan lejos.
-Muchas gracias ¿Sabes…? esta guerra comenzó por causa de los celos.

 Orfeo  regresó  junto a la mujer postrada y febril y, a falta de otra cosa, se dedicó a pasar paños humedecidos sobre su frente. Vinieron los niños junto a él y le imitaron. Al poco, se encontraron todos abrazados alrededor de la paciente. El tracio se sentía tan bien en aquel abrazo que ni pensaba en el compromiso en que se había metido por su compasión con aquellas tres personas de las que no conocía ni los nombres y con quienes no había podido intercambiar ni una palabra hasta el momento.

Poco después preguntaron por él cuatro mujeres que habían sido enviadas por la sacerdotisa Lilinel. La mayor de ellas era curadora y la siguiente en edad su asistente. Las otras dos, más jóvenes y bien lindas, hablaban la lengua franca. Le dijeron que serían sus traductoras, que Ainoa y los niños serían cuidados ahora y que, mientras tanto, lo acompañarían en su  recorrido del campamento.

El campamento era una confusión recién improvisada donde faltaba lo más necesario; lo primero que hizo el tracio fue estudiar todo el terreno y sus alrededores y elaborar una lista de las prioridades más acuciantes, acompañándola de sugerencias para resolverlas. Ahí se enteró de ciertas limitaciones que había; por ejemplo, Lilinel había prohibido totalmente la caza en el santuario natural, y cualquiera que osase incumplir esa norma sería expulsado de él, con toda su familia próxima, inmediatamente y sin apelación posible.

La huerta de las sacerdotisas se acabaría, sin duda alguna, antes de que pasaran tres días, así que mandó a sus compañeras a que reuniesen a las mujeres mayores y las instó a que se organizasen en un Consejo de Emergencia y a que instruyesen a grupos de otras más jóvenes sobre como dedicar las primeras horas de la mañana a mantener el campamento con la mayor disciplina higiénica posible, continuamente controlada y mejorada, para evitar epidemias, También pidió a las madres que organizaran a los suyos por turnos y equipos, para dedicar el resto del día a recorrer en pequeños grupos el entorno y buscar, encontrar y ver como utilizar frutos, hojas y raíces silvestres comestibles, aromáticas  y medicinales.

Sugirió a Lilinel que diese orden de que todo lo recolectado por cada grupo, incluída la leña, debería entregarse en un almacén general, y así lo hizo ella, añadiendo que quien se dedicase a  acumular individualmente sufriría pena de expulsión. Allí mismo se creó una enorme cocina y refectorio colectivo, donde todos los habitantes deberían trabajar por turnos de mañana, mediodía y tarde bajo la supervisión del Consejo de Emergencia. De esa manera impositiva se aseguraron que tanto los alimentos como la leña fuesen distribuidos igualitariamente.

Después de tomar todas las providencias que se le ocurrieron, Orfeo quiso ayudar a cortar leña para las hogueras, pero se encontró, con alivio, con que las mujeres vascas hacían aquel trabajo con mayor destreza y eficacia que él. En aquellas montañas, cortar leña era un deporte nacional para ambos sexos, y había competiciones a ver quien conseguía trocear más tranquila y rapidamente grandes pilas de troncos, hasta dejarlas convertidas en astillas.

Así que el bardo se dedicó a recorrer una vez más el campamento asistido por sus dos bellas traductoras y a escuchar y tratar de ayudar, una por una, a las personas que en peor situación se encontraban. En varios casos conmovedores, hasta lloró con ellos. Lo llamaron, cuando ya se iba a descansar, para que ayudara a enterrar a una anciana que no había resistido más.

Tres días más tarde, Orfeo y sus ayudantas no paraban de trabajar, encadenándose cualquier demanda con la siguiente, como si todo el mundo los necesitase. Era tal su actividad desde el amanecer a la noche, y tan útil él se sentía a pesar de la fatiga, que ni pensaba que había dejado a un lado su habitual papel de artista, para convertirse en un entregado servidor integral que colaboraba, junto a un número cada vez mayor número de voluntarias,  en cuanto se precisase para mitigar tanta necesidad.

Ainoa había sido llevada a un hospital improvisado en la sala de oración de las sacerdotisas, donde había sobre la paja seca del suelo otras dieciocho mujeres  heridas, algunas de ellas terminales.  Uno de los trabajos de Orfeo era cavar una, dos y a veces, hasta tres sepulturas diarias.
Sus niños habían sido juntados a otros muchos niños. Jugaban juntos alegremente en un patio,  bajo el cuidado de dos muchachas adolescentes, pareciendo que se encontraran en otro mundo donde sólo importaba el goce del momento presente. Sólo regresaban a aquel valle de lágrimas  y a su melancolía al anochecer, momento en que Orfeo los iba a recoger para que durmieran a su lado.

Junto a ellos, dándoles calor por los otros dos costados, se tendían sus dos ayudantas, Izarre y Edurne. Las dos estaban claramente enamoradas de él. Izarre, la mayor, había osado acercar sus labios a su piel en mitad de la segunda noche, le confesó con calor su pasión susurrando en su oído y se le ofreció toda como una flor abierta. Orfeo fue muy delicado con ella, acarició su mano, la llamó bella y le agradeció mucho, pero explicó  que amaba con fidelidad total a su esposa y que en su viaje intentaba poder llegar a donde ella se encontraba, sin entrar en más detalles.

Izarre se desprendió de él y huyó corriendo, despechada; pero a la mañana siguiente regresó, besó sus manos con dignidad ibérica, pidiéndole que la disculpara, y a partir de ahí se devotó con toda su energía al trabajo, sublimando en él sus ansias. Edurne, por su parte, era tan orgullosa como tímida, intuyó lo que había ocurrido y ni se atrevió a manifestarse, aunque todo el tiempo estaba pendiente de agradarle y servirle y se lo comía con los ojos y con los suspiros.

Diferentes mujeres carentes intentaron aproximarse al único varón del campamento, pero Izarre y Edurne formaron una barrera intrasponible, estando muy atentas a que todos los contactos se tuvieran que hacer a través de su intermedio, lo que le mantenía a salvo de aquellos asaltos.

       Una madrugada se divisó una cuarta humareda en otro de los valles, lo que dio un toque siniestro al amanecer. A media tarde se escucharon lamentos subiendo al macizo y aparecieron otras cincuenta mujeres traumadas, cargando niños y en muy mal estado, que venían huyendo de un nuevo pueblo incendiado.
        
Pero se quedaron de piedra al encontrar en el santuario a las refugiadas de las aldeas de sus enemigos. Surgió una zarabanda de reproches e insultos y ambos bandos se aproximaron, comenzando a agarrar piedras y dispuestos a machacarse mutuamente. 
             
Lilinel lanzó entonces un grito como un trueno que se quedó ecoando en las montañas. Enseguida llegaron dos manadas de lobos desde los bosques en torno y la rodearon. La sacerdotisa los hizo formar una amenazadora barrera de colmillos y gruñidos entre los dos grupos enemigos, que perdieron así el ánimo para seguir peleándose.

En ese momento, la guardiana del santuario natural increpó en Euskera con toda firmeza a las mujeres contendientes, por haber propiciado, por los pretextos que fueran, la destrucción de su mundo y sus hogares que tanto tiempo les llevó construir, según fue traduciendo Edurne para Orfeo. Añadió que habría guerra entre los seres humanos en cuanto siguiesen maltratando, explotando, cazando, asesinando y comiendo animales, ya silvestres o domésticos.


-Ahora Lilinel, está canalizando a la Diosa Mari –explicó Edurne tras un silencio reverente de todos- quien pronuncia muy breves pero muy sagradas palabras. Está incitando  a los dos bandos a acalmarse, a alinearse con sus almas, a rezar con Ella  por la paz y la armonía para elmundo todo, a pacificarse, perdonar  y ayudarse mutuamente a sobrevivir.

             Las mujeres más conscientes de ambas facciones escuchaban con respeto las buenas razones de la Diosa a través de su canalizadora, muchas de ellas manteniendo los ojos cerrados y la cabeza inclinada o soltando lágrimas, pero seguía habiendo mucha agitación contenida  o rabia resmungona entre la mayoría de las otras

Entonces  la sacerdotisa  llamó a Izarre y la mandó a traer la lira de Orfeo. –Lilinel te pide que toques ahora, invocando la misericordia del Aspecto Femenino de la Divinidad, para todos nosotros-dijo.

Orfeo recibió su amado instrumento con veneración y comenzó a rasguear un himno griego muy sagrado que se utilizaba para agradecer a la Madre Planetaria, Gaia, sus dádivas. Pero, para no interferir con una lengua y cultura diferente, evitó  cantarla, limitándose a repetir las estrofas musicales que sonaban más femeninas y calmantes y las fue suavizando cada vez más´y más, acompañándolas con un arrullo de su voz, parecido a aquel con que las madres duermen a sus bebés. Muchas mujeres se fueron sumando y el arrullo general acabó produciendo sus efectos.

Lilinel hizo entonces un gesto para que Orfeo siguiese tocando con intensidad menor y comenzó a recitar en la lengua vasca una plegaria bien conocida por aquel pueblo. Ella iniciaba una estrofa y todas las mujeres de ambos bandos la repetían. Edurne le dijo que era una invocación a la Diosa Mari, en su aspecto de Reina de la Paz, para que sus rayos calmantes de amor, perdón, reconciliación y armonía hiciesen cesar la guerra en el interior de los corazones de las personas, sin lo cual sería imposible que terminase la guerra externa.

-Es una oración bien tradicional –añadió a su lado Izarre-, todos nosotros la conocemos desde niños, pero cuando llegamos a la adolescencia y al estado adulto despreciamos las oraciones como cosas simples e infantiles, nos llenamos de “realismo” y sólo pensamos en la posible satisfacción palpable de nuestros deseos y sueños.

Esto último lo dijo con un hondo suspiro. El bardo la miró y vió en sus ojos como el primer fuego de su pasión por él se estaba transformando en una luz más pura, menos contaminada de expectativas materiales. Miró entonces a Edurne y vió la misma luz en ella. Soltó el amor de su corazón hacia ambas como un perfume y las envolvió con una sonrisa. Desde un amor sin expectativas materiales, sin posesividad ni exclusivismo, espiritual, fraternal, servidor sin interéses personales, todo el mundo puede amar a todo el mundo. Después les pidió que rezasen bien claramente, junto a él, aquella oración en vasco al mismo tiempo que todas las refugiadas la seguían repitiendo, para él poder aprenderla.

Según la iban rezando y rezando, Orfeo iba adaptando a su cadencia la primera música-arrullo. Finalmente consiguió acompasarla perfectamente con el recitado general de todas las mujeres, que Lilinel les hizo repetir una y otra vez, hasta que lágrimas benefactoras y catárquicas corrieron por las mejillas de todas, devolviéndoles la  fe, la ética y la pureza de su infancia y disolviendo y desbloqueando muchos duros nudos y rigideces internas.

Con todo esto fue llegando el atardecer y la sacerdotisa pidió silencio a todas para contemplarlo y para que cada una agradeciese intimamente, dentro de sí, el privilegio de haber llegado con vida al final de aquel día.

Cuando el sol desapareció tras los picos de las montañas, Lilinel dio la bienvenida a las recién llegadas y pidió voluntarias entre las que llevaban más tiempo, para que, con el mayor amor, acogiesen a aquellas hermanas de infortunio y a sus niños, les buscasen un lugar junto a ellas donde pasar la noche y que compartiesen lo que había hasta que la Diosa providenciase mayor abundancia para todos. Bastantes mujeres a las que la oración había sensibilizado respondieron con prontitud al llamado, alzando sus manos, y así fue como acogieron a sus antiguas enemigas fraternalmente en pequeños grupos. Todo el mundo se fue a compartir los escasos alimentos disponibles y a descansar.

 Antes de retirarse, Orfeo se acercó a Lininel y, con una inclinación muy respetuosa, le devolvió la lira. Ésta la aceptó con una sonrisa  y se la llevó al corazón sin dejar de mirarle a los ojos. Luego se la pasó a una de sus consagradas para que la guardase.

El bardo fue entonces a visitar a Ainoa y la encontró inconsciente, muy pálida  y respirando con dificultad. Le dijeron que llevaba así toda la tarde y que no estaba respondiendo al tratamiento. Marchó entristecido con sus dos ayudantas a buscar a los niños para pasar la noche con ellos. El muchachito ya estaba dormido, y Edurne lo acostó junto a ella. La niña, que nunca decía nada, vino al encuentro de Orfeo y se abrazó a él con tal ternura, que hizo que su compasión se volviese de miel. Pecho contra pecho, se tumbaron sobre la paja que hacía de colchón en el suelo; Izarre también se apretó a la espalda de ella, después de haber pasado cobertores sobre los cinco.

………………………………………………………………………………………………………
Añadido al capítulo por Druidesa Anónimo

La mayoría de aquellas mujeres que aún estaban poseídas por el rencor, en parte por influencia de las mejor integradas y en parte porque no tenían más remedio, acabaron aceptando organizarse, cooperar, cuidar de enfermos, heridos, niños y ancianos y repartir entre todos los escasos recursos, hasta que se acabasen las venganzas y la guerra y pudiesen volver con los niños a sus valles.

La huerta del santuario se había  agotado definitivamente. Cada día se arrojaba a una enorme olla de metal, siempre colgada encima del fuego, cuanta materia vegetal silvestre de aspecto comestible se iba pudiendo colectar y agua, mucha agua. Lilinel misma, y una de sus sacerdotisas, supervisaban cada vez que podían que imperase un orden y una limpieza impecables en la cocina, que reinase el silencio mientras se manipulaban los alimentos, para que no se contaminasen de banalidad, sino de armonía y perfección, y que cada hora se reuniesen quienes allí trabajaban en sintonía, para agradecer a los devas y elementales del macizo su donación y para agradecer a la Diosa lo manifestado por Ella y para pedir que Sus Bendiciones y Su Cura Profunda se transmitieran, por medio de aquel caldo (que pasó a llamarse Caldo Sagrado), a todos los que lo tomasen.

 Milagrosamente aquellos productos silvestres y el agua así energetizada conseguían ir nutriendo a las refugiadas de ambos bandos, que cada día iban aumentando de número cada día, hasta llegar ser unas mil doscientas cincuenta… y ya comenzaban a aparecer algunas procedentes del infierno en que se había convertido la capital.

La Diosa recomendó que todo el mundo absorviese la luz del sol naciente por los ojos al amanecer, mientras no se hiciese demasiado intensa, ya que todo alimento, en esencia, era aquella misma luz, sintetizada por las plantas. Quienes obedecían la sugerencia se notaban mucho más energetizados durante el resto del día, que cuando aquel ritual no era practicado.

Lilinel misma, escoba en mano, secundada por sus sacerdotisas, dirigía con su ejemplo activo la armonización del campamento en cuanto terminaban los primeros rezos del amanecer. La Olla y la Escoba pasaron a convertirse, para aquellas mujeres, en los símbolos sagrados de la Providencia que las nutría y de la limpieza interna y externa que las purificaba. Orfeo cavaba nuevas letrinas cada mañana y tapaba con abundante tierra las del día anterior.

              La Diosa Mari convidó a todas las refugiadas, por boca de Lilinel, a iniciar un ciclo de oraciones continuas durante 21 días, cultivando, a lo largo de ellos, Siete Jardines simbólicos en sus corazones para reconstruir el Paraíso de la Paz. Explicó  que, antes, les daría una verdadera iniciación sobre como orar para que, efectivamente, una transformación evolutiva se produjera en ellas y se irradiara a su pueblo y, desde el Vórtice Planetario Gal, a todos los pueblos que en aquel momento se encontraban desgarrados por luchas a lo largo del planeta.
 
Por primera vez Orfeo oyó hablar del “Vórtice Planetario Gal” y lo asoció con los mitos de los antepasados de Pyrene que el bardo Jacín había declamado. Edurne, traduciendo unas palabras de la Diosa, le había aclarado que el Macizo Sagrado donde se encontraban era el corazón externo de un Centro Suprafísico que abarcaba todo el sur de la Galia, o sea, el territorio que se extendía al norte de la cordillera, y todo el Norte de la Península Ibérica, hasta el Océano Occidental. La Diosa había dicho que algún día  llegarían en peregrinación hasta el pié del Macizo de Lur gentes de todas las naciones en busca de la única cura importante, la misma cura grupal de las almas que ellas estaban viviendo ahora.
         
Orfeo, siendo el único hombre entre las refugiadas, se obligaba a si mismo a multiplicarse para reforzarlas en todo tipo de trabajos duros. Además asistía a Lilinel en la organización y ésta, por ser un extranjero neutral respetado por todas las mujeres a quienes ayudaba, lo nombró  Consejero del Consejo de Emergencia y  árbitro y coordinador entre los dos grupos en conflicto, trabajo que no hubiese podido hacer sin la fidelidad y abnegación total de sus dos ayudantas. 

Por primera vez en su vida, Orfeo tenía que asumir las funciones de planeamiento inmediato y previdente, dirección, coordinación y supervisión de complejas organizaciones de servicio público para las que su padre, el Rey de Tracia, le había forzado a prepararse durante su formación de príncipe heredero, con la frustración de no haber conseguido que aceptase seguir el destino de su linaje familiar. Era una nueva iniciación emocional para él, que ahora tenía que revestirse de todas las virtudes heredadas del ejemplo de su padre, perdonarlo y pedirle perdón interiormente y, sobre todo, perdonarse a sí mismo por su irresponsabilidad, egoísmo e ingratitud.

Se sorprendió de que la mayoría de las disputas que se daban en el campamento y que requirieron su arbitaje y pacificación, algunas bien agrias y fuertes, se producían entre mujeres del mismo bando, normalmente después de haber hablado de más, lo cual hacía que los egos se soltaran. Por lo contrario, las mujeres de bandos opuestos eran más discretas y no usaban de familiaridades en sus interrelaciones, lo cual casi no generaban ningún conflicto. Así que, en pro de conseguir la armonía y el recogimiento necesario para convivir, orar y transformarse positivamente , se pidió a todas que intentasen practicar el mismo Sagrado Silencio, que se había impuesto en la cocina y en el hospital. Sagrado Silencio no significaba enmudecer, sino usar la palabra en voz baja y sólo cuando era imprescindible y nunca para presumir, criticar, lamentarse o discutir.  Los que ya llevaban mayor tiempo en el campamento se convertían en instructores de los recién llegados y eran más celosos con las normas que quienes pertenecían a la cúpula de comando.
En diversas canalizaciones a través de Lilinel, la Diosa siguió instruyendo a las refugiadas, les dijo que  cada generación era avisada de que para evitar los desastres de la guerra o los desastres naturales, las personas tenían que ocuparse de la única misión esencial de los seres autoconscientes, que era representar a la Divinidad sobre este plano, construyendo evolutivamente una  interacción social cada vez más armónica y pacífica dentro del reino humano, e igualmente irradiar sus mejores cualidades sobre el resto de los reinos naturales.

Volvió a insistir en que habrá guerra entre los humanos entanto que éstos persistan en explotar, matar y devorar a los animales, que sólo pueden ascender a un nivel evolutivo superior si los seres humanos se convierten en una jerarquía de iniciadores para ellos. Les recordó que se venía profetizando lo que ahora estaba ocurriendo desde el fin della dictadura anterior, pero que nadie había prestado atención a las profecías ni enderezado el rumbo personal o colectivo mientras duró el tiempo de la prosperidad. “No hay nadie aquí que no haya sido avisado repetidas veces durante los últimos veinte años”.

Éstas son algunas de las exortaciones que salieron de la voz de Lilinel como expresión de la Diosa durante aquellas tres semanas:

-“El ser humano, comportándose sin consciencia, viviendo sólo para satisfacer sus cuerpos inferiores, es un ser muy limitado y demasiado próximo al animal,  algo en desarrollo, en construcción hacia algo mayor, más sutil y más consciente, -dijo-. No os podeis conformar en seguir viviendo en la mediocridad de vuestras vidas comunes, atendiendo sólo los deseos de vuestros cuerpos animales, de vuestra emocionalidad egoica y de vuestra mente que todo lo separa en pares de opuestos irreconciliables, de acuerdo con los propios prejuicios y conveniencias. Necesitais evoluir, desarrollando vuestros centros superiores hasta conectarlos al servicio de una personalidad integrada, y luego absorverla al servicio de lo más elevado en vosotros mismos, que sirve a la unificación armónica de todo, para llegar a vivir como almas.

 Pero nunca sereis capaces de llegar hasta ese alto grado a partir de lo que ya conoceis- aseguró-  porque lo que ya conoceis sólo es capaz de crear y sustentar esta vida que no os satisface y que nunca os podrá llegar a satisfacer plenamente, por mucho que la adornéis y deis envidia a vuestros vecinos,  llenando vuestras casas con las futilidades que están de moda, o vuestros cuerpos con placeres que sólo siguen pidiendo insaciablemente otros placeres, cada vez más oscuros o dañinos para vuestro equilibrio… porque lo que sois no son vuestras casas ni vuestros cuerpos, sino la Consciencia Inmaterial que vino a servir a la eterna evolución de las creaciones del Ser Único  sobre elmundo que creó, usando esos abrigos y vehículos como Sus bases e instrumentos.”

“Para evolucionar, necesitais pedir su inspiración y su ayuda a las entidades espirituales de la Jerarquía de la Luz que ya trascendieron vuestro nivel, que no son dioses ni diosas, como algunos creen, sino hermanos vuestros que también están en evolución, pero que se encuentran en grados evolutivos superiores al vuestro. Èstas jerarquías más conscientes no demandan culto alguno, pero sí que se les escuchen sus sugerencias, siempre respetuosas de vuestro libre albedrío.

Y los hermanos mayores os ayudarán si vosotros se lo pedís, invocándoles en nombre de la Consciencia Única y Absoluta a la que todos ellos sirven, no lo dudéis, porque la Ley Cósmica del Amor dice que para ascender un escalón en la evolución debemos antes facilitar la subida al nuestro de aquél o aquellos seres de grados de consciencia inferiores que nos vienen acompañando. Por lo mismo, no ascendereis vosotros hasta que ayudeis a los animales, el reino natural que sigue al vuestro, tratándolos como humanos con tanto afecto como disciplina, para que evoluyan hacia la individualización y puedan nacer como humanos, en su próxima encarnación.

Así pues, tratad a los animales como personas y a las personas como almas. Esto es lo que da la medida de una civilización, y no las comodidades materiales que pueden comprar sus miembros.”

“-Otra clave fundamental para que podais ascender es rezar y servir. Aquellos de vosotros que piensan que eso de rezar es cosa de niños, o de personas mayores o simples que no tienen otra cosa que hacer, están muy equivocados –dijo después la Diosa en Lilinel-. Además de abrir y mantener el canal de comunicación mediante el cual las Entidades de Consciencia, Saber y Poder Superior pueden intervenir en este Plano para ayudar a vuestra evolución (porque así vosotros lo pedisteis con vuestras palabras),  rezar es emplear de forma consciente el poder del Verbo Creador.

El mismo poder con que habéis precipitado la ruina de vuestro mundo, por haberlo usado para competir, criticaros y odiaros unos a otros, os puede servir ahora, si bien utilizado, para que se produzca la paz y podáis reconstruirlo de nuevo. Eso se llama la Ley de la Compensación, o del Péndulo. Civilización es, también, aprender las Leyes Superiores de la Consciencia y aplicarlas con amor, responsabilidad  e inteligencia a la vida diaria, tanto social como privada.”

“-Servir a los demás y atender sus necesidades desinteresadamente, si ellos lo permiten, es lo que provoca que la Jerarquía de la Luz, a su vez, os sirva desinteresadamente, si también vosotros, desde vuestro libre albedrío, lo habeispedido con vuestros rezos e invocaciones.
Así es como la cosa funciona, en este Cosmos donde todo es Uno, una parte del universo pide ayuda a otra y la otra responde para que el conjunto funcione. Todos cuidamos de todos.”

“La mejor manera de rezar es renunciando antes a cualquier deseo personal. Ahí el ego desaparece  y quien reza es el Alma. Pues el ego, reflejo individualista del Yo, tan sólo cuida de la supervivencia material del físico y de la satisfacción de las compulsiones de sus instintos primarios, de los deseos posesivos de las emociones inferiores y de la vanidad separatista de la mente intelectual, concreta y discriminadora.

Las expectativas del ego permanecen siempre en planos bajos y egoístas, se ciñen apenas a tus propias conveniencias o las de aquellos que identificas como “los tuyos”, así se hunda el resto del mundo.”

Cuando renuncias noblemente a tus expectativas personales y tu Alma reza por rezar, o por la liberación y redención del planeta todo, con todos sus reinos, puedes tener certeza de que la energía de tu rezo se convierte en una limpia y poderosa vibración creadora que estará siendo bien canalizada y distribuída por la Jerarquía de la Consciencia, allá  donde más falta haga. Reza, sobre todo, por que aquellos que más desligados y distraídos se encuentran, redescubran sus almas.

Y la Jerarquía conoce muy bien las necesidades de quienes colaboran con ella y los cuida, aplicando la Ley de la Manifestación: “Ocúpate primero de amar y servir a la totalidad, especialmente a los más necesitados, y todo cuanto necesitas para seguir amando y sirviendo te será proporcionado por la Gracia de la Vida Mayor”.

“Rezar, fíjate bien, es invocar la intervención transformadora y benefactora del Poder, Amor y Sabiduría Divinos que habitan y animan tu Esencia Inmortal, tu Mónada, tu Espíritu, rezar es ponerte en Dios, estar en Dios, fundir tu corazón amoroso con el corazón amoroso de Dios, que simbólicamente es Padre y Madre de Todo y todos, identificarte con la Misteriosa e Incognoscible Consciencia Infinita, hacerte uno con Ella y con todas Sus Potencialidades, emanaciones de Si  que conforman un reino de Espíritus Puros y viven una evolución paralela, pero distinta a la humana.

Sólo desde esa identificación indudable te vuelves canal de las dádivas de Dios para tu mundo, mejor canal todavía si rezas en grupo con tus compañeros de vida, siempre en los mismos horarios, visualizando lo pedido como ya conseguido y agradeciendo por ello con fe, en voz alta, de forma atenta, conectada, sincera, consciente, y todos bien afinados, sintonizados y sincronizados.”

“Rezad de la manera más simple y sencilla cuando estais en grupo, para que podais integrar a los sabios y a los niños, repetid vuestros rezos formales como una letanía, cantadlos cuando os canséis de recitar, alternadlos con mantras o rezos diferentes, y haced todo lo posible para no caer en el automatismo, que es rezar sin intención ni corazón, con lo cual sólo estarías perdiendo vuestro tiempo y energías.

Reze individualmente y en la soledad cada cual a su manera, con las palabras o pensamientos que mejor salgan de su corazón y de su creatividad, en un diálogo amoroso sincero y natural con la parte Cósmica de su propio Yo,

 Y de la misma manera que hablais con Dios, dedicad tiempos de concentración y de silencio, externo e interno, a escuchar Sus sutiles intuiciones, las que El-Ella coloca en vuestra mente, cuando vuestra mente, purificada de egoísmos,  se ocupa de vivir tan  conectada con su Fuente como atenta a servirla, ayudando a Sus hijos más necesitados...”

“Tal vez tu mente crítica y concreta sea incapaz de creer que quien te está incitando a rezar en este momento de emergencia  por medio de un canal servidor, esta Diosa Mari de la que te hablaron de niño tus ancestros,  y a la que dan variados nombres otros pueblos, sea un miembro de la Jerarquía de la Luz, entrañablemente fundido con la Divinidad que todo lo rige y expresión de la parte más femenina y misericordiosa de Su Infinito Amor a su Creación.

Si no puedes creer en la Jerarquía de la Luz, ni en la Divinidad, ni en la Consciencia Infinita, entonces rézale al Cosmos, rézale a la Vida o a la Naturaleza…  el Innominable Misterio Universal te responderá igualmente.



Él-Ella es el dueño de todos los nombres de los dioses y las diosas y hasta de los ídolos, símbolos y tótems de todos los pueblos y la Voz de la Consciencia que guarda y aconseja individualmente a todas las personas que los cultúan o que ni siquiera los cultúan.  

También es El Motor de todos los Devas o almas-grupo de todos los reinos naturales y elementales y El Inspirador de todas las altas consciencias que rigen los mundos estelares e intraterrenos.  

Él-Ella es el Padre-Madre de los escépticos e ignorantes y los protege con más cuidado que a los que se abren a la Fe y a la Idagación Práctica del Yo, pues a éstos su propia Fe, Prácticas y Comprensión gradual los amparan.

Él-Ella es el Creador de todo a cuanto le das un nombre. Y no tiene preferencias por ninguna religión ni ideología, ni género, ni raza ni especie, ni reino, ni mundo, ni Plano o Dimensión de los múltiples que residen en Su Consciencia Infinita.

 Él-Ella no  está limitado por prejuicio ni discriminación alguna. Todo lo ama, Todo lo transmuta, lo rescata, lo perdona, lo limpia, lo purifica, lo endereza, lo integra en Sí,  lo reordena en su lugar y función en su Obra y lo hace progresar… porque sabe mejor que nadie que no existe nada que no sea parte de Sí Mismo.”

…………………………………………………………………………………………….
Añadido al capítulo por Anónimo Anónimo

             Aquella instrucción espiritual, al amanecer, antes del almuerzo y al atardecer, iba efectivamente domeñando las marañas internas del cuerpo astral y del mental de las refugiadas, y ordenándolas en siete bellos jardines internos y simbólicos, que coincidían con sus siete centros energéticos, donde la Diosa iba sembrando, abonando, regando, cultivando y cuidando amorosamente las plantas de Sus propios atributos, que acababan embelleciendo las mejores almas con espléndidas flores de virtudes que se expresaban en el servicio abnegado a la armonía general del campamento y a las personas que más necesitaban de ayuda, olvidando que pocos días antes eran consideradas enemigas terribles y malvadas, a las cuales estaba claro que había que exterminar, para poder vivir felices y en paz.

Sin embargo, por mucho que lo intentaron, las distintas delegaciones de mujeres de ambas facciones enviadas al llano, no consiguieron poner freno a los odios que ellas mismas habían contribuído a desencadenar en el pasado, directamente o por omisión, lanzando a sus maridos a la violencia. Los hombres supervivientes de los pueblos quemados,  continaban estancados en su terco intento de dominar la capital, sin poder avanzar más que pequeños trechos a gran costo de vidas, porque unos y otros se hallaban sin recursos. En su locura homicida habían envenenado los arroyos, destruído los cultivos y jurado por todos sus dioses que degollarían a sus enemigos, o los mantendrían bloqueados hasta que murieran de sed y hambre. Pero la verdad es que cada uno de los dos bandos sabía que estaba igual de agotado y carente.

               Transcurrió el tiempo, siguió aumentando el número de refugiadas y escaseando los víveres  alrededor del campamento. Cada vez los grupos de recolectoras tenían que desplazarse más lejos para hallar vegetales comestibles. Las sacerdotisas seguían cuidando tanto de los animales que habían recogido antes de la guerra, como de los que habían aparacido durante ella, como de las personas, protegiendo a los seres de todos los Reinos con la misma dedicación. 

Alguien cedió a la tentación de cazaren el exterior, pero el fuerte olor de la carne cocinada, aunque distante, atrajo al lugar el olfato agudizado de algunos hambrientos, quienes denunciaron a los infractores ante el Consejo de Emergencia. Lilinel dio un escarmiento expulsando a toda aquella familia fuera del Macizo Sagrado entre el gruñir de sus lobos, tal como había prometido.

Orfeo seguía trabajando más que nunca y participando en todas las reuniones y oraciones, Lilinel le pedía que tocara excusivamente para acompañarlas, y a veces él sentía cierto desespero por no tener tiempo ni libertad para convertir en composiciones nuevas los intensos sentimientos derivados de aquella experiencia.

En determinado momento, al entregar la lira después de haber acompañado con ella los rezos del atardecer, se atrevió a decirle a Lilinel, con respetuosa sinceridad,  que las letanías de oraciones formales y repetitivas le resultaban fastidiosas, que se sentía frío ante todas aquellas entidades de la Jerarquía de la Luz o de la Jerarquía de los Devas de la Montaña que se invocaban en ellas y cuyos nombres en vasco nada le decían… y que ya había visto en su vida a muchas sacerdotisas que afirmaban que era La Diosa, o cualquier dios, quien hablaba a través del canal de ellas…

…y Orfeo pensaba que tal vez podría ser verdad, sobre todo viendo la entrega total y desinteresada de las sacerdotisas del Macizo de Lur a su servicio humanitario, pero no lograba que su mente encontrara “la diferencia entre aquellas canalizaciones  y las altas inspiraciones que los buenos artistas recibían de sus Musas y que les llevaban a crear músicas, canciones, representaciones escénicas, danzas sagradas, cuadros y esculturas  que expresaban con la mayor armonía las más grandes y profundas verdades de la vida… Eso sí, dejando siempre bien claro ante su público, con la mayor modestia, que se trataba de obras de la creatividad humana que podrían servir para ayudar a la reflexión transformadora, y nunca de mensajes ni instrucciones directas de la Divinidad a través de un elegido.

Lilinel se limitó a mirarlo a los ojos en silencio con serenidad y luego le convidó a que viniera a visitarla a su cuarto, después de la hora en la que todo el campamento se acostaba.

Con cierta inquietud, así lo hizo el bardo. Dejó a los niños a cargo de Edurne e Izarre, se envolvió en un cobertor  y buscó la pequeña cabaña aislada donde residía la guardiana del Santuario.

Un lobo negro se levantó ante la puerta y rosnó. Orfeo se detuvo. Entonces la puerta se abrió, una de las jóvenes sacerdotisas hizo acalmarse al animal con una voz y convidó al hombre a entrar.

Dentro de la cabaña no había más que un espeso suelo de paja limpia y encima de él estaban sentadas sobre sus cobertores el resto de las sacerdotisas, todas en silencio alrededor de una vela encendida en una banqueta baja. Le convidaron por señas a sentarse en el cículo, enfrente de Lilinel. Vió que las escasas pertenencias de ella se encontraban colgadas o situadas sobre los estantes de una de las paredes en perfecto orden y armonía. El resto de los muros de piedras unidas por argamasa blanca se encontraban naturalmente desnudos. Otros dos lobos, uno blanco y otro gris, se encontraban echados en el suelo, a ambos lados de Lilinel, tranquilos y atentos como si fueran dos miembros más del círculo.

-Ésta es temporalmente nuestra Sala Corazón, Orfeo –dijo la Sacerdotisa Mayor a modo de bienvenida, con una leve sonrisa-, la Sala de Oración que antes teníamos hace ahora de hospital del campamento.

Hubo un silencio largo. Lilinel había colocado su mano sobre el corazón y cerrado los ojos, pareciendo estar interiorizándose. Él vió que el resto de las consagradas estaban haciendo lo mismo.

Sin abrir los ojos, la sacerdotisa comenzó a hablar. Su voz sonaba más dulcemente femenina que nunca. Orfeo se sintió tan encantado por ella que tuvo la impresión de recordar la de su amada Eurídice en sus mejores momentos juntos.

-Concéntrate y siente tu corazón físico, Orfeo –pidió ella.

Así lo hizo, cerrando los ojos. Lilinel pidió inspirar, retener profundo el aire, expirar lentamente, sentir y escuchar los latidos…luego le preguntó desde que lado del pecho los estaba sintiendo
-Del izquierdo- dijo él suavemente.
-Muy bien, quédate ahí lento, calmo….atento, muy atento… busca el vacío de tu mente…mantente en el vacío…

-Revive ahora –dijo Lilinel de repente- aquel momento en que te estremeciste ante la posiilidad de perder a una persona amada.
Un sobresalto en el interior de Orfeo, tal como un rasgueo alarmado de su lira, tenso, profundo. Eurídice caída, el brazo levantado, la serpiente.

Como si lo estuviese sintiendo también, la Sacerdotisa Mayor preguntó en que lugar del pecho había vibrado el sobresalto.

-Justo en en el centro del pecho –dijo Orfeo todavía estremecido.
-Ese es el corazón de tu cuerpo emocional; relájate bien ahora, deja diluirse ese recuerdo. Al vacío, al vacío.

Consiguió poco a poco, el alivio del vacío. Comenzaba a disfrutarlo cuando vino una nueva sugerencia de Lilinel:
-Eres un niño, juegas con tu madre o la escuchas, revive aquel momento de amor.

Orfeo en el suelo de la galería, el sol de invierno entrando por la ventana, su primera flauta entre las manos, su madre, la Musa Calíope, sentada más alta y cosiendo, mientras le contaba la historia de Teseo y el Minotauro.

Lilinel preguntando donde era que se sentía ahora aquel suave calor.
-También en el centro del pecho entre los dos pezones–dijo él-, un poco más a la derecha.
-Ese es el corazón de tu cuerpo mental- respondió ella-. Muy bien, quédate ahí, agradece y deja que se diluya el recuerdo de tu madre y de todos tus seres amados. Pero retén ese calor de amor sereno y agradable, disfrútalo con tu mente.

Orfeo se sentía muy bien, pensó que podría estar horas meciéndose internamente en aquel calor de amor. Lilinel preguntó si permanecía o se iba.
-Permanece, puedo sentir ahora esa suave vibración en el lado derecho del pecho mucho más y mejor que el latir del corazón físico en el izquierdo, que es más distante, más mecánico… menos cálido.
-Vamos bien, muy bien, convierte ahora esa vibración de cálido amor en un acorde musical-sugirió ella-, tócalo usando lo más sensible de tu mente como instrumento.

Una ondulación creativa recorrió todo el ser de Orfeo bellamente como sobre una cuerda, desde el vórtice derecho desu pecho hasta el de su frente, resonando como una ofrenda al Amor Mismo en la caja de silencio de su mente.

-Eso estuvo lindo -dijo Lilinel como si lo hubiese percibido-, acabas de encontrar el Corazón del Alma, el centro emisor de las intuiciones sensibles más creativas que informan a la mente, el centro emocional superior de donde surge tu arte. Concéntrate, recorre ese lugar y dime si es la primera vez que transitas por aquí.

Así lo hizo Orfeo, pero enseguida le vino la respuesta: se encontraba en un territorio mental muy conocido.
-Esta es mi casa de siempre -dijo con amor-, mi casa interna, mi maravilloso hogar, mi Casa de la Música y del Canto… cada vez que he tocado para alguien, aunque fuese en el medio del desierto, o de las fatigas de un naufragio, o de la tristeza, he traído su alma para aquí, he recibido en este lugar a multitudes de almas, y a todos les conforté con lo mejor de mí y les hice sentirse en su propia casa… …su propia casa de siempre…-su voz se quebró, lágrimas salían de sus ojos entrecerrados, entonces le vino una inspiración y corrigió: -…”Nuestra” casa…

-Si Orfeo, “nuestra” casa de siempre, La Casa del Alma  pertenece a todos, porque es la de nuestro Padre-Madre Eternos, la de nuestra eternamente sagrada Gran Familia de Almas… -

La dulce voz de Lilinel desencadenaba en él un torrente de imágenes, tan simples como sublimes, que desbordaban el Corazón de su Alma. En el Corazón de su Alma ya no había recuerdos exclusivos de su vida personal, sino lo esencial de su recorrido de muchas vidas junto a su Familia Cósmica. Allí estaban todos, los hermanos de siempre, no hermanas y hermanos, pues las almas no tenían diferenciación sexual, allí estaban todas las Almas  Hermanas cantando himnos eternamente, alrededor de la mesa del Padre-Madre, cuya luz venía de la cabecera. Dirigió hacia allí su mirada, queriendo distinguirlos.

-¡Pára Orfeo! –dijo la voz de Lilinel- ¡No intentes penetrar así en el Corazón de Dios o montarás una vana idolatría artificial que después tendrías que desmontar! ¡Para entrar en el Corazón de Dios hay que transcender antes todas las representaciones de la mente!

Orfeo comprendió de forma no racional, con la lucidez de relámpago de la intuición, cual era la diferencia entre las inspiraciones que un artista recibe de su Musa, o imaginación Intelectual, y las certezas que debía tener un alma suficientemente evolucionada para vivir momentos de fusión  con su propia Mónada, más allá del espejismo de la división mental de lo Indiviso en representaciones simbólicas de la Realidad Única.
Con cierta nostalgia pero decididamente, dejó que se apagaran dentro de su mente todas aquellas imágenes que eran creaciones suyas, excepto aquel calor suave en el lado derecho de su pecho, ahora inseparablemente asociado a una luminosidad sutil.

-Ya es suficiente por hoy, querido hermano, puedes ir abriendo los ojos- pidió la Sacerdotisa Mayor.

Así lo hizo él, retornando a la visión del cuarto iluminado por la vela y de su lugar en el círculo, junto a las siete sacerdotisas y a los dos lobos.
Lilinel le sonrió un momento con complicidad, e igualmente todas ellas; pero enseguida se recogieron en sí mismas  y entonaron en idioma Euskera su más reverente salutación a la Diosa Mari, una que Orfeo ya se sabía de memoria, después de tantas repeticiones y que Edurne le había traducido. Fundamentalmente pedía a La Diosa de este plano que gestase en nosotros al hombre nuevo, uno que fuese capaz de purificarse y vivir en sí las virtudes, el servicio y la determinación suficientes como para hacerse digno de obtener, de la misericordia del Único, su despertar del sueño de la ilusión y su definitivo nacimiento en la primera dimensión de la Realidad.

Así que las acompañó, sintiendo como nunca como la oración, cualquier oración, fuese cual fuese su contenido y el nombre-representación  de la Divinidad a la cual era ofrendada, era, ante todo, un puente directo que se tendía entre una personalidad ilusoriamente individual que desea trascenderse a si misma y el Corazón del Alma Grupal que acababa de descubrir, por lo que agradeció devotamente a “La Diosa Sin Representación del plano y universo en que aún vivía”, a través del canal representativo de Mari, cuanto había podido comprender aquella noche.

Cuando terminaron, la Sacerdotisa Mayor se levantó y les hizo una amorosa inclinación de despedida con la cabeza. Todos le correspondieron y salieron de su cuarto en calmo orden y en total silencio.


Lo que Orfeo descubrió a lo largo de aquella experiencia lo descubrirá cada lector sentándose como él en la tranquilidad y el silencio de la noche y escuchando al corazón físico, al corazón emocional, al corazón mental y al Corazón del Alma, hasta percibir sutilmente, más allá del mundo de representaciones de la mente, la presencia segura y luminosa del Corazón de Dios dentro de su propio pecho.

Son bienvenidas todas las versiones que relaten noveladamente, con Orfeo como protagonista, como se vivió la práctica de ese tipo de experiencias u otras semejantes.

……………………………………………………………………………………………………..

Añadido por Druidesa Anónimo

Normalmente Orfeo se iba a dormir tan cansado que en cuanto abrazaba a los niños a sus costados y Edurne e Izarre, resguardándolos cada una  del intenso frío de la noche pirenaica por cada otro lado, pasaban los cobertores sobre todos ellos, se quedaba instantáneamente dormido. Sus sueños eran sueños confusos y absurdos y, cuando despertaba, permanecía imaginando las mismas vaciedades, hasta que se cansaba de ellas y entonces se centraba en entonar mentalmente melodías que no podía tocar, porque su lira estaba con Lilinel y tampoco se atrevía a sacar la flauta, con el riesgo de que también se la pidiesen.

Desde aquella noche memorable, que para él había sido una nueva iniciación, había intentado centrarse en el Corazón del Alma, en el centro derecha de su pecho, desde que despertaba y antes de que sonase la campana que instaba al todo el campamento a levantarse. Sin embargo no había vuelto a sentir el mismo calor luminoso ni la misma concentración reveladora. Miles de pensamientos vagabundos y sin interés alguno se cruzaban, impidiéndosela. Después de la levantada, su actividad y la de sus ayudantas no paraba hasta la noche, y ya no podía pensar en otra cosa que en tratar de hacer lo mejor posible los trabajos y donar toda su atención a tantas personas necesitadas, en situaciones con frecuencia dramáticas, que en cada momento se la estaban demandando.

Preguntó entonces a Lilinel, que estaba igualmente ocupada, como hacer para penetrar en el Corazón de Dios, o al menos como mantenerse en el Corazón del Alma.

-Sólo hay una manera posible en medio de este tiempo de agitación –respondió ella, repitiendo lo de siempre-: orar y servir.

Orfeo quería seguir preguntando, pero ella estaba realmente desbordada por los múltiples asuntos que le llegaban a cada momento para ser resueltos. Le dijo que volviese a la Sala Corazón después del toque de silencio y hablarían.

Así lo hizo él y se encontró de nuevo en aquella cámara íntima, dentro del círculo de las siete sacerdotisas y los dos lobos. Rezaron juntas y permanecieron un rato meditando en silencio, pero Orfeo estaba tan expectante que no consiguió concentrarse. Por fin, Lilinel lo miró y habló para él ante todo el grupo:





-Hermano querido, vamos a dedicarte esta noche, pero lo que aquí se diga será también un recordatorio de su compromiso fundamental para cada una de nosotras -dijo recorriendo el círculo con la mirada-. Has pasado tu vida cultivando tu sensible mente de artista y alcanzando un gran virtuosismo y originalidad en tu arte, según hemos podido percibir y disfrutar. Muchas personas  podrían considerar que ya has llegado a la maestría y a las más altas potencialidades de tu encarnación actual por causa de ello…
… Pero si me fundo con el Corazón de mi Alma –siguió Lilinel-  que se puede llamar la Diosa dentro de nosotros, ligado al Corazón de mi Mónada, que es nuestro Espíritu Divino, que es un reflejo puro del Único Sin Representación Posible, de Su Sabiduría, Su Amor y Su Verdad… entonces te tengo que decir, Orfeo, que, comparado con aquello que está aguardando por ti en los próximos momentos de tu vida, esa personalidad brillante, esa expresiva emocionalidad creadora, ese intelecto racional de alta clase  que muestras,  no es una corona de la que que puedas estar orgulloso, sino  una cadena de oro que te mantiene prisionero y atrasado en tu evolución.

Orfeo se quedó de piedra y muy infeliz, no se esperaba algo así, y menos delante de todo el grupo. Lilinel siguió hablando en un tono calmo y desapasionado:

-…Porque la próxima estación evolutiva que aguarda hace tiempo tu llegada es esa que atisbaste la otra noche cuando recordaste el Corazón de tu Alma en tu interior. Aún no eres un morador fijo de esa casa, hermano amado, sino un vagabundo que a veces llega a ella, la usufructúa y se va de nuevo, sin contribuir como es debido a su mantenimiento. Comparado con el alto linaje y  maestría espiritual procedente de vidas anteriores  que tu aura evidencia, la maestría que has alcanzado en ésta aún es indigna de tu destino.-

Orfeo sintió un nuevo y peor vuelco en su estómago. Sospechó que Lilinel había adivinado que renunció a la corona de Tracia por Eurídice y por su vocación musical y que se lo estaba reprochando.

-Tu excelente formación, y  todas las iniciaciones que has tenido el privilegio de recibir hasta ahora  te han dejado pronto, a diferencia de la mayoría de las hermanas que estamos acogiendo,  para abandonar el tortuoso Largo Camino Común y entrar en la Senda Breve que da acceso al Gran Portal Celeste ya, ahora mismo si quisieras.
…Pero, a pesar de las buenas cualidades que estás demostrando en esta emergencia, aún no eres una estrella de luz permanente y fiable -siguió la Sacerdotisa Mayor mirándolo con aquellos ojos en los que se aunaban la mayor bondad y la mayor firmeza-, sino una luciérnaga de vuelo a ras de tierra, que a veces brilla y enseguida se apaga, brilla y se apaga. Una luciérgana inconstante. Y mientras no puedas vivir seguido en la Casa del Alma (y un verdadero iniciado puede vivir en ella aunque se pase la vida viajando)… te será imposible llegar a cumplir tu meta para esta encarnación, que es conocer el Corazón de Dios dentro del tuyo.

-Está bien -dijo Orfeo muy apesadumbrado, queriendo salir de todo aquello-  tal vez puedas decirme como tendría que hacer para llegar a residir de forma permanente en la Casa del Alma.

-Renunciando a seguir siendo lo que has sido hasta ahora, renunciando  también a todo proyecto y expectativa personal, y consagrándote  enteramente a la Diosa, que es el Alma del Mundo y el Corazón de tu Alma.

-¿Consagrándome a La Diosa de la manera en que vosotras os habéis consagrado, señoras?-  -respondió suavemente mirando a las sacerdotisas en círculo- ¿Es eso lo que me estais sugiriendo?
-A nuestra manera no necesariamente, Orfeo -dijo Lilinel-, conságrate de verdad a tu Alma, ríndete totalmente a Su servicio y no más al de tu personalidad, y Ella te dirá cual es tu tarea específica en este mundo y en cada momento.

-Yo ya me rendí a la Diosa cuando llegué a este país – respondió él recordando la ofrenda de sí que había hecho después de salvarse de aquel terrible naufragio- …y creo si me quedé a servir aquí con vosotras, señoras, en lugar de continuar mi viaje y mi búsqueda, es porque la Diosa dentro de mi corazón me debió hacer este llamado.

-No lo dudamos, Orfeo, pero tu rendición será incompleta mientras todavía tengas el deseo de seguir entregando tu energía y tu atención principal a búsquedas personales.

-…No estoy tan lejos del final de esa búsqueda personal- él se sentía tocado y quería esquivarse de aquello-.Si la Diosa me ayuda a coronarla con éxito, juro que me consagraré definitivamente a Ella.

-Ese es el problema, querido hermano -dijo Lilinel sonriendo con benevolente comprensión- lo que tienes en mente no es una rendición  incondicional a lo Elevado, sino una propuesta comercial. Eso es mente común, es la forma típica en la que la mayoría de los seres humanos pretenden tratar con la Divinidad… pero ese tipo de propuestas sólo son aceptadas por las entidades del lado oscuro, los espíritus engañadores, que después de chupar la energía toda de sus ingenuos devotos, jamás acaban cumpliendo sus promesas.

-Ahora mismo no puedo renunciar al objetivo de mi viaje, recorrí el mundo todo para llegar hasta aquí – se empeñó Orfeo-. El mundo todo –repitió-. Yo sí que hice una promesa al ser que más amo en mi corazón. Y la cumpliré, o intentaré cumplirla, con ayuda o sin ayuda, tarde lo que tarde, aunque sea lo último que haga, y si intentándolo, encuentro la muerte, más fácilmente llegaré hasta mi objetivo.

-…Con todo mi amor por ti, hermano Orfeo -insistió Lilinel con su voz más dulce y femenina-, sal de la ilusión, no pongas el carro delante de los bueyes.

-¿…El carro delante de los bueyes…? ¿Qué es lo que quieres decir, señora? -Orfeo comenzaba a ponerse nervioso- …No me hables con acertijos, por favor.



-Orfeo, tanto para llegar a residir permanentemente en la Casa del Alma como para poder penetrar, desde ella en Su Santuario, que es el Corazón de tu Mónada, del Espíritu Divino en ti, Tu Espíritu que, desde siempre, vive integrado en la Consciencia Infinita, hay una condición previa, que consiste en cumplir la Primera Ley del Amor-Sabiduría.

La Primera Ley del Amor-Sabiduría es la principal ley de este universo en que vivimos, según nos enseñaron los tres maestros iniciadores de nuestro pueblo, Gal y Atland y su hija Lis-Noela, en este mismo lugar sagrado, hace mucho tiempo.

-¿…Puedo saber qué ley es esa? –se interesó él.

-“Ten la sabiduría de entregar libremente y sin condiciones la totalidad de tu amor, devoción, mente y servicio  al Único que te creó, antes que a cualquier persona, idea, proyecto, deseo o cosa, y todo el resto de lo que  viniste a hacer al plano en que se encuentra tu consciencia,  te vendrá dado por añadidura.”-declamó la Sacerdotisa Mayor.

          Orfeo entró en un silencio reflexivo y ya no quiso hacer más preguntas. Ella se lo quedó mirando un rato, con el Amor Misericordioso de la Diosa reflejado en su rostro, pero finalmente inspiró y se recogió en sí misma, haciendo luego al grupo una leve señal, tocándose el centro del pecho, sobre su corazón sutil. Las sacerdotisas entonaron la salutación a la Madre del Mundo y Reina de la Paz y Orfeo salió de sus pensamientos para acompañarlas, deseando sinceramente congraciarse. Al final, Lilinel agradeció y despidió a todos.

Cuando el tracio  salió al frío de la noche encontró el paisaje de las altas montañas circundantes bellamente iluminado por la Luna Llena, casi casi como si fuese de día, pero más lo parecería si no fuera porque un velo oscuro de nubes velaba la mitad de su disco.

Al llegar a su lugar de descanso no encontró allí a nadie. Se preguntó entonces lo que podía haber ocurrido con los niños y sus ayudantas y la respuesta  intuitiva surgió de inmediato. Corrió al hospital.

………………………………………………………………………………………………………

Añadido por Anónimo Anónimo

Antes de morir, Ainoa recuperó la consciencia por unos momentos. Los suficientes para envolver en una profunda mirada de amor y gratitud a sus hijos, que la abrazaban, a Izarre y a Edurne, a las dos mujeres que más la habían cuidado y a Orfeo que llegaba a toda prisa, justo entonces. Después cerró los ojos.

De pronto sonrió y murmuró unas palabras en Euskera. Se relajó y abandonó el cuerpo físico para siempre. Poco más tarde, Izarre tradujo para Orfeo:





-“Ya viene a por mí quien más me ama”- fue lo último que ella dijo.

El corazón de Orfeo se estremeció y lágrimas brotaron de sus ojos. Lo que acababa de oir puso fin a las dudas surgidas en su mente aquella noche, allá donde las sacerdotisas. Bajaría vivo al Mundo de los Muertos, como Hércules, a buscar a quien más amaba, o moriría intentándolo, con la esperanza de que sus últimas palabras pudiesen ser las mismas que las que había pronunciado Ainoa.

Se había establecido  que se enterraría cuanto antes a los muertos, para evitar epidemias. Apenas comenzó a clarear, Orfeo cavó la sepultura de Ainoa  y él mismo depositó en ella su cuerpo, que no pesaba casi nada, sobre un lecho de hojas secas, y lo fue cubriendo con más hojas, ayudando a los dos niños, antes de  rellenar el hueco con tierra  y de delimitar los márgenes de la tumba con un rectángulo de piedras.  

Una de las sacerdotisas dirigió unas invocaciones y cantos en vasco, con los que, al parecer,  se guiaba al espíritu desencarnado para que no se apegase a lo que dejaba en la Tierra  ni se demorase en las regiones inferiores del Más Allá, sino que rápidamente se dirigiese al Túnel de Luz que surgiría con sólo invocarlo, donde esperarían al alma en tránsito sus seres amados y las entidades espirituales que siempre había cultuado, para conducirla al exacto lugar al cual durante toda su vida imaginó que iría en ese momento.



Después de un rato allí, tomó a  los dos niños de la mano y se los llevó a contemplar el amanecer. Como sus traductoras no estaban con él porque ya se habían ido, para organizar los primeros trabajos del día, dijo para ellos en la lengua franca, con muchos gestos:

-Ayer el sol se acostó y murió, hoy se alza de nuevo hacia lo alto del cielo.

Los niños le entendieron y se abrazaron a su cintura.

………………………………………………………………………………………………………..
Añadido por Anónimo Anónimo

Aquella mañana,  un grupo de guerreros famélicos inrumpió de repente en el campamento  y acosaron con sus lanzas a las primeras mujeres que encontraron, a quienes reconocieron como miembros del bando enemigo. A los gritos acudió Lilinel con el resto de las refugiadas, se colocó entre ellos y las mujeres que amenazaban y les gritó que pasaran por encima de su cadáver, si querían atraer la maldición de la Diosa Mari para el resto de sus vidas.  Orfeo sintió un impulso imparable y se colocó junto a ella. Hacia él se volvieron ahora todas las lanzas. Pero se pusieron en bloque ante él las cinco jóvenes sacerdotisas, Izarre y Edurne, y enseguida se sumaron muchas de las mujeres del propio bando de los agresores, protegiendo con sus cuerpos a sus antiguas enemigas. Tres de ellas tuvieron la sorpresa de reconocer a sus hombres, y fueron intercambiadas alegres señas.

-Está bien…-dijo el jefe de los guerreros, mandando bajar las armas- Veo que la maldita guerra ya se acabó por aquí arriba y lo celebro. Discúlpennos, señoras. Por favor, si nos pueden hacer la caridad de darnos algo de comida, nos marcharemos sin hacer daño a nadie.






Cuatro días más tarde, comenzó a llegar una fila interminable de mujeres y niños queriendo ser acogidos en el Santuario Natural. Eran todos gente de la capital, del mismo bando que los guerreros que les habían visitado. Éstos avisaron después en el llano que había paz y comida en el macizo, y enviaron a sus familias. El boca a boca se fue extendiendo, y muchos más los siguieron. Los jefes acabaron siendo informados  de lo que estaba ocurriendo, y pensaron lo que debían hacer. Finalmente decidieron fingir que no sabían nada, pero también enviaron a sus mujeres y niños a Lur, porque no podían encontrar con qué seguir sustentándolos.

Aquello agudizó los problemas allá arriba. Todas las nuevas mujeres que iban llegando eran gentes ciudadanas, acostumbradas a ser servidas, orgullosas, exigentes, criticonas, muy poco útiles y nada disciplinadas ni sufridoras, que despreciaban a las montañesas de su propio bando por ser, según ellas,  tan rústicas, y que venían cargadas de odio ciego contra el bando contrario, cuyos miembros se encontraban ahora en minoría.

No sólo traían con ellas a sus niños, sino también a sus esclavas y a algunos servidores armados, que les daban escolta. Lilinel se negó a que el mundo común entrase en el espacio sagrado de Lur, acompañado de todas sus lacras. Llamó de nuevo a sus dos manadas de lobos amigos y trazó con ellos una frontera. Para pasar del lado interno de ella, esto es, al otro lado del arroyo, y disfrutar de cuanto se podía compartir, los servidores tenían que dejar las armas en un montón, las esclavas tenían que ser oficialmente manumitidas ante seis testigos, y todos tenían que comprometerse a seguir las normas del Santuario declarando ante ellos en voz alta que entraban en él como almas y no como personalidades, por tanto, aceptaban vivir en fraternidad igualitaria , obedecer a quien quiera que coordinase los trabajos necesarios de cada sector, servir a los demás sin escoger en qué, compartirlo todo, orar, mantener la armonía, hablar lo imprescindible, tratar a los animales como a personas y a las personas como almas, y a intentar una transformación interior que drvolviese la paz al país. También renunciaban, mientras estuviesen en él,  a mantener diferenciaciones sociales o culturales, a discutir, criticar, murmurar, a buscar o aceptar relaciones sexuales y a cualquier proyecto personal.
Aparte de esto, Lilinel insistió ante el Consejo de Emergencia en que aquellas personas que llegasen acompañadas de su pareja, serían separadas y enviadas a trabajar y dormir en distintos lugares del campamento.

Por primera vez desde que se encontraba allí, Orfeo se atrevió a discutir una decisión de la Sacerdotisa Mayor :
–Con todo respeto, eso me parece algo pesado eso, Lilinel … Si no se separan a las madres de los hijos, no veo por qué razon separar a las personas que se quieren, que siempre han vivivo juntos y que tienen hijos comunes.



-No separamos de sus madres a los niños pequeños, Orfeo –respondió ella-, pero sí a todos los que ya han cumplido catorce años. La razón es que no están aquí sólo para refugiarse de la guerra y del hambre, sino para vivir un proceso de transformación, para olvidarse durante un tiempo de eso que toman por “si mismos”, pero que sabemos bien que no es más que su ego, y para centrarse en el Yo Auténtico, la Mónada que inspira al Alma, a base de oración y servicio. Sólo así podremos parar la guerra y reconstruir la paz.

-Si mi mujer estuviese aquí conmigo, o mi madre– preguntó Orfeo- ¿...Nos mandarías a trabajar y a dormir a partes separadas del campamento ?

-Claro que os mandaría –dijo Lilinel-. Si os quedáseis juntos formaríais el mismo círculo íntimo e individualista de siempre, el acostumbrado, el habitual, y no saldríais de él ni con vuestros cuerpos ni con vuestras emociones ni con vuestras mentes. Con lo cual no os integraríais en la comunidad con toda vuestra atención, ni trabajaríais en el servicio a todos con tanta dedicación, y, en lugar de guardar silencio y orar, estaríais todo el tiempo haciendo comentarios de cuanto ocurre y criticando. Si además ese acercamiento propiciase las relaciones sexuales, entonces se dirigiría toda la energía del cuerpo a los centros energéticos inf eriores, siendo que necesitamos que esté bien disponible para el trabajo de transmutación que estamos haciendo desde los superiores conoración y servicio, sin lo cual la guerra continuaría indefinidamente.

Orfeo iba a seguir discutiendo, pero ella cortó con aquellas palabras mágicas con las cuales disolvía todas las oposiciones:

-Son Instrucciones de la Jerarquía. Todo el mundo debe obedecerlas igual que yo las obedezco, y esmerarse en  hacer lo que se pide, y no lo que no se pide.

-Esto que estamos viviendo –siguió- es una oportunidad única que la Vida mandó para hacer un Cambio Acelerado, como siempre ha ocurrido en todas las crisis y transiciones cíclicas de la Humanidad. Así que intentemos aprovechar bien esa oportunidad y no perderla  debatiendo banalidades o “teniendo mejores ideas que la Jerarquía”.

Algunos de los grupos de  capitalinos se negaron al compromiso “que la Jerarquía demandaba” e hicieron campamento, al otro lado del arroyo, con sus siervos y esclavas. All cabo de pocos días algunos lo aceptaron y se integraron y los otros se marcharon.

Uno de los grupos que se marchó era el que comandaba la esposa de uno de los jefes. Habló con prepotencia que preferiría morir de hambre  o en medio de los desastres de la guerra, antes que quedarse allí para hacer los mismos trabajos que una sierva y que no había nacido hija de quien naciera para aceptar pasar por aquellas bajezas.
 Sin embargo, ya que no tenía con que alimentarlos, decidió desprenderse de los miembros de su séquito que menos necesitaba.  -"Me habeis servido bien-les dijo- y me duele no poder mantener a mis poses como es debido, por lo menos aquí os darán de comer"- Así, se quedó con todos los siervos que tenían  apacidad para transportarla y protegerla son armas y ofreció la manumisión oficial al resto, si aceptaban integrarse al campamento.

Entre los esclavos que aceptaron y fueron convertidos en personas libres ante testigos, poco antes de aquella señorona volver al llano, había dos  que se veían claramente homosexuales y con relación entre ellos. Lilinel lo confirmó cuando les tomó  su compromiso y no pareció importarle mucho:

–Vosotros no sois homosexuales, sois seres divinos. Homosexuales sólo lo son  vuestros cuerpos físico, emocional mental, esto es, vuestros tres cuerpos inferiores. Vuestra alma, el principio reencarnante, a veces se manifiesta en ellos como un ser femenino y otras como masculino. Es muy posible que reencarnarais antes de que vuestro anterior cuerpo emocional o mental se disolviera, y por eso estais ahora con un físico de un género y un emocional o mental del opuesto… Pero eso no nos importa, porque mientras os encontrais aquí os vais a proponer el trabajo de olvidar esos cuerpos inferiores y os vais a centrar en vivir los superiores, Alma y Mónada, que están más allá de la diferenciación sexual, sobre todo la Mónada, que es un espíritu puro.

Orfeo se admiró de que la sacerdotisa dijese  esto con una autoridad tan suave como contundente, que los dejó plenamente convencidos de que entraban en una nueva etapa de la vida, marcada por la libertad de la esclavitud social y por la especialísima opostunidad de conseguir ahora la liberación de la tiranía compulsiva de los tres cuerpos inferiores. Después de eso  los mandó a trabajos y lugares de reposo separados, tal como hacía con las parejas heterosexuales.



Se necesitaba, más que nunca, que todos tuviesen confianza en la neutralidad de la persona encargada de distribuir y supervisar los trabajos, y así el Consejo de Emergencia, por sugerencia de Lilinel, dio ese cargo al extranjero  Orfeo.

El tracio decidió ensayar con las mujeres de la capital más desobedientes e indisciplinadas un consejo que le había dado una vez su padre, el rey Eagro: “Convierte en un guardián de las normas a quien no sabe obedecer la normas”,

A sí, durante tres o cuatro días sujetaba a la rebelde  a la tiranía de las veteranos mas incultas, rígidas y secas de su propio bando. Luego la  salvaba temporalmente  durante otros dos, poniéndola bajo la dirección gentil y serena de las mejores mujeres mayores del bando que la rebelde considerado enemigo , para devolverla de nuevo otros dos días a los tiranos “amigos”.

Finalmente, llamaba a la persona indisciplinada y quejosa  y le preguntaba, si para el bien de todos, aceptaría dirigir una sección cualquiera del trabajo general, explicándole muy bien las normas que tendría que procurar que sus subordinados cumplieran, haciéndole ver que  eran normas razonables e imprescindibles para realizar bien aquellas funciones necesarias, y pidiéndole que tratase a aquellas personas que pondría sus órdenes tal como a ella le hubiese gustado ser tratada cuando llegó. Si lo consiguiera, le  daría en breve mayores responsabilidades –“Necesitamos desesperadamente buenos jefes, que hayan probado ser tan eficaces como amorosos con subordinados procedentes de cualquier bando”- terminaba diciendo a través de las traductoras.

Pudo comprobar la excelencia de aquel método. En muy poco tiempo las personas más diligentes y responsables, a las que se les podía confiar la armonía de un departamento entero, eran las que habían pasado por él.

Entretanto las personas que, desde el principio, mejor desempeño habían tenido en la organización general o sectorial, pasaron a integrar el Consejo de Emergencia, órgano rector del campamento.


Quien lo desee, que envíe sus versiones o continuaciones de este capítulo y también las incluiremos, si entonan bien con lo ya narrado y lo enriquecen.

 Por fin, poco después de terminados los 21 días de oración, los guerreros que luchaban en la capital cesaron las hostilidades, porque un grupo de pacificadores externos y neutrales que el viejo pastor había conseguido atraer, de parte de Lilinel,  desde tierras distantes, trajo alimentos y se ofreció a negociar condiciones para la paz, para lo que se convocó una tregua y un Consejo General. 

Nenhum comentário:

Postar um comentário