quarta-feira, 7 de setembro de 2011

22- FENICIOS EN EL OCÉANO


FENICIOS EN EL OCÉANO     


-Capitán, háblame un poco más de esas famosas Islas Casitérides del Fin del Mundo que mencionaste antes, por favor -pidió Orfeo, sirviéndole más vino.
-Pues ya los pelasgos cretenses recorrían todas las rutas del mar occidental, e inclusive llegaban a algunas de esas remotas islas, que están bien al norte, en el Océano Abierto, que  posiblemente eran restos del continente de la Era Anterior, de donde dicen que salieron los semitas originales, más tarde conquistados por sus rivales, los acadianos, nuestros ancestros, que ya eran excelentes marinos, en un mar que era mucho mayor que el que vemos ahora, cuando aún los fenicios ni existíamos como navegantes, ni mucho menos los griegos.

-¿Y qué es lo que iban a buscar tan lejos los cretenses?
-Iban a buscar el kassiteros, el estaño, y también plomo, que son las aleaciones que dan dureza al cobre y que lo convierten en bronce...  Ahí en la isla de Chipre, a una tercera parte del camino entre Tiro y Creta, podemos extraer todo el cobre que queramos, pero sin esos minerales preciosos no tendríamos mejores armas y herramientas que aquellos pueblos atrasados que todavía usan puntas de flecha y hachas de piedra.
-¿Descubrieron los cretenses esas islas y su estaño? -preguntó Orfeo.
-Quien las descubrió, ni se sabe, hasta hay leyendas arcaicas que dicen que la clase dominante cretense misma procedía del Sur de Iberia, de donde se trajo el culto al toro... me contaron en el puerto de Faros, en las bocas del Nilo -dijo el fenicio en tono confidencial, tras haber terminado su crátera de vino-, que ya hace muchos años que los cretenses cambiaban cuentas de vidrio o de loza fabricadas en los talleres de Akhetaton, en Egipto, por estaño, plomo o incluso por oro, que venía del Extremo Occidente en placas con forma de medias lunas, o golas, o diademas y también hachas planas que los bárbaros del Océano sabían decorar muy bien con motivos geométricos.
-Creía que habrían sido los griegos los que primero llegaron al Océano. De eso habían presumido siempre mis compañeros argonautas.
-No, no, ¡ Pero qué sabrán los griegos de tiempos tan antiguos! –se indignó Beleazar-  Estoy hablando de hace muchos, muchísimos años.  Los griegos son unos recién llegados al Mediterráneo… Los fenicios sí que somos una  vieja estirpe, incluso se cuenta que nuestros antepasados, los  Phalakai, eran cíclopes de la Tercera Raza, surgidos de las gotas de sangre que cayeron sobre la Madre Tierra Gaia, cuando Urano fue castrado por Cronos. Tenían un ojo clarividente en el centro de la frente, eran  hábiles artesanos y gigantes, aunque sus descendientes fueron disminuyendo de tamaño al cruzarse con los  navegantes Acadianos de la Cuarta Raza,  Todo eso son mitos pelasgos de las Edades Oscuras,  que algo indican. Ahora,  lo que sí es seguro es que, cuando los hijos de Heleno eran unos pastores asiáticos de carneros y aún ni se llamaban griegos, nosotros ya navegábamos bien en el Gran Verde, .trabajando para los asirios, los cretenses, los egipcios, o para quien pudiese pagar bien por nuestras mercancías...  mis abuelos contaban  que un emperador asirio, Sargón, creo que le llamaban, conquistó Siria y todo Canaán y usó naves mercantes cretenses para llegar a Iberia y explorar parte del Océano. Cuando los reyes Minos reinaban en Creta, las penínsulas e islas del mar Egeo, que era su lago particular, vivieron muchos años de relativa paz, cultura y prosperidad, garantizados por el poderío de la flota cretense, que, junto a sus aliados pelasgos, especialmente los Carios de Asia Menor, se habían extendido por todo el Mediterráneo, hasta el Océano y hasta las Casitérides...
Las galeras de Minos imponían un orden necesario en el Egeo, aunque hubiese que pagarles los tributos que, de todas formas, siempre hay que pagarle al más fuerte, incluídos un número anual de jóvenes para ser sacrificados a la Diosa, que era la misma Diosa del resto de los pelasgos, con un nombre cretense. Los cretenses eran la mayor potencia naval que había.
-¿La mayor? - Orfeo nunca se hubiera imaginado que una civilización tan femenina y refinada como la cretense tuviera un exterior tan guerrero.
-La mayor. Nunca hubo una flota tan grande como la suya, tanto, que ni se preocuparon de amurallar sus ciudades, sus murallas mejores eran sus galeras de guerra.  Mantenían la paz en el Mediterráneo y permitían el comercio entre Asia, Egipto y Europa. Y con el poder que tenían, se puede decir que todas o casi todas las naves y marineros mercantes o de guerra del Egeo estaban bajo su ley y a sus órdenes... Porque a los que no estaban, los perseguían como a piratas. Monopolizaron el comercio del cobre chipriota y lo almacenaban en lingotes en forma de pieles de buey, que legitimaban grabándoles un hacha de doble filo como marca, el Labrys... y se traían el plomo y el estaño del otro lado del mundo, ya que esos minerales con los que se hace el bronce fueron y siguen siendo el motor del mundo y la clave de las grandes fortunas, amigo mío. Mejor que el oro.
-¿Qué otro mineral va a ser mejor que el oro? -preguntó el tracio. Su profesor de Administración decía que para ganar una guerra o disfrutar de la paz sólo hacían falta tres cosas: oro, oro y oro.
            -El bronce es el Oro Verde y es mejor que el oro auténtico, el amarillo -dijo el fenicio-, porque el amarillo, aunque suntuoso, no es tan necesario: una espada de oro no te sirve para defenderte, no aguanta dos golpes seguidos sin doblarse; el bronce es otra cosa.

¿Y eso del hierro? -preguntó Orfeo haciéndose el tonto. Su padre, el rey Eagro, había estado recibiendo regularmente, desde hacía muchos años, muchos preciosos informes secretos sobre los progresos de los Hititas de Anatolia en sus esfuerzos por conseguir un metal capaz de quebrar las espadas de bronce, y luego se pudo ver muy bien como lo lograba cuando los aqueos invadieron Ptía.
-¿El hierro? Muy caro. No me interesa -respondió Baleazar con suficiencia-. Estoy bien informado de que esas nuevas tecnologías son tan complicadas de elaborar y requieren unas temperaturas tan altas que nunca se conseguirá una gran producción ni será rentable. Quedará restringido al uso de unos pocos matahombres ricos. Para los demás mortales, el futuro seguirá siendo del bronce por muchos siglos, amigo mío, un metal noble. Y es más fácil venderle a muchos un producto conocido y que tiene un buen precio, que a pocos una novedad carísima... y por eso seguimos buscando más estaño, aunque haya que ir a por él hasta muy, muy lejos.


-Pero parece que ultimamente los griegos se hicieron con el control del Egeo Occidental... no sé si me dijeron que gracias a sus espadas de hierro hititas, por cierto... y que ya no dejan comerciar en él a los fenicios... -apuntó Orfeo con ironía.

-¡Bah! Cualquiera paga más por nuestros productos que los griegos -dijo Beleazar resentido y desdeñoso -. Los mejores mercados aún están en nuestras manos, la isla de Samotracia, por ejemplo, es  uno de los principales enclaves fenicios para el comercio con Troya y con tu tierra, Tracia. Y para eso no necesitamos ir a hacer tratos con esos tramposos... Y en los minerales que vienen del Océano, no pueden competir con nosotros... No dudes que existen hacia Occidente -continuó, bajando más aún la voz-, muchos antiguos emporios y factorías fundadas por los cretenses que todavía no quieren saber nada de los griegos y que han preferido continuar su comercio a través de nosotros, los fenicios, por rutas bien controladas o poco conocidas, para evitar pirateos.
-Bueno, yo he oído mucho sobre la expedición de Nidácrito... -apuntó el tracio. Los griegos juran que Nidácrito fue el primer griego que trajo a Grecia estaño de las Islas Casitérides, comprado a los tartesios...
-Y oro, y plata, además -reconoció Beleazar-, y eso le hizo famoso. Pero puedes estar seguro de que ya los cretenses y nosotros lo habíamos traído antes que él... Plata por cerámica decorada ¡Qué negocio! Al principio los íberos no sabían darle valor a la plata... Aunque no lo pudimos pregonar, como el indiscreto de Nidácrito hizo, porque no nos convenía que la competencia se enterara de aquella maravillosa oportunidad, como puedes suponer...
-Hoy ya se puede decir, porque todo el mundo lo sabe -siguió, aunque bajando la voz de nuevo-, que el primero que enviaba a sus navíos a buscar el estaño de las Casitérides fue el rey de los tartesios, en el lejano sur de Iberia. Él lo almacenaba y se lo vendía a los cretenses y después a fenicios y griegos, que iban a buscarlo a Tarschisch. Los diferentes soberanos que se sucedieron llegaron a ser llamados “los Reyes de la Plata,” no sólo por las riquezas que les daba este comercio, sino porque ellos mismos enviaban caravanas del sur al norte de las Iberias, para que cambalachearan herramientas, adornos personales u objetos decorativos que llevaban, malas imitaciones de los cretenses y egipcios (entre nosotros, baratijas), a cambio del oro y de la plata de los nativos.

-¿Los tartesios? Creía que eran un pueblo muy bárbaro, o un mito -dijo Orfeo.
-Los tartesios del sur de Iberia son un reino grande y gente culta, a su manera, claro, no a la de los orgullosos griegos. Se decía que descendían de Acadianos de la Cuarta Raza y que podían contar en verso dos mil años de su historia y sus leyes... y también son buenos navegantes, no vayas a creer, curtidos, desde su nacimiento, en ese Océano endemoniado de grandes marejadas -de nuevo Baleazar hizo de su voz un susurro-, sin embargo, ellos traían los minerales preciosos hasta Tarschisch desde el noroeste de Iberia, no por mar sino por tierra, en caravanas bien armadas, por lo que llamaban La Ruta de la Plata,  que subía  hasta el país de los Gal.
-¿Y qué gente era esa, los Gal?
-Unos bárbaros bastante rudos, esos sí, que habitan el Oestrymnis, el Fin del Mundo, frente al Océano. Y a pesar de su salvajismo, que ni dioses tienen, son aún mejores navegantes que los tartesios ¡Por Astarté, quien navegó en sus aguas peligrosísimas navegó en la mar toda!

-¿Tan peligroso es? ¿Gorgonas y todos esos monstruos que dicen que hay entre el Océano y el Hades? -Orfeo no confiaba mucho en las historias que declamaban los bardos; sabía que cada uno adornaba a su manera lo que había oído de sus maestros.
-Peor que eso: vientos terribles, temporales, tiempo frío y lluvioso, nieblas, rocas traidoras, acantilados... y más al norte, hielos a la deriva de gran tamaño que aparecen de repente junto a la línea de flotación en el invierno... Incluso en el verano puede llegar sin aviso una manada de nubarrones oscuros desde el horizonte, acompañada de viento del sur y ya sabes que tienes que correr en busca de una bahía bien protegida por islas o promontorios, porque si te agarra el vendaval en el mar abierto, puedes zozobrar a causa de esas inmensas olas que se levantan en el Océano, o ser lanzado fácilmente contra los arrecifes.

-¿Y para un mar como ese tendrán unas buenas naves esos oestrymnios?
-No, y ahí está el mérito: en un mar así y con unos cascarones hechos de simples pieles de buey cosidas sobre quillas y cuadernas de madera, con la mayor parte de la estructura en mimbre, esos bárbaros descubrieron las rutas que, desde el litoral de los galaicos, en dos o tres días de navegación en sus barcos de cuero, siempre costeando hacia arriba y con buena mar, llegan al Promontorio Armórico, donde viven los otros oestrymnios, los del norte.
-¿Se llaman igual? ¿Es que son el mismo pueblo?
-Lo fueron en otro tiempo, cuando había acadianos en toda Europa. Y sin duda han estado comunicándose y cruzándose toda la vida desde que aprendieron a navegar, pero ya hablan lenguas diferentes por causa de las invasiones... En cualquier caso, para nosotros son muy semejantes; son sus primos del norte. Desde allí, que aún es continente, se pasa a la isla de los Albiones, quienes nos hablaban de otros pueblos muy fieros, algo así como los Lestrigones, que habitaban cerca de ellos.
-Supongo que esa última isla que mencionaste, será el tal País del Estaño.
-Ni sueñes que te voy a soltar su localización -dijo el tirio mientras bebía-. No la soltaría ni borracho ni en el potro de tortura. Pero ese país existe y hay buena cantidad de estaño en sus pedregosas costas, fácil de cargar, o los nativos van a conseguirlo donde ellos sepan y te lo venden a buen precio. Los que nos lo vendieron a nosotros, antes de que nos decidiéramos a continuar más al norte, fueron los Oestrymnios del país de Gal, esos que viven en el Extremo Occidental de Iberia, que fueron los audaces que primero se arriesgaron a navegar esas duras rutas con sus botes de cuero, para traer cosas que  trocar con los tartesios... ellos decían que se puede subir de costa en costa, hasta que se llega al frío país de las brumas boreales y del ámbar.
-¿Y ahí se acaban las tierras? -preguntó el bardo.
-Más hacia el norte que los Albiones, también hablaban los oestrymnios de que aún se encuentra una isla, en el invierno helada, que se llama Tule, de donde a veces descienden flotillas de piratas a asaltar sus poblados litorales... pero vete a saber lo lejos que estará, porque esa gente no sabe o no quiere precisar las distancias... o si hay algo allí que merezca el viaje y el riesgo. Y luego hay leyendas que hablan de otras islas en medio del Océano, verdaderos paraísos en la imaginación de quienes creen en ellas, pero que yo me temo que no son más que recuerdos utópicos de un continente que muchas culturas aseguran que se hundió bajo las aguas, cuando aquel diluvio de Utanipshim, que los pelasgos  identifican con el de Decaulión y Pirra, que se salvaron en las cumbres de Samotracia, dicen unos, o del Parnaso, dicen otros... bah, más mitos. El océano está plagado de fantasías. Nada que dé buen negocio. El negocio surge, precisamente – afirmó Beleazar, categórico-, de atreverse a ir más allá de las fantasías, hasta que se aclaran o se disipan, para convertirlas en una realidad nueva a descubrir y explotar.

-¿Y eso de estar el Océano lleno de gorgonas y monstruos, realmente, no son cuentos fenicios para despistar? -se atrevió a preguntar Orfeo, también en voz baja y sonriendo, mientras llenaba la copa del capitán.
-¿Cuentos fenicios, dices...? Pues has de saber, listillo, que fueron precisamente los tartesios y no los fenicios, como andan diciendo los griegos jonios, quienes crearon todas esas leyendas de monstruos terribles y de peligros míticos que pueblan el Océano hacia el norte y hacia el sur. Y no sólo porque querían que nosotros nos lo creyéramos, a fin de seguir manteniendo su monopolio, sino porque son, de natural (aún cuando no necesiten engañar para ganar algo), mucho más exagerados y mentirosos que el más exagerado y mentiroso de los cananeos... Hasta presumían de que sus antepasados acadianos habían conquistado el imperio de los antiguos  atlantes, que habitaban una de esas islas hundidas  del que hablan ciertas leyendas... eso, cuando no les daba por jactarse de ser descendientes del Faraón.
-Sin embargo, por lo que yo tengo oído de los griegos, ahora mismo sois los fenicios los que  intentais crear un imperio en Occidente -dijo Orfeo, por tirarle de la lengua.
-Vamos a llamar a las cosas por su nombre: nosotros los cananeos, ya seamos tirios, o sidonios, o motios, o biblitas (que es lo que en verdad nos llamamos, aunque se hayan empeñado los griegos en darnos el mote de “fenicios”), aunque desgraciadamente también tengamos reyes, somos un pueblo de trabajadores... no somos ni queremos ser un gran país, sino una serie de ciudades-estado muy independientes. Aún cuando hablemos la misma lengua, siempre nos hemos interesado mucho más en comerciar, cada uno por nuestra cuenta, en libre competencia y pagando los menos impuestos posibles, que en construir un imperio grande, pesado y costoso, como los de Mesopotamia o Egipto, a quienes tuvimos que aguantar durante muchos años, donde toda la recaudación pública se va en mantener a una casta de guerreros, nobles, funcionarios y sacerdotes .  Sin embargo, todos esos eran las clases que disponían de dinero, y a nosotros nos interesaron, claro, para comerciar con ellos, así que nos convertimos en buenos navegantes, haciendo de puentes entre mesopotámicos, hititas, cretenses y, sobre todo, egipcios, en el Mediterráneo Oriental...
-¿ Y qué les vendíais?
            -Hombre, todo el mundo apreciaba los paños tirios y sidonios teñidos de púrpura con el molusco múrice que descubrimos, así como la excelente madera de cedro y los papiros de Biblos. Por otra parte, los cananeos también somos, aunque esté mal que sea yo quien lo diga, un pueblo bien inteligente y hábil que, de comerciantes en marfil importado, nos convertimos en expertos artesanos en ese precioso material. Nuestros artífices también consiguieron obtener de Egipto el secreto de la fabricación del vidrio; aprendieron el repujado de metales y el trabajo de esmalte, son finos joyeros y realizan vasijas de metal.
-¿Y lo del estaño?
-Lo del estaño sólo vino después de que se derrumbaran los cretenses... Y, en cuanto dejaron de ser un peligro nuestros vecinos más belicosos, los hititas, porque acabaron con su fuerza los “pueblos del mar”, y porque también se debilitaron los egipcios en luchas religiosas por causa de aquel iluminado de Akhenaton, que puso su país patas arriba queriendo sustituir el politeísmo por un dios único -siguió el capitán-. Cuando pudimos ganar independencia y aprendimos a construir buenos barcos modernos, salimos a navegar, también, por el Adriático y por el Mediterráneo Occidental, sentamos las bases para la creación de un nuevo Canaán en el Magreb, Sicilia Occidental, Cerdeña y Baleares... exploramos el Mar Rojo, trajimos oro de Ofir, plata de Etiopía, cobre de Chipre...
-¿Cómo consiguió un pueblo con tan poca población extenderse tanto? –preguntó, extrañado, Orfeo.
-Pues renunciando a conquistar o colonizar, que eso es muy poco rentable, como te dije. En su lugar creamos, en los enclaves más estratégicos, pequeñas factorías fortificadas sobre promontorios e islas, vigiladas por mercenarios locales, que formaban los eslabones de una cadena que se extendía por el Gran Verde... y finalmente, siguiéndola, nos decidimos a aventurarnos por nuestra cuenta en el Océano: salimos a contornear hasta muy al sur la costa de África; llegamos por el norte a Tarschisch, en busca del oro y la plata, el plomo y del estaño, en competencia con los jonios y pelasgos. Y yo fui uno de los primeros cananeos en subir por el litoral de los Oestrymnios...
-¿De los primeros? -quiso confirmar el tracio.
-Sí señor, de los primeros, te lo juro por Astarté, que guíe siempre mi nave –dijo Beleazar solemnemente, llevándose la mano al corazón-... Como nuestro interés principal en Mesech, que es como le llamábamos nosotros a Iberia, eran los tartesios, cuando se vino abajo el Imperio Egeo de Minos, nosotros ocupamos el hueco dejado por la flota cretense antes de que lo hicieran los griegos y cargábamos sal para toda parte en los saladeros de Torre Vetusta y la Mata de Mastia, en el sureste ibérico. Era tan apreciada en el interior que pagábamos con ella aos nuestros porteadores o distribuidores, y de ahí el nombre de "salario". Ya introducidos en sus redes comerciais, negociamos con los  “Reyes de la Plata” un permiso para fundar una factoría enfrente de Tarschisch; que, en principio era, exclusivamente, para almacenar y trocar nuestros productos por los suyos. Y nos concedieron espacio en una isla, ya desde antiguo habitada,  que tenía un nombre indígena raro, algo así como Gadeira. Los griegos, después de introducidos en ella los olivos, la llamaron Cotinussa y nosotros, una vez cerrada de murallas, acabamos transformándola en Gádir.
-Sin embargo –remató el capitán, antes de levantarse y pagar, para volver al barco-, desde Gádir y a pesar de las prohibiciones de Tarschisch, que quería conservar el monopolio, nos las fuimos arreglando, sin que se dieran por enterados (porque no les convenía romper relaciones con nosotros), para llegar hasta las Casitérides... y yo fui recorriendo, como timonel a las órdenes del capitán Hiramis, que ya murió, primero las galaicas, ricas en oro y plata, y después las otras, ya que llegamos a explorar, en dos viajes sucesivos, unas diez costas o islas, grandes y pequeñas, situadas más al norte de las tierras de los Oestrymnios Galaicos. Y en dos de ellas, cuyo nombre me perdonarás que me reserve, conseguimos llenar el barco de estaño de la mejor calidad al mejor precio...

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