quarta-feira, 7 de setembro de 2011

10- LA PATRIA DE ORFEO


LA PATRIA DE ORFEO

Anónimo Anónimo
 En la nórdica Tracia, a caballo entre ambos mundos, el conflicto entre los géneros estaba todavía comenzando: sus montañas peñascosas, cubiertas de robles y barridas por el viento del norte eran, a nivel de iniciados, un reducto de los sacerdotes guardianes de las altas doctrinas de Apolo Hiperbóreo, dios del sol y de la iluminación, cuyo culto, propiciado por la realeza, (aunque el rey no era un griego, sino un pelasgo grequizado), había sustituido al del héroe caucásico Prometeo (quien proporcionó mente pensante y uso de razón a la nueva raza humana, la Aria, por él modelada en barro y animada, tras robar el fuego del intelecto a los dioses)...
Por su parte,  el pueblo tracio  -las gentes comunes de los fértiles valles, sumamente apegadas a sus viejos hábitos y tradiciones,- sólo deseaba seguir con sus típicas celebraciones emocionales  y extáticas de la Era Anterior a la Gran Diosa Lunar y a su hijo Dionisio, otro supuesto padre de la especie humana a través de su sacrificio, aunque estos cultos se hacían cada vez más desenfrenados , animalizados y orgiásticos, lo cual producía una permanente fricción de las hordas de adoradoras de Baco con los sacerdotes olímpicos, espíritus severos de Primer Rayo, austeros, guerreros, disciplinados, que deseaban implantar una Nueva Era regida por una Mente Equilibrada y Piadosa  en un Cuerpo Sano.

             Orfeo era un espejo de ese conflicto interno de su país. Como tracio, sentía visceralmente y amaba la desbordada libertad del subconsciente propia del culto dionisíaco, que se expresaba en la catarsis de la orgía, la embriaguez y el éxtasis, en cuyos Misterios había sido iniciado por su padre. Pero como artista cultivado y educado por su madre Kalíope, que era una musa-sacerdotisa de Apolo, buscaba la manera de atemperar y armonizar aquellos excesos, a veces salvajes, con la serenidad civilizadora del dios solar de los griegos.

               El predominio del matriarcado en la mentalidad conservadora de los Tracios, a pesar de que  en toda la Pelasgia, y hasta en Troya, estaba en franca desaparición, se basaba en cinco factores fundamentales que las mujeres de clase, muchas de ellas miembros activos de los Colegios de Sacerdotisas de cada clan, seguían controlando celosamente: la amorosa dirección de la comunidad tal como se dirige una gran familia, la propiedad de la tierra, la educación de sus hijos en su propia tradición, el conocimiento de las plantas y rituales mágicos que propiciaban el favor de la Diosa, señora de la vida y de la muerte, de quien todos dependían, lo que hacía a los hombres temer y respetar la magia femenina... y el mantenimiento de la paz, por medio de un firme orden interno y unas excelentes relaciones con las supremas sacerdotisas de los territorios vecinos.
Ya que habían aprendido que la guerra era nefasta para todas ellas: en la guerra los durísimos hombres tracios, hijos de Ares o Marte, se volvían prepotentes e ingobernables. El poder de la propia fuerza y el orgullo de la victoria eran drogas enloquecedoras y verdaderamente adictivas para la sangre caliente de aquellos varones. Sus instintos primarios de antiguos cazadores nómadas resucitaban y al llegar la paz resultaba imposible que renunciaran a seguir buscando aventura y gloria en nuevas conquistas y combates, y que se conformaran con sus tristes y aburridos papeles de pastores del ganado y ayudantes en las labores agrícolas duras. La guerra hacía héroes y la paz tenía que envenenarlos.
Porque lo típico era que, después de una guerra, los más destacados guerreros intentaran aunar a su poder militar el político de dirección de la comunidad. Si no se conseguía  integrarlos como eventuales consortes respetuosos con el poder de la cúpula femenina, ni eliminarlos discretamente, ni dividirlos por medio de intrigas, de tal forma que se mataran entre sí, con frecuencia acababan desgajándose de las tribus y convirtiéndose en partidas de bandoleros que marchaban lejos, en busca de tribus extranjeras a las que dominar.
Por causa de eso, habían surgido esporádicamente varios reinos patriarcales de origen tracia que, al cabo de algunos años, en cuanto la prosperidad y la comodidad que conlleva la paz ,ablandaban a aquellos brutos, acababan aceptando la sabia dirección de sus nuevas esposas, ya que no es lo mismo dirigir un ataque destructivo durante una temporada, que una verdadera organización social volcada permanentemente a construir. Les faltaba la magia, la conexión práctica con la Diosa, con la Madre Tierra, con la realidad cotidiana. El patriarcado, en partes de Tracia o sus colonias, todavía era una forma de gobierno de tribus montaraces, incultas y precarias, que tan sólo usando las armas podían sobrevivir a costa de otros y que estaban condenadas a una existencia insegura, austera, nómada y efímera, al menos que volvieran al redil.

La guerra sólo conseguía que los hombres creciesen en fanfarronería y se “desmadrasen”, lo cual podía producir más daños y cambios que una invasión enemiga. Por causa de eso, las Madres dirigentes preferían resolver cualquier conflicto externo por medio de negociación o de asimilación y sólo hacían uso de la fuerza bruta en casos de extrema necesidad, aunándola siempre a la legitimación por la ley, cuando tenían que aplicarla para imponer el orden entre sus propios súbditos.

Nenhum comentário:

Postar um comentário