quarta-feira, 7 de setembro de 2011

15 (1)- LA BODA


LA BODA
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Anónimo Anónimo

Aquella misma mañana se había celebrado la boda, con cientos de convidados entre los que figuraban los propios reyes de Tracia, los príncipes y buena parte de la nobleza. Fue, realmente, la boda del año en la capital y no pocos de los antiguos compañeros de Orfeo viajaron desde tierras distantes para estar presentes. Las jóvenes de la Fraternidad de las Dríades danzaron graciosamente en coro, dejando antes bien claro que lo hacían a título particular, rodeando a Eurídice al compás de la lira de Orfeo y de los instrumentos de una veintena de sus amigos músicos, más otros veinte contratados, que daban sonido y color a la ceremonia.
Tras haber sido oficialmente declarados marido y mujer por los sacerdotes de Hera, con los monarcas como padrinos y testigos, y después de probar juntos el membrillo confitado, besarse con la boca llena de su dulzor y ser vitoreados por todos, que arrojaron sobre la pareja un verdadero diluvio de pétalos de flores, anises, bendiciones y deseos de una larga vida, llena de felicidad, prosperidad y descendencia, comenzó el gran banquete en medio de la alegría general.
A los postres, sus antiguos camaradas argonautas pidieron a Orfeo que les declamase algunos de sus famosos poemas cantados sobre las partes dramáticas de su aventura y que mostrase a los asistentes, una vez más, a la maga-serpiente-dragón Llilith que había capturado.
El bardo respondió alegremente que con mucho gusto les iba a declamar cuatro de los mejores cantos antes de retirarse del banquete con su esposa, pero rogó que le dispensasen por esta vez de mostrar su trofeo, porque aunque por la mañana había pensado en traerse su cesta a la boda, al final decidió que era mejor dejarla en su casa.

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