sábado, 10 de setembro de 2011

61(1)- LOS DISCÍPULOS DE ORFEO, 1

LOS DISCÍPULOS DE ORFEO, 1

A pesar de lo que pudiese imaginar quien lea esas notas, Orfeo raramente categorizaba ni predicaba: más bien ayudaba a su interlocutor a profundizar en la cuestión, de manera que fuese él mismo el que plantease con la razón las preguntas y se contestase con el sentimiento las respuestas, dentro de lo posible. Pero si encontraba con un espíritu demasiado acorazado, no tenía reparos en empujarle un poquito a asomar la cabeza.

-¿Por qué intentas echar a otros la culpa de tus desdichas? -replicó una vez a un muchacho que se quejaba de sus padres, de la gente y del mundo- ¿Crees que las vas a solucionar si encuentras quien acepte responsabilizarse por su origen?... Si es así, yo mismo me responsabilizo, en nombre de tus padres, de tus semejantes y de los dioses. Me arrodillo ante ti. Yo tengo la culpa de cuanto te pasa. Te suplico, por favor, que me perdones. Mis culpas se deben a mi ignorancia, mi inconsciencia y mi enorme torpeza y egoísmo, además de a las circunstancias. Tú eres un ser puro a quien he contaminado y traumatizado desconsideradamente. Pondré mucho cuidado en que jamás vuelva a ocurrir. Perdóname, perdónanos, te lo suplico ¿...Te sientes más libre ahora?
-No -respondió el joven-. Soy una víctima inocente. Todavía lo que los demás me hicieron pesa mucho dentro de mí.
-Y puede que te continue pesando toda tu vida, mientras le sigas concediendo tu atención sentimental –dijo Orfeo-. Yo creo que nos ha tocado vivir aquello que cada uno de nosotros había alimentado durante más tiempo en su sentir y aquello que con mayor atención cultivó en su pensamiento.
-¿...Y cómo puedo dejar de pensar en ello o de sentir rabia por ello?
            -Sólo conozco dos maneras –respondió Orfeo mientras recogía su lira-: una, puedes ir hasta el final de tu rabia descargándola sobre un muñeco de paja con el que representas a la gente que odias... golpéalo, grítale, insúltalo, véngate. Destrúyelo, quémalo, arranca de tu interior todo ese resentimiento, exteriorízalo, agótalo hasta que te liberes de él. El odio es una enfermedad del sentimiento herido que, si no te la sacas de encima, te corromperá y te destruirá; pero que, cuando la has sacado de ti por medio de la venganza, no te produce otras compensaciones mejores que un simple desahogo emocional. ¿...Te bastará con eso?
-No, no. Yo quiero, además, otras compensaciones más tangibles, quiero que me paguen por todo el tiempo que dejé de ser feliz, quiero recuperar toda la vida y la riqueza perdida por culpa de ellos, quiero que me den lo que esperaba de ellos y no obtuve -respondió el chico apasionadamente-, quiero que quien me hizo infeliz, me haga feliz, me resuelva la vida.
            -Entonces, no te sirve la venganza -dijo Orfeo-. Tendrás que recurrir a la segunda manera.
            -Y cuál es?
-Perdonando y perdonándote muchas veces... Y luego agradeciendo a la Vida, muchas veces más, con sincera alegría, por haber tenido la suerte de vivir una experiencia tan formativa como la de poder convertir tu resentimiento contra el mundo en generosa comprensión de las limitaciones de todo tipo que hicieron posible tu juego del vivir y que le dan todo su interés.
-¿Entendí bien? ¿Estás diciendo que son las limitaciones las que le dan su interés a esta vida? -protestó, indignado, el joven.
-¿A ti te resulta muy apetecible –contestó el bardo sonriendo, mientras hacía sonar a una sola cuerda en un único tono suave, monótono, continuo y repetido- vivir, durante toda la eternidad, en un mundo puro de espíritus puros, donde cuanto te rodea es perfecto, nada es disonante ni contrastante, no existe el riesgo y jamás ocurre nada inesperado?


Cuando llegaban a un punto en el que poco más se podía ahondar, ni con la razón ni con la imaginación, Orfeo recurría al sentido del humor para aligerar tensiones y luego tomaba su lira e improvisaba un poema cantado que recogía, en forma de símbolos y metáforas, la esencia de cuanto se había exteriorizado. Esa manera sutil, aunque penetrante, de enseñar, hizo que muchas personas, sobre todo muchachos que estaban angustiados ante la perspectiva de tener que dejar el simple y seguro mundo de la infancia y adolescencia para asumir las libertades y las responsabilidades del adulto, viniesen a pedirle un poco de movimiento mental.

Era un maestro querido por los jóvenes, ya que no exigía disciplina alguna que no saliese del propio convencimiento de la persona ni despertaba en nadie sentimientos de culpa, se refería a las insuficiencias humanas como a un material plástico que está ahí para que el artista lo moldee, lo transmute o sublime o lo refine y sutilice, y estimulaba  a desarrollar lo que de mejor había en cada uno y ofrendarlo a los demás y a La Vida. Toleraba todas las bromas y  parecía tan a gusto tratando con seriedad profundos temas transcendentes como juntándose apenas un momento a quienes pasaban, después de eso, a las canciones tradicionales, a los chistes y a las carcajadas, aunque siempre sabía hacer con que todo el grupo se alinease de nuevo con su alma y recuperase el aquí y ahora, la calidad, la altura, la ligazón con Apolo y las Musas y la creatividad constructiva subsiguiente. No dudaba en absoluto, cuando llegaba el momento oportuno, en pedir a sus visitantes, con una autoridad que emanaba de su sonrisa, un silencio, o una oración, o que hicieran el favor de retirarse porque ya quería dormir, o estar solo, o porque tenía cosas que hacer.

-¿Religión? –decía- Eso es una cuestión individual y no colectiva. Religión significa re-ligarse. Que cada uno busque, según sus gustos, la forma que más le motive para encontrarse consigo mismo en sus planos más elevados o profundos y para agradecerle a la vida sus continuos dones. La esencia de la vida, tal como la siente cada uno, es el dios que contiene a todos los dioses.
Era, en suma, un maestro artista y no un santón solemne, como tantos eremitas, y eso aumentaba su popularidad y el número de sus visitantes. Tiempo más tarde se dijo que en aquella montaña empezó a desarrollarse la semilla de lo que luego sería la prestigiosa Escuela Iniciática Órfica, que renovaría y actualizaría los Misterios de Eleusis y que haría de perfecto complemento lunar de las solares concepciones de los Pitagóricos, preparando el amanecer de un mundo nuevo... Aunque, en realidad, la mayoría de sus teóricos explotaron el nombre y el prestigio de Orfeo para fundar una religión y vivir de ella, sin calar en lo más hondo de su enseñanza.

Tantos jóvenes se quedaban conversando hasta la noche, después de sus conciertos, que, con la ayuda de los mejor dispuestos, el vate levantó para ellos un cobertizo de troncos, piedras y paja a doscientos metros de la cueva, monte abajo, junto al arroyo, para que no tuviesen que bajar la falda del Rhodope en medio de la oscuridad.
Luego les dijo: “Esta es la Casa de Huéspedes, vuestra es.”
Y no volvió a aparecer por ella, ni se le ocurrió establecer el menor reglamento sobre su uso, dejándoles que ellos mismos se organizasen.

El cobertizo acabó convirtiéndose en una especie de comunidad juvenil, ocupada por una población nómada y fluctuante, que pasaba allí períodos alternos, unas veces entreteniendo el día en partidas de caza o pesca por la región, otras tratando de sacar adelante un huerto que, en algún momento del año acababa secándose por falta de quien se preocupara de regarlo. En alguna ocasión uno de los muchachos aparecíó con una chica, que no pudo permanecer allí demasiado tiempo porque, a cada año que pasaba, las muchachas tracias estaban mucho más controladas por sus familias que los muchachos. En invierno el local quedaba vacío durante largas temporadas, ya que los jóvenes preferían disfrutar del calor y de los alimentos de las casas de sus padres.

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